La seguridad nacional y el desarrollo

La obsecuencia de los jefes de familia con los hijos menores, y entre ellos la debilidad de las voluntades que se contaminan con las adicciones favorecidas en los antros de moda, en los que se recurre al uso de las drogas por los jóvenes conquistadores, que son incapaces de ganar el cariño y la admiración de una chica sin el auxilio de drogas que circulan con facilidad y con el disimulo de las autoridades de la ciudad, que simulan actividades eficaces para contrarrestar el menudeo favorecido por los meseros y los administradores de estas instituciones, que expresan, se argumenta, la libertad de la que disfrutan los jóvenes de las actuales generaciones, y que lo único que produce, es la disociación de las familias, y la perversión de los jóvenes. Hasta allá legan las consecuencias de lo que empezó en el campo con la siembra de la mariguana, y la corrupción de sus cómplices asociados, que se enriquecen en este medio, sin el menor rubor, y sin pensar en las consecuencias que todo ello tiene en la sociedad en su más amplio sentido.

No faltará quien juzgue a este modesto articulista, como exagerado y moralino, beato disfrazado, o lo que sea, pero, como dice Amartya Sen en su precioso gran libro La idea de la justicia, elaborado en Harvard, donde lo inició en 1987, y publicado en 2009, en inglés y su tercera edición en español, en enero de 2012: “Es cierto que los parisinos no habrían asaltado la Bastilla, Gandhi no habría desafiado el imperio en el que no se ponía el sol y Martin Luther King no habría combatido la supremacía blanca ‘en la tierra de los libres y el hogar de los valientes’ sin su conciencia de que las injusticias manifiestas podían superarse”.