Contra el maíz transgénico
Por Miguel Concha, La Jornada, 30 de septiembre de 2012
México es centro de origen del maíz. Su historia y su cultura han estado desde siempre ligadas a él. Se le ha considerado incluso como elemento fundamental de la civilización mesoamericana, pues se sabe que desde el centro de nuestra patria, y hasta Centroamérica, surgió, se domesticó y se distribuyó en todo el mundo. Por más de 500 años ha sostenido además la resistencia de los pueblos indígenas y campesinos que día a día luchan contra las imposiciones de un sistema basado en la pura lógica del capital. Es decir, modelos agroindustriales que nada tienen que ver con nuestras comunidades de maíz.
Aun con la colonización, no se logró borrar la identidad de nuestros pueblos, arraigada al alimento de nuestros ancestros. Hoy, 29 de septiembre, las diversas organizaciones que conforman la campaña Sin Maíz No Hay País celebran al maíz de los pueblos mesoamericanos. Con ello se hace explícita la necesidad de una amplía protección de nuestro maíz, y se erige esta fecha para la defensa de nuestras milpas, nuestro campo y nuestros maíces. Los mismos que usaron los dioses mesoamericanos para formar a los hombres y mujeres de estas fértiles tierras.
Este 2012 el Día Nacional del Maíz tiene un tono de exigencia y de total desacuerdo con las políticas implementadas por el actual gobierno federal, pues se han otorgado permisos, tanto en fase experimental, como en la fase piloto, previa a la fase comercial, para la siembra de maíz transgénico. El gobierno ha sido omiso en su obligación de proteger el derecho de los pueblos a una alimentación adecuada e inocua, ya que el uso de semillas de maíz de transgénico provoca daños irreversibles al medio ambiente y a la integridad física de todas y todos los mexicanos.
Recientemente, en efecto, se publicó un estudio realizado en la Universidad de Caen, Francia, encabezado por el científico Gilles-Éric Séralini, en el que se demostró que el uso de maíz transgénico en la alimentación de organismos vivos es nocivo para la vida. Lo cual fue puesto en evidencia gracias a un experimento realizado con ratas, que después de dos años de ser alimentadas con maíz modificado genéticamente, presentaron tumores irreversibles y murieron. Ello provocó críticas a favor y en contra. La comunidad científica internacional ha pedido que el estudio se repita, lo que implicaría invertir dos años más para su comprobación, pues los críticos de Séralini observan errores en la metodología implementada.
Mientras esto sucede, en México no podemos dejar de mencionar la irresponsabilidad del gobierno al seguir otorgando permisos para la siembra de maíz transgénico, pues mientras no demuestre que no provoca daños a la salud, debe detener y suspender cualquier permiso otorgado. No debe darse la libertad de proceder bajo una racionalidad mercantilista en la alimentación, ni actuar con base en los intereses de grandes corporaciones internacionales que poco a poco buscan dominar la producción de granos en el mundo.
En lo que va del año, la presente administración otorgó quince permisos más para la siembra de maíz transgénico en fase piloto, lo que acarrea riesgos, ya que con estos métodos se contaminan las razas criollas conservadas en México. Con base en políticas agrícolas inspiradas en el neoliberalismo, y plasmadas en el Tratado de Libre Comercio, la tendencia del actual gobierno es desregular la producción de maíz transgénico, provocando con ello la pérdida de nuestra soberanía alimentaria, pues nuestra tierra y la siembra de maíz caerían en manos de empresas transnacionales, como Syngenta y Monsanto.
En este escenario el gobierno ha también privilegiado la importación de granos. En lo que va de este año, y haciendo a un lado la producción del campo nacional, se ingresaron a nuestro país 13 millones de toneladas de maíz. Las y los campesinos ven entonces cómo sus cosechas se quedan embodegadas, debido a que no pueden competir ante los grandes capitales agroindustriales. El Gobierno se olvida que el punto clave para lograr la seguridad alimentaria es garantizar que la producción de maíz esté unida al respeto de los pueblos, e incentivar que el campo mexicano produzca los alimentos y el maíz que México necesita. De no ser así, y continuar con la tendencia de liberalizar la siembra de maíces transgénicos, se verán violentados los territorios y pueblos que de manera ancestral han conservado al maíz en el seno de sus culturas, y se violentará también el derecho de todas personas a una alimentación sana y adecuada.