Entre Barcelona y Copenhague, La Aritmética del Cambio Climático
Por Germán González Dávila, Glocalfilia, Noviembre 11, 2009
Con la asistencia de más de cuatro mil delegados de 180 países, concluyó el viernes 6 de noviembre en Barcelona, la última reunión preparatoria de los grupos ad hoc de negociación antes de la COP15 –la décimo quinta Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC) – que se verificará en diciembre 2009 en Copenhague. En el contexto de una crisis económica global todavía no superada, y bien fundadas preocupaciones por los costos sociales que implicará una prolongación globalizada del desempleo, la discusión política sobre las reglas posibles post 2012 se mantienen más en el terreno de la simulación que en el de vías sólidas para la definición de los nuevos compromisos para el régimen climático internacional post 2012.
Los coros y villancicos tradicionales se mantienen en vigor. Mientras los países en desarrollo demandan a los más desarrollados e industrializados reduzcan al menos un 40 por ciento sus emisiones hacia 2020, respecto de sus emisiones en 1990, los industrializados manifiestan una disposición a no reducir más de 15 a 20 por ciento. La Unión Europea condiciona incrementar su esfuerzo de reducción, hasta un 30 por ciento, a que algunos países en desarrollo –los más avanzados y mayores emisores de gases de efecto invernadero (GEI), como China, India, Indonesia, Brasil, Corea, Sudáfrica y México– asuman también compromisos de reducción.
Como faro para todos los navegantes, se mantiene a la vista la información sobre el estado actual de los conocimientos en materia de cambio climático. Estos conocimientos confirman que, si todo sigue como va (business as usual), lo más probable es que la temperatura superficial promedio de la Tierra se incremente más allá de 4 grados Celsius en el curso del siglo. Ya es de conocimiento público que a mayor incremento de la temperatura por el cambio climático, mayores los impactos adversos previsibles sobre la productividad primaria, particularmente la alimentaria, así como sobre la vulnerabilidad humana (de una población global que pasará de casi 7 mil millones a más de 9 mil 300 millones en 2050), todo lo cual implicará crecientes costos económicos y sociales, en cualquier escenario a futuro.
De aquí el interés global de los acuerdos que se logren en Copenhague, para reducir esta inercia a no más de 2 grados Celsius en el curso del siglo XXI, el ideal posible para minimizar los costos inevitables de este calentamiento global de origen humano. Lo cual implica reducir, entre nuestros días y 2050, 50 por ciento las emisiones globales de GEI (que hoy día ascienden a 50 mil millones de toneladas anuales, y habría que reducir a 25 mil millones en 2050), para que las concentraciones en la atmósfera terrestre no sobrepasen las 450-550 ppm.
Con diez mil años de historia, en la COP15 la humanidad se pone a prueba para ver qué tan capaz es de decidir los cambios que la evidencia le impone. Para limitar a no más de 2 a 3 grados Celsius el incremento de la temperatura promedio global en el siglo XXI, la comunidad de naciones está obligada a lograr un apropiado acuerdo global en Copenhague, de otra manera se incrementará la probabilidad de que la temperatura se eleve a 4.5 grados centígrados, o más; lo que equivaldría a una situación de crisis económica permanente en espiral descendente. Ya lo explicó Sir Nicholas Stern, y el Informe Galindo (La economía del cambio climático en México: www.semarnat.gob.mx/) lo confirma para el caso de México: los costos de adaptación a los impactos adversos del calentamiento global antropogénico son inevitables, lo único que podemos hacer es reducirlos, lo cual depende de qué tan tempranamente iniciemos acciones de mitigación y adaptación; entre más tardíamente, mayores serán los costos futuros. Es lo que se conoce como los “costos de la inacción”.
Pero no obstante las cosas se encuentren claramente planteadas, el problema de fondo es el de siempre: voluntad política para dar el golpe de timón a los patrones dominantes de desarrollo humano, que responden a los más poderosos intereses en juego, destructivos del medio ambiente y que por consiguiente amenazan nuestro futuro común.
Veámoslo de la forma más sencilla posible, considerada una estabilización deseable de las concentraciones de GEI en la atmósfera terrestre a 550ppm:
1. De la revolución industrial a la fecha, las emisiones antrópicas de GEI incrementaron las concentraciones de bióxido de carbono (CO2) en la atmósfera terrestre de 280 partes por millón (ppm, es decir, por cada millón de moléculas de aire, 280 son de CO2), a 390ppm;
2. Actualmente, las 50 mil millones de toneladas de GEI (GtCO2e) que Homo sapiens vierte anualmente a la atmósfera implican un ritmo de incremento de las concentraciones de 2ppm por año;
3. Entre las 390ppm actuales y las 550ppm como límite deseable, quedan 160ppm;
4. Al ritmo actual de incremento anual de 2ppm en las concentraciones de GEI, en 80 años se añaden las 160ppm remanentes (lo que equivale a 4 mil GtCO2e);
5. En un esquema de equidad, estas 4 mil GtCO2e de emisiones quedarían distribuidas por habitante.
A cifras demográficas actuales, lo anterior equivale a que cada ser humano podría verter todavía 571 toneladas de GEI. Entre los países con altas emisiones per cápita, como los árabes petroleros o los más industrializados, con un promedio de 20tCO2e per cápita por año, acabarían con sus reservas de bonos de carbono en sólo 28 años… En el otro extremo, países con muy bajas emisiones per cápita, con un promedio de 2tCO2e per cápita por año, dispondrían de reservas de bonos de carbono por 280 años. En un contexto de mercados de bonos de carbono, los países con mayores emisiones per cápita terminarían obligados a transferir permanentemente fondos a los países con menores emisiones per cápita, con lo que se crearía un inmenso incentivo global para transferencia de tecnologías bajas en carbono… Ciencia ficción de hoy día, realidades del futuro para que sea posible…