La historia del movimiento en defensa del maíz

Por Adelita San Vicente Tello Representante común de la Demanda Colectiva hasta junio de 2019 adelita.sanvicente@semarnat.gob.mxLa Jornada del Campo, 19 de marzo de 2022.

¿Cuándo empezó la defensa del maíz? ¿cuándo pasó de ser una creación humana a una lucha? ¿por qué defender a este cereal? La amenaza tiene aristas, que en los últimos años han sido evidentes y que nos han involucrado a gran parte de la población mexicana.

En diversos momentos de la historia se ha combatido a la Nación pluricultural que es México, tanto con guerras violentas, como con formas sutiles. La batalla a nuestra planta sagrada inició desde la conquista en que se impusieron los cultivos de trigo y caña de azúcar, y se arrancó al maíz y se le llevó a Europa, desde donde se distribuyó al mundo, sin su bagaje cultural, menospreciándolo como alimento y destinándolo al consumo animal.

Previo a la Conquista y después a lo largo de los siglos, los pueblos indígenas y campesinos han creado, reproducido, mejorado y conservado el maíz junto a la gran diversidad de plantas con que se asocia; lo cual constituye la mejor defensa de esta planta, base de nuestra alimentación.

Frente al siguiente embate que implicó la imposición de un modelo de producción industrial, los pueblos indígenas y campesinos han mantenido la diversidad del maíz. La adopción de la Revolución Verde, un paquete de innovaciones tecnológicas con amplio uso de agroquímicos y de semillas “mejoradas” por métodos de hibridación, llevó a que, en la última mitad del siglo pasado se estableciera una disputa entre dos formas de producción de alimentos: el campesino y el industrial; ambos modelos con el maíz como actor central.

El modelo campesino se mantiene bajo una multiplicidad de motivaciones que van más allá de la racionalidad económica: considera cuestiones culturales, incluye una inmensidad de especies que conviven virtuosamente asegurando una dieta diversificada y mantiene la agrobiodiversidad; y por el otro lado, la producción industrial cuya motivación central es el negocio y la monopolización de la alimentación del mundo. Estados Unidos tiene en el maíz su mejor mercancía, presente en la mayor parte de los alimentos industriales; esta agricultura se basa en el monocultivo, de una sola variedad de maíz, transgénico en su mayoría, con alto contenido de almidón y lleno de agroquímicos.

En el ámbito tecnológico la disputa por el maíz se ha acrecentado por su papel preponderante como el cultivo con mayor volumen de producción en el mundo y por sus características botánicas, fundamentales para las tecnologías de manipulación genética. La aparición de los organismos genéticamente modificados (OGMs) en la última década del siglo pasado, aumentó la codicia sobre el maíz e hizo crecer la inquietud entre sectores nacionales preocupados por la calidad de la alimentación.

Los gobiernos de Fox y Calderón, impulsaron una política a favor de la introducción de OGMs en México, que significa la apropiación del maíz por derechos de propiedad intelectual. En octubre de 2009 se otorgaron los primeros permisos para la siembra en fase experimental de maíz transgénico y en 2011, para fase piloto. Iniciando la administración de Peña Nieto, Monsanto hizo una solicitud para sembrar en fase comercial miles de hectáreas de maíz transgénico, la amenaza era evidente: se inundaría el campo mexicano y con ello el centro de origen del maíz. Exigir nuestros derechos se observaba como la única salida.

El 5 de julio de 2013 interpusimos una Demanda de acción colectiva contra la siembra de maíz transgénico en México, que resumió varias experiencias jurídicas previas sin éxito.La finalidad de la Demanda es que los tribunales federales declaren que la liberación o siembra de maíces transgénicos daña el derecho humano a la diversidad biológica de los maíces nativos

El grupo que presentó la Demanda se conformó con 53 personas, incluyendo 20 organizaciones de productores, indígenas, apicultores, de derechos humanos, ambientalistas y consumidores. Se demandó a las empresas trasnacionales: Monsanto, Syngenta, Dow Agrosciences y PHI México; y del gobierno, a la otrora SAGARPA y SEMARNAT.

La finalidad de la Demanda es que los tribunales federales declaren que la liberación o siembra de maíces transgénicos daña el derecho humano a la diversidad biológica de los maíces nativos, y que al reconocerlo se nieguen todos los permisos que se soliciten.

Junto a la Demanda se solicitó una medida precautoria, la cual fue concedida el 17 de septiembre de 2013. Esta impide liberar maíces transgénicos en el campo mexicano, en tanto se resuelva el juicio de acción colectiva.La noticia del otorgamiento de la suspensión se hizo pública el 10 de octubre de 2013 y fue una noticia que dio la vuelta al mundo.

En estos ocho años las impugnaciones se han multiplicado, tanto a la propia Demanda, como a la medida cautelar. El proceso judicial ha implicado la emisión de sentencias favorables a la preservación de la biodiversidad del maíz, como la de 2021 de la Suprema Corte que señaló “La justicia de la Unión no ampara, ni protege a PHI, Monsanto, Syngenta y Dow Agrosciences contra actos reclamados”.

El proceso sigue su curso, en tanto, el Presidente López Obrador emitió en 2020 un Decreto que establece la eliminación gradual de glifosato, y suspende y revoca los permisos y autorizaciones de maíz genéticamente modificado.

Avanzamos, pero la riqueza del maíz sigue en acecho, este es el caso del maíz olotón que es capaz de fijar el nitrógeno de la atmósfera, es decir autofertilizarse. El sexenio pasado se otorgaron derechos sobre sus recursos genéticos a una empresa estadunidense. Al tiempo se sigue innovando en tecnologías que requieren la riqueza de recursos genéticos que conocen y conservan los pueblos indígenas y campesinos.Integrantes Demanda Colectiva, 2018. Archivo Demanda Colectiva Maíz

No podemos descansar, pero sabemos que el maíz en estas latitudes más que un cultivo es un elemento de identidad que nos une como la milpa y que ante la amenaza saldremos a defenderlo. •

Photo by Aaron Doucett on Unsplash

El maíz transgénico y la transformación del campo mexicano

Por Juan Carlos Escalante Leal Académico, UNAM jcel@unam.mx, La Jornada del Campo, 19 de marzo de 2022.


Si bien es cierto que la Revolución Verde logró grandes excedentes de granos tal y como en un principio había prometido, relativamente pronto se evidenció que tenía efectos contraproducentes severos. En poco más de una década, afirman Peter Rosset, Joseph Collins y Frances Moore en su artículo “Lessons from the Green Revolution, do we need new technology to end hunger?”, que debido al uso intensivo de agroquímicos tóxicos, los suelos empezaron a exhibir un deterioro irreversible, dejando a una buena parte de la tierra agrícola inservible.

Sin embargo, de igual o mayor importancia fue el impacto en la vida y organización del trabajo en el campo. C. Wright Mills, en su libro, “White Collar”, de 1968 (2da ed.), relata la gran transformación que sobrevino al campo estadounidense, forzando a millones de farmers norteamericanos a migrar a las urbes, engrosar las filas de los empleados, así como desempleados, y a poblar las villas miseria. Gracias a la Revolución Mexicana con la redistribución de las tierras en ejidos, en México este proceso no se ha consolidado del todo. Con las modificaciones al Artículo 27 y las iniciativas de pasados gobiernos neoliberales por impulsar la producción capitalista de monocultivo a gran escala, los vientos de la segunda Revolución Verde, la biotecnológica, ya se hacen sentir. Los y las productoras mexicanas a pequeña escala pueden estar enfrentándose a un proceso similar al del vecino del norte, principalmente porque la naturaleza del capital es eliminar toda competencia. Con infinitamente menos recursos que las transnacionales, las comunidades campesinas enfrentan serias amenazas. Sólo para mantener la misma tasa de ganancia, el capital debe continuamente incrementar la producción y las ventas, lo cual significa cada vez mayores espacios de cultivo, hasta su saturación.

El gran problema de la incursión de las empresas capitalistas y sus procesos en la producción alimentaria en el campo es que el capital obliga a perder toda sensibilidad humanística. Las cinco o seis empresas químicas involucradas en biotecnología proyectan, porque el capital dicta que así sea, capturar la totalidad de la producción de granos mexicanos, incluyendo importantemente el maíz, base de la alimentación y la cultura mexicana y de la riqueza de su cocina, hoy en día declarada patrimonio cultural de la humanidad. Lo que vendría a continuación no es difícil de prever. En los Estados Unidos, afirman los mismos autores citados arriba, desde el final de la Segunda Guerra Mundial el número de fincas disminuyó en dos tercios, mientras que el tamaño promedio de éstas se duplicó. Son las hoy llamadas superfincas (superfarms).

Según cifras de 2018 de la FAO, en México existen alrededor de 46 millones de campesinos y campesinas con producción de pequeña escala, que dependen de la economía del campo, muchos de los cuales se verán necesariamente desplazados de su actividad primordial, la milpa, pues, o no podrán competir en precio con el maíz de monocultivo en grandes áreas, de producción en masa y necesariamente más barato, o sus cultivos se verán contaminados por la fertilización espontánea de plantíos aledaños.

Lo anterior puede traer no sólo consecuencias legales negativas ante las empresas cuyas semillas son patentadas. Se ha sabido de empresas en Estados Unidos que han demandado a agricultores independientes por haber encontrado entre sus cosechas plantas que provenían de la semilla patentada, aun cuando esto haya sucedido por fertilización aérea no intencionada. Un peligro mayor es que sus variedades nativas pueden verse afectadas, cambiando sus características, por la cruza con la variedad blindada transgénica. Como en los Estados Unidos, las y los campesinos, herederos y herederas, poseedores y poseedoras del conocimiento milenario de sus ancestros mesoamericanos, el cual encarnan en sí mismos y manifiestan cada vez que cultivan y cosechan el grano, invariablemente se verán forzados a emigrar, todavía con más intensidad, a las ya superpobladas urbes y al extranjero. Son ellos y ellas quienes han dado origen a las ricas variedades de maíz existentes, a sus más de 60 razas nativas y cientos de variedades.

Hoy en día, las grandes transnacionales, apropiándose de la gran ciencia al financiarla, se declaran propietarias absolutas de ese conocimiento, y exigen compensación a esos mismos campesinos y campesinas, cuando debían retribuirles regalías. Fue precisamente por el libre intercambio de semillas a través de los milenios, que el maíz nativo ha obtenido su gran diversidad.

El gobierno de la presente administración mexicana ha dado señales de querer desandar el camino, como lo muestra el Decreto Presidencial de prohibir gradualmente el glifosato. Es necesario, sin embargo, reforzar el importantísimo papel que juegan las comunidades campesinas, que siguen resistiendo las presiones de cambio de patrón tecnológico y continúan sembrando milpa, y también el de la sociedad civil que lleva a cabo acciones como la demanda colectiva contra el maíz transgénico. Ambos grupos representan un gran aliciente y cobran así mucha mayor relevancia, pues, cuando el país despierte al albor de una nueva administración, el capital seguirá allí. •Variedad de maíz mejorado de la UNAM. Alejandro Espinosa Calderón y Margarita Tadeo RobledoEl gran problema de la incursión de las empresas capitalistas y sus procesos en la producción alimentaria en el campo es que el capital obliga a perder toda sensibilidad humanística. Las cinco o seis empresas químicas involucradas en biotecnología proyectan, porque el capital dicta que así sea, capturar la totalidad de la producción de granos mexicanos, incluyendo importantemente el maíz, base de la alimentación y la cultura mexicana y de la riqueza de su cocina, hoy en día declarada patrimonio cultural de la humanidad.

Photo by Stephen Pedersen on Unsplash

Demanda Colectiva Maíz: ejemplo de resistencia y dignidad

Por Mercedes López Martínez Representante de la Colectividad Demandante contra el Maíz Genéticamente Modificado mercedes@viaorganica.org David Rivero Fragoso Integrante de la Colectividad Demandante contra el Maíz Genéticamente Modificado david.rifra@gmail.com, La Jornada del Campo, 19 de marzo de 2022.

En memoria de Eugenio Bermejillo, fundador de la CNSMNHP, luchador incansable por la biodiversidad y derechos indígenas

Las acciones colectivas entraron tarde a México, hasta 2012, mientras que en otras partes del mundo se desarrollaron desde hace 40 años, con su aplicación temprana en Estados Unidos, y durante los años 80 en Brasil y Colombia.

La reforma que incorporó las acciones colectivas en la Constitución Mexicana partió de la exigencia civil debido a la indefensión individual para la protección de derechos colectivos y difusos, con énfasis en materia de preservación del medioambiente y los derechos de personas usuarias y consumidoras.

Desde nuestra colectividad demandante contra el maíz Genéticamente Modificado (GM), aprovechamos esa coyuntura y en julio de 2013, 53 personas y 20 organizaciones campesinas, indígenas, académicas, científicas, artísticas, de consumo y gastronomía, interpusimos una demanda colectiva de acción difusa, solicitando NO una compensación económica, sino que los tribunales federales declaren que la liberación o siembra de maíces transgénicos afectará irreversiblemente la diversidad biológica de los maíces nativos de las generaciones actuales y futuras; así como los derechos a la alimentación y a la salud.

Para mantener esta lucha de largo aliento que lleva ya 8 años y medio, un elemento fundamental ha sido la medida precautoria concedida en septiembre de 2013, que impide la siembra comercial de maíz genéticamente modificado en México, centro de origen y diversificación constante del maíz, mientras el juicio continúe. Esto nos ha permitido evitar la contaminación de nuestros maíces nativos mientras se dirime el juicio. Esta ha sido una de las mayores victorias: la suspensión de permisos de siembra de maíz GM en todo el país.

Desde el colectivo consideramos que los triunfos se deben al compromiso con la biodiversidad, la ética, honestidad, energía y unidad de quienes integramos la demanda colectiva a través de:

1.- Acciones jurídicas en tribunales federales e incluso ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), por la defensa de nuestros maíces nativos, superando las etapas de admisión preliminar y certificación, pese a 11 juicios de amparo de las demandadas: Monsanto, Syngenta, Dow Agrosciences y PHI México, conocida como DuPont-Corteva y las Secretarías de Agricultura y Medio Ambiente.

Luego de más de 150 recursos jurídicos destinados a combatir la demanda y a la colectividad, en octubre de año pasado (2021) la SCJN emitió su resolución final confirmatoria de la viabilidad de la medida cautelar que tiene suspendidos todos los permisos de siembra de maíz con fines comerciales en el territorio mexicano.

En su sentencia, la Corte determinó que las y los jueces pueden emitir -en el marco de las acciones colectivas- cualquier medida que consideren idónea para proteger el medio ambiente, siempre y cuando se encuentre contemplada en el sistema jurídico mexicano. Las y los ministros rechazaron los más de 130 argumentos de impugnación de las empresas trasnacionales por ser falaces, inexactos y contradictorios.

Esta resolución es de suma importancia para la defensa de los derechos ambientales, pues en ella la Corte reafirma criterios previos establecidos en el caso de la Laguna del Carpintero en Tamaulipas y robustece los criterios que las personas operadoras del derecho deben seguir en la valoración de los casos donde exista un peligro inminente de generar un daño irreparable al medio ambiente, pues es necesario alejarse de las reglas civilistas clásicas, debido a la naturaleza compleja, para probar las afectaciones irremediables a la naturaleza. Para ello, este Alto Tribunal determinó que las y los juzgadores deberán apoyarse en los principios: precautorio, de prevención e in dubio pro natura, con el fin de lograr una protección efectiva de nuestro medio ambiente.

Respecto a la utilización de la biotecnología, la Corte reconoce su importancia para el desarrollo económico y científico de nuestro país, no obstante, confirma el temor de la Colectividad sobre el gran riesgo a la diversidad de los maíces nativos por ser un centro de origen y diversificación del maíz. Es por ello que en esta medida cautelar, continúa vigente la posibilidad de realizar siembra de maíz GM con fines científicos, para conocer cuáles serían los efectos de su liberación en el país.

Sin embargo, en los más de ocho años de litigio, las empresas trasnacionales no han siquiera intentado realizar investigaciones sobre el efecto a la diversidad de los maíces nativos en México.

¿Acaso saben que el riesgo de sembrar maíz transgénico en México es tan elevado que es preferible no realizar pruebas donde la Colectividad puede tener acceso a la metodología y resultados de sus investigaciones?

Celebramos la determinación de la SCJN. La lucha continúa en el juicio principal. Queda aún un largo camino para lograr la prohibición definitiva de la siembra de maíz GM en México para proteger la conservación y diversificación de los maíces nativos, de la milpa, de los derechos de los pueblos originarios y campesinos, así como del derecho a un medio ambiente sano y demás derechos conexos.

2.-Otra de nuestras acciones exitosas han sido las campañas de difusión en medios de comunicación y redes sociales, a través de la organización de webinarios, ruedas de prensa, entrevistas y publicación de artículos y suplementos en medios nacionales e internacionales.

3.-También hemos brindado información y difundimos los riesgos para nuestros maíces nativos entre diversas comunidades del país y en el extranjero a través de conferencias, pláticas, seminarios.

En síntesis, podemos afirmar que la demanda, la medida precautoria y la resolución de la SCJN han sido fundamentales para conservar la biodiversidad de nuestras 64 razas y miles de variedades de maíces nativos de todos sabores, colores, tamaños, condiciones climáticas y alturas.

Nuestra demanda de acción colectiva ha sido emblemática para México y el mundo por haber frenado a empresas transnacionales que, aparte de adueñarse de los derechos de semillas ancestrales patentándolas, contaminan el agua, la tierra y el medio ambiente con el glifosato, su herbicida ligado a los OGM, que ha sido letal para la salud humana y la biodiversidad.

Les invitamos a estar pendientes del curso de esta demanda que esperamos entre en la etapa de alegatos, donde cada parte concluirá con argumentos jurídicos y científicos para sustentar sus pretensiones y en la que esperamos ganar el juicio, pues tenemos la razón, la ética y el mandato de más de 500 generaciones campesinas e indígenas que han desarrollado nuestros maíces sagrados y el sistema milpa. •

Photo by Sunira Moses on Unsplash

Microplásticos: el ingrediente secreto en tu comida

Por Fernanda Sández / bocado, Pie de Página, 18 de marzo de 2022.

Nacemos, crecemos y morimos en un mundo que pesa más en plástico que en mamíferos y donde cada uno de nosotros come no menos de 5 gramos de plástico por semana. Desde hace al menos setenta años hay pruebas de la capacidad de ese material de habitarnos (y eventualmente afectarnos) de modos que no podemos imaginar, ni mucho menos ver

Flota, se mueve, gira en remolinos. No para de crecer. Es casi tan grande como Rusia –unos dieciséis millones de kilómetros cuadrados- pero no tiene ni un solo habitante. Tampoco podría: se arma y desarma al compás de los movimientos oceánicos, de los desechos plásticos que el agua quiera arrastrar. Se llama Estado del Parche de Basura (http://www.garbagepatchstate.org/) y es, al mismo tiempo, un grito de auxilio y un proyecto artístico ideado por la arquitecta italiana María Cristina Finucci  e inspirado en las famosas islas de basura que flotan en los mares.  

Después de todo, ese país conformado por las cinco islas de basura plástica repartidas entre los océanos Indico, Pacífico y Atlántico no es sino una señal de alarma. El síntoma de un mundo que en sólo siete décadas se volvió adicto al plástico y en eso sigue, convencido de que la mejor manera de olvidar lo que molesta es tirarlo bien lejos y dejar que la marea haga su trabajo. Pero no. 

Cuenta el periodista Graziano Graziani en su Atlas de micronaciones (Ediciones Godot) que al principio a la artista se le ocurrió hacer una serie de postales con la leyenda “Greetings from The Garbage Patch State” (Saludos desde el Estado de Parche de Basura) e imágenes de gente tomando sol sobre montones de basura. Pensó incluso en hacer las fotos en las islas reales pero, como ella misma dice “descubrí que el plástico, con el tiempo, está sujeto a fotodegradación y se vuelve invisible”. Aunque no se lo vea, sigue ahí en el mar y también acá, bien cerca. Dentro de la alacena. Hoy el 90% de la sal de mesa que se consume alrededor del mundo contiene diminutas porciones de plástico, lo demostró una investigación realizada en 2018. Y no hablamos de un mundo lejano: en Rosario, Argentina, otro estudio encontró micropartículas plásticas en casi la mitad de las muestras de sal de mesa analizadas. 

Otro tanto sucede con el agua que bebemos o las latas que abrimos. Fragmentado y vuelto a fragmentar, reducido a partículas del tamaño de un grano de arroz (microplástico) o aún más pequeñas (nanoplástico), el plástico siempre estará de regreso y por mucho tiempo. 

Por ejemplo, un envase de gaseosa hecho en tereftalato de polietileno, o PET, tardará 450 años en degradarse. Y el paso del tiempo solo lo convertirá en algo más peligroso. Así lo demostró en 2019 un estudio de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) publicado en la revista Science of the total environment. Fueron identificados 81 contaminantes presentes en los microplásticos que llegaban a las playas. ¿Qué había? De todo. Por ejemplo, los pesticidas DDT y clorpirifós que – como muchas otras sustancias peligrosas para la salud humana- pueden encontrar en el plástico un “transporte” ideal. 

También bacterias y patógenos encuentran en la plasticósfera un buen sitio para crecer y multiplicarse. “Los plásticos, además de las consecuencias sobre el medio ambiente, tienen un efecto directo sobre los seres vivos, ya sea por ingestión o por toxicidad”, precisa la toxicóloga Elda Cargnel, miembro del Panel de Salud y Ambiente de la Sociedad Argentina de Pediatría y jefa de la unidad de Toxicología del Hospital de niños Ricardo Gutiérrez. 

“Pueden actuar como vehículo de especies invasoras y adsorber en su superficie otros contaminantes como los BPCs, los HAPs o el DDT, incrementando así el efecto tóxico propio debido a los componentes que poseen tales como plastificantes, aditivos, metales pesados”. 

Es que para que un producto derivado del petróleo -como de hecho lo es el plástico- no se prenda fuego ante la más mínima chispa se le agregan sustancias ignífugas, así como para que resulte fácil de modelar se le suman plastificantes. En síntesis, detrás de cada cosa hecha de plástico -no importa si un pote de crema, un esmalte de uñas o algo tan imperceptible como las fibras que se desprenden de un tejido sintético- hay mucho más de lo que declaran las etiquetas. Bajo el eterno mantra del secreto industrial se han ocultado sustancias que van desde el tristemente célebre Bisfenol A (BPA) hasta el impronunciable ftalato, pasando por toda una panoplia de aditivos cuyas interacciones con otros químicos y potenciales impactos sobre la salud humana tampoco se mencionan. “No podemos decir entonces que son inertes por la liberación de estas sustancias  que se utilizan en su constitución. El plástico es una amenaza mundial para la salud humana”, alerta Cargnel. 

Comer, beber y respirar plásticos

Lo que se descartó, volviendo. Lo que debía desaparecer, regresando. La bandera del país de desechos -creado por Cristina Finucci y reconocido por la UNESCO en 2013- también habla de eso. Porque se parece al símbolo del reciclado, sólo que aquí las flechas han enloquecido: ya no son verdes sino rojo alarma; ya no dibujan un círculo virtuoso, van para cualquier lado. Son la  síntesis del desquicio plástico en el que nos hemos acostumbrado a vivir. 

Desde 1950 -cuando las petroquímicas hicieron del plástico su nuevo producto estrella- unos 8.500 millones de toneladas métricas de plástico ingresaron al ambiente, según el estudio Producción, uso y destino de todo el plástico alguna vez fabricado, el más exhaustivo informe realizado hasta la fecha. El 91% de todo ese plástico terminó en basureros o en el mar mientras que 12% fue incinerado y sólo 7% se recicló. Cerca de 8 millones de toneladas de plástico entran anualmente a los océanos y ahí se quedan. Para que una tortuga confunda a una bolsa de polietileno con una medusa, y se la trague, pero también para que el peligro vuelva a casa, fresco o enlatado. Así lo estableció en junio de 2019 un estudio de la Universidad de Newcastle, en Australia. Ese trabajo revisó la literatura sobre exposición humana a los microplásticos y habló de “una preocupación significativa dado que pueden plantear una amenaza directa (por ingestión) o indirecta (al actuar como potenciales estresores o vectores de contaminantes) para los humanos”.Y si bien todos estamos expuestos, “los bebés y los niños son especialmente vulnerables a ciertas sustancias involucradas en los productos plásticos. Por ejemplo, los ftalatos. Además, diferentes tipos de plásticos fueron detectados tanto en la placenta como en el meconio”, advierte la doctora Susan Wilburn, de la ong Salud Sin Daño.  Un estudio en menores de un año realizado en Estados Unidos probó que había veinte veces más microplásticos en sus deposiciones que en las de los adultos mientras que otra investigación publicada en Nature Food demostró que durante la preparación de un biberón (que en su mayoría son de polipropileno) se liberan hasta 16 millones de micropartículas plásticas por litro de leche.

Los datos podrí ser novedosos pero las sospechas en torno del plástico no lo son. De  hecho, ya en 1972 (y como recuerda Susan Freinkel en su libro Plástico. Un idilio tóxico), “los fabricantes sabían desde hacía bastante tiempo que los polímeros podían lixiviar aditivos pero mantenían que la gente no estaba expuesta a niveles lo suficientemente elevados como para sufrir daños”. 

¿Qué dirían hoy que la exposición se ha multiplicado exponencialmente? Hoy que el plástico ya es la norma, no la excepción. Hoy que comenzamos cada día sentándonos en un inodoro con asiento de plástico, lavándonos los dientes con un cepillo de cerdas igualmente plásticas y hasta con una pasta dental viene en un envase plástico y puede incluso contener “microesferas blanqueadoras”que no son otra cosa que diminutos trozos de, sí, plástico. 

Es por eso que Estados Unidos prohibió estas microesferas en 2017, mientras que Inglaterra, Canadá y Nueva Zelanda las prohibieron al año siguiente. En Argentina y con la ley 27.602 De productos cosméticos y productos de higiene oral de uso odontológico, aprobada el  20 de diciembre de 2020, se estableció la prohibición de producir, importar y comercializar “productos cosméticos y productos cosméticos de higiene oral de uso odontológico que contengan micro-perlas de plástico añadidas intencionalmente”. Eso sí, para que esta norma entre en vigencia habrá que esperar a diciembre de este año. Mientras, cabe recordar que una simple ducha en la que se usen jabones o cremas exfoliantes puede liberar hasta 100.000 microperlas que permanecerán muchos años en el ambiente, ingresando en la cadena trófica. Volviendo a nosotros, una y otra vez.  

Otro dato: los objetos plásticos que nos rodean prácticamente duplican a los fabricados con materiales naturales. Otro dato más: según  el estudio de la Universidad de Newcastle antes citado, “la cantidad de microplásticos ingeridos por los humanos a través de varias vías de exposición sugiere que, en promedio, podrían estar ingiriendo tanto como 5 gramos de microplásticos por semana”. El equivalente a una tarjeta de crédito por mes. O, si se prefiere otra imagen, a un bolígrafo. Eso comemos, como mínimo: una tarjeta o una birome cada treinta días. Aunque, si queremos calcularlo con mayor precisión, nada como entrar a Mi dieta plástica y sacar cuentas. 

Para el doctor Damián Verzeñassi, médico especializado en contaminantes ambientales y profesor de la Universidad Nacional del Chaco Austral (UNCAUS), “hoy la industrialización de los alimentos ha transformado un proceso como el incorporar nutrientes a nuestro organismo en un nuevo modo de ir intoxicándonos y alterando nuestras biologías. Un organismo que incorpora  sustancias que son imposibles de ser metabolizadas y degradadas por los sistemas biológicos que lo constituyen es un organismo que indefectiblemente va camino a alterar sus procesos fisiológicos. Si con cada comida incorporamos disruptores hormonales y sustancias que no pueden ser metabolizadas y que se acumulan en diferentes órganos, claramente no vamos a poder desarrollar un ciclo vital libre de daños”. 

Hasta que la muerte no nos separe

En el fondo del mar. En el polvo de un pueblito de los Pirineos especialmente seleccionado para el estudio por estar lejos de cualquier gran ciudad y – supuestamente- a salvo de toda contaminación. En la nieve que cae en Siberia. A 3.700 metros de profundidad, en el monte marino Enigma, en la zona de las fosas de las Islas Marianas. Pero no sólo ahí, sino también muchísimo más cerca. Más adentro, incluso. En el cerebro, los pulmones y hasta los fetos de ratas sometidas a estudios de laboratorio, por ejemplo. En todos esos lugares se confirmó ó la presencia de microplásticos. 

Irónicamente -o no tanto- el material que alguna vez se jactó de ayudar a la naturaleza (surgió en parte como respuesta a la escasez de marfil que en 1860 amenazaba con dejar a los aristócratas sin bolas para su juego favorito: el billar) hoy es una pesadilla para todo lo vivo. Tapiza el planeta, intoxica los mares y amenaza al mundo que decía querer proteger. 

Carolina Monmany Garzia es ecóloga y como parte del Instituto Ecológico Regional (IER) de la Universidad Nacional de Tucumán investiga el devenir del plástico en diferentes ecosistemas. Ni lo duda: “El mundo ya está plastificado”, dice. “Dependemos de él para alargar la vida de los alimentos y para cubrir necesidades de salud. De hecho el consumo de plástico durante la pandemia aumentó 400%. Mi grupo de trabajo se enfoca en ambientes terrestres y estamos examinando cómo se mueve el plástico desde cada casa hasta los ecosistemas terrestres. Tenemos que volcarnos a la economía circular cuanto antes, porque el plástico es un contaminante silencioso que baja nuestra calidad de vida cuando entra a nuestro cuerpo”.

“Ahora los humanos somos un poco de plástico”, tituló The Washington Post en los setentas. ¿Y hoy? Hoy somos mucho más plásticos que entonces. 

Cuando morimos, hasta la naturaleza percibe nuestro carácter de artificio. “En los últimos años, quienes trabajan en antropología forense y en la exhumación de cuerpos han comenzado a observar que el proceso de putrefacción de los cuerpos humanos está ralentificado”, revela Verzeñassi, un médico especializado en contaminantes ambientales. “Los tiempos que requería la naturaleza para transformar nuestros cuerpos en materia orgánica se han extendido y en algunos casos se ha duplicado. Algo les estamos incorporando a nuestros cuerpos que ya no los vuelven tan confiables para los microorganismos que  intervienen en su descomposición”.

En 1947 una nota periodística hablaba del nylon como de “ese alegre impostor”. Capaz de imitar la madera, el marfil, el nácar, la seda e incluso la piel humana. Capaz de volver a cada cosa –no importa si un peine, una silla o un par de zapatos- mucho más barata y accesible, el plástico entró a nuestras vidas sin pedir permiso ni dar explicaciones. Hasta que la realidad y las primeras víctimas comenzaron a pedirlas. Obreros enfermos por la acción de ciertos químicos, médicos preocupados por las sustancias presentes en las bolsas plásticas de perfusión usadas en las transfusiones de sangre, sustancias que terminaban encontrando luego en los cuerpos de sus pacientes…Pero hoy ya no es necesario trabajar en una fábrica de plásticos ni rodeados de tubos, pipetas o bolsas para estar expuestos a los efectos deletéreos del “alegre impostor”. El daño de los plásticos sobre las células quedó demostrado en diciembre de 2021 en una investigación encabezada por el doctor Evangelos Danopoulos. El trabajo, publicado en el Journal of Hazardous Materials reveló muerte celular, reacciones alérgicas y daño en las paredes celulares. “Deberíamos estar preocupados porque no hay manera de protegernos. Tampoco hay manera de saber qué hacen los microplásticos una vez en nuestros organismos”,  dice el investigador. 

Secretos tóxicos

Si bien los primeros reportes sobre el impacto de los plásticos en la salud humana se remontan a 1950, hubo que esperar hasta 2019 para que la Organización Mundial de la Salud (OMS) tomara en serio el riesgo y pidiera más investigaciones sobre microplásticos. Casi setenta años de silencio científico. Y la OMS reaccionó sólo después de que un estudio pusiera en evidencia la presencia de micropartículas plásticas en algo tan esencial como el agua de consumo humano. 

“Necesitamos urgentemente más datos sobre los efectos en la salud de los microplásticos, que están presentes en todas partes, incluso en el agua que bebemos”, alertó la directora del Departamento de Salud pública, Medio ambiente y Determinantes sociales de la salud de la OMS, la doctora María Neira. Pero, como suele suceder en esta clase de comunicados, acto seguido su discurso tomó un tono tranquilizador al decir que “la escasa información disponible parece indicar que el agua potable contaminada por esos materiales no es perjudicial para la salud, al menos a los niveles actuales”. 

Así sucede siempre. Así pasó con el tabaco primero y con los agroquímicos después, por sólo citar dos ejemplos de cómo funcionan las agencias sanitarias en relación a las industrias millonarias: ante la sospecha de daño, en vez de optar por la precaución se exigen pruebas y más pruebas, mientras se usa a la duda como argumento para seguir adelante con el negocio.  

Pero, ¿cómo seguir apostando a la duda en un mundo ya saturado de plásticos? En 1907, el químico Leo Baekeland -creador del primer plástico sintético, la bakelita- dijo que gracias a su invención la Humanidad había creado “un cuarto reino” porque ya las cosas no debían ser sólo minerales, vegetales o animales. También podían ser plásticas: duraderas, indeformables, abundantes y baratas. ¿Qué diría ahora que el reino que inventó se derrama sobre los otros tres? 

Un dios ubicuo 

Que cada humano de principios del siglo XXI devore por mes el equivalente a una tarjeta de crédito es, bien mirada, una metáfora impecable: en el mundo del descarte y la compra frenética, tal vez no haya lápida mejor que ese rectángulo de plástico con nuestro nombre y una fecha de vencimiento.  

Que los humanos de principios del siglo XXI, capaces de pronosticar desde el clima en 2030 hasta el lugar exacto de caída de un meteoro, no sepamos cuántos microplásticos tenemos en nuestro organismo ni qué efectos pueda tener eso sobre nuestra salud y la de nuestra descendencia, también. Porque, después de todo, la sociedad en la que vivimos habla por sus silencios. Silencios gracias a los cuales el humano promedio ingiere como mínimo 50,000 microplásticos al año y no hay tejido humano en el que no se las haya detectado.

A desplastificar

Así como los alimentos orgánicos pueden ser una alternativa para evadir la presencia de agroquímicos, ¿podemos des-plastificar nuestra vida cotidiana? Según la doctora Wilburn, definitivamente sí. De hecho,“protegernos de la polución plástica es posible partiendo de la base de que el plástico está siendo sobre utilizado. Podemos reducir significativamente su uso  y sustituir otros. El PVC, por ejemplo, es uno de los plásticos que deberíamos reemplazar. También hay muchos otros que podrían contener químicos dañinos sobre los cuales no sabemos demasiado”. 

¿Entonces? 

Más vidrio, más metal, más madera, más tela y más loza para los utensilios. 

Menos microondas. Menos conservas en lata, cuyos interiores también están tratados con plásticos. 

Y, en el caso de bebés y de niños, el doble de precauciones porque (especialmente cuando son más chicos y todo se llevan a la boca), los riesgos son mayores.. Mientras la ciencia se anima a investigar, podríamos desarrollar una actitud más responsable y más alerta. Lo hace, por ejemplo, la app gratuita My tiny plastic footprint (mi pequeña huella de plástico), desarrollada por la ong europea Fundación Sopa de Plástico justamente para reducir no sólo nuestro consumo de ese material sino también la exposición a nuestro enemigo más íntimo. 

Lo que fuere para tratar -tanto como se pueda- de devolverlo allí adonde pertenece. Al laboratorio. 


 *Este reportaje fue producido por la red de periodismo latinoamericano Bocado.lat

Photo by Sören Funk on Unsplash

México: la infinita máquina de hacer botellas

Por Dalia Souza y Darwin Franco / Bocado, Pie de Página, 16 de marzo de 2022.

México es uno de los principales consumidores de bebidas azucaradas del mundo y mucho se ha dicho de los problemas de salud que eso provoca pero, ¿cuánta basura implica? La sede principal de Coca-Cola en América Latina lanza dos campañas de reciclaje. De supuesto reciclaje, porque quienes recogen botellas son los consumidores y del dinero que eso genera poco se conoce. Negocios, falsas soluciones y oportunidades

En México una persona toma, en promedio, 225 litros de Coca-Cola al año. Si la botella más vendida es la de 600 mililitros, significa que compramos 375 botellas, generamos 12.5 kilos de plástico por persona cada 12 meses . 

Un kilo de PET, el material con el cual están hechas la mayoría de las botellas de bebidas azucaradas, se compra en 7 pesos mexicanos (30 centavos de dólar). Si hacemos cuentas, la recolección de este plástico es una industria millonaria que -de acuerdo al Informe La nueva economía de los plásticos– podría ayudar a las empresas generadoras a recuperar entre 80 mil y 120 mil millones de dólares al reciclar en lugar de desechar sus envases.

Tal vez por eso, en México -desde 2018- la empresa FEMSA, mayor embotelladora de América Latina, lanzó su campaña “Un Mundo Sin Residuos”. Dice querer reciclar para el 2030 el 100% de las botellas que vendan, que no es lo mismo que el 100% de las botellas que produzcan, aunque sus promocionales sean poco claros.

Esa empresa en México posee la capacidad para reciclar 4 mil 100 millones de botellas al año, según datos de sus dos plantas de reciclaje de PET (una de ellas, PetStar, la más grande de la región). Sin embargo, esa cantidad de botellas es ínfima porque la refresquera produce 110 mil millones de botellas de PET anualmente, de las cuales sólo recicla el 3.72%, ha denunciado GreenPeace México. Es decir, de las 375 botellas que toma cada habitante sólo se reciclan 14 y 361 van a dar a la basura, a los ríos, los mares (y luego de regreso a nuestra comida y organismo en forma de microplásticos). 

Para recuperar aquellas botellas con las que no está haciendo dinero, Coca-Cola FEMSA está invitando a sus consumidores a que sean ellos quienes le ayuden a recuperar todo el PET que generan.

En México, las y los consumidores no tienen muchas opciones, pues el modelo de producción lineal -tomar, producir, usar, desechar- ha puesto en botellas de este tipo la mayor parte de los productos. Pero, a la par, lo que también han instaurado las empresas  es la idea de que las y los consumidoras somos las únicas personas responsables de su destino final, lo cual es falso, pues el principio de responsabilidad extendida -concepto clave de la llamada economía circular que impulsa un cambio en la lógica de producción- señala que las empresas generadoras deberían ser las principales responsables de estos desechos.

Esto, desde luego, no se señala así en los videos promocionales o en la infinidad de infografías que aparecen en www.unmundosinresiduos.com, y donde advierten que “aunque nosotros no les creamos”, ellos -como empresa- sí están siendo responsables porque han logrado que el 98% del producto que emplean sea reciclable y que el 47% sus productos sean retornables. Sin embargo, para cumplir el sueño de “un mundo sin residuos”, requieren que nosotros seamos quienes recuperemos todo su PET.

No es esta la primera campaña de Coca-Cola sobre estos temas. Antes, por ejemplo, lanzaron Somos orgullosamente #PNDJOS Verano Sprite 2019 donde decenas de jóvenes liderados por influencers lograron recolectar de las playas de Seybaplaya (en Campeche); Playa Rosarito (Baja California), Playa Celestún (Yucatán) o Playa Papagayo (Guerrero): 24 toneladas de residuos (aunque de estos sólo 420 kilogramos fueron de PET). 

Casualmente la campaña se lanzó para promocionar una edición especial de Sprite, refresco que en ese verano se envasó en una una botella azul hecha en un 100% con botellas de plástico recuperadas. Es decir, se hizo una campaña supuestamente ecológica para lanzar una nueva botella de refresco. Socialwashing que le llaman.

En los videos promocionales de sus labores de limpieza, Coca-Cola olvidó mencionar que en México hay entre 0.01 a 0.25 millones de toneladas métricas de plástico por km2 en los océanos, razón por la que limpiar sólo playas no es suficiente. Y que el problema  no está sólo en las botellas que ya existen, sino en las que ellos producen por millones cada día: “La clave para entender el problema -dice Miguel Rivas de Oceana- no sólo está en preguntarse qué pasa con el 50% de las botellas de PET que no se reciclan, pues sí sabemos que acaban en mares, ríos, campos, sino en preguntarnos por qué en México se produce tanto PET. Si las acciones no apuntan a replantear los modelos de producción, no importa cuánto sea lo que se recicle, la producción siempre seguirá creciendo”.

¿Qué impacto tiene recolectar 420 kilogramos de PET en playas mexicanas? Si la misma Coca-Cola produce 200 mil botellas, es decir, 8 mil kilos de PET, por minuto en el mundo, conforme datos de la Fundación Ellen MacArthur. Para el medio ambiente sirve de poco, pero para su marketing verde ayuda a posicionar la idea de que les interesa el planeta.

Importa mirar cada campaña de Coca-Cola porque, productos sin duda estudiadísimos, siempre establecen marcos para pensar temas, en este caso, el reciclaje. Mirar críticamente sus campañas aquí importa porque México es el mayor consumidor de refrescos y bebidas azucaradas del planeta, esto representa para la empresa transnacional el 11% del total de sus ganancias mundiales. Esos réditos  de un país donde tomamos 225 litros de refresco al año, más que los 200 litros por persona que es el consumo en los Estados Unidos. 

¿Y en qué viene todo este refresco que consumimos?En botellas de un solo uso, sobre las que nadie quiere asumir responsabilidad. Para tener “un mundo sin residuos”, la primera acción sería no producirlos.

Sin ley

¿Cuánto espacio ocupan 375 botellas de PET? Es difícil imaginar el espacio de los 225 litros de refresco que por año tomamos los mexicanos, pero si nos diéramos a la tarea de guardar cada botella podríamos llenar hasta dos cajuelas de autos tipo sedan o hasta tres contenedores de basura comunes (102 x 54 x 75 cms).

Ahora pensemos en el espacio que ocuparían las 110 mil millones de botellas de PET que produce Coca-Cola en México. ¿Estadios? ¿Campos de fútbol? Las medidas son difíciles de imaginar.

Lamentablemente este no es el único desecho plástico que se genera en el país. La Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT) estima que se producen 8 millones de toneladas de plástico al año, de los cuáles el 50% son materiales de un solo uso.  Esto sitúa al país en el cuarto lugar mundial en cuanto a la producción de botellas de PET, tan sólo por debajo de China, Estados Unidos y toda la Unión Europea.

Y aunque son empresas quienes producen los desechos, las leyes mexicanas dividen las responsabilidades de una forma algo extraña. Señalan que las fuentes generadoras de residuos (industria y sociedad) son, por igual, los primeros responsables en los procesos de reciclaje, aunque el volumen de generación de residuos de empresas como Coca-Cola sea infinitamente mayor a la que genera cada persona.

Después, en cuanto a separación de residuos todo recae en los gobiernos municipales, quitando toda responsabilidad a las empresas. Al no tener los municipios la capacidad para administrar la enorme cantidad de basura subcontratan a empresas particulares que -como ha señalado la Semarnat- muchas veces no cumplen lo prometido así la mayoría de los materiales que podrían reciclarse terminan siendo enterrados en rellenos sanitarios.

La Ley General para la Prevención y Gestión Integral de los Residuos clasifica los tipos de residuos en: sólidos urbanos, de manejo especial y peligrosos. 

Los primeros son todos aquellos que generamos en casa habitación o que se producen por las diferentes actividades sociales aunque pueden considerarse de manejo especial si alcanzan las  10 toneladas por año. Como ejemplos, PET, aluminio y vidrio que son residuos que podemos generar mediante el consumo de agua, refresco o cervezas, y requieren un tratamiento específico por el volúmen que implican.

Si una persona o empresa produce esas 10 toneladas se le denomina “Gran Generador” y tiene una serie de responsabilidades como realizar un plan integral de manejo de residuos donde se priorice la maximización de su aprovechamiento. Lo cual -explica Tania Ramírez, Jefa de Departamento de Estudios de Residuos en el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático- va más allá de sólo reciclar: “Implica planear -desde la creación y producción del envase o botella- cuál será su ciclo de vida, cómo se le dará valor luego de su uso y cómo es que reducirán el impacto que causan en el medio ambiente”. 

Los grandes generadores de México son la industria refresquera, las embotelladoras de agua, la industria de bebidas azucaradas y alcohólicas que, en conjunto, son las principales productoras de envases de PET, aluminio y vidrio. Pero dar seguimiento al cumplimiento de cada empresa en el país resulta casi imposible, admite la experta, pues el gobierno no tiene capacidad de vigilancia para comprobar si los compromisos socioambientales realmente se cumplen. Así que las leyes o reglamentos que se crean para combatir la llamada contaminación plástica terminan siendo, lamentablemente, letra muerta. Algo que podría pasar también con la Ley de Economía Circular ,aprobada el 17 de noviembre de 2021.

Una forma de frenar estas avalanchas de basura, proponen  organizaciones civiles, está en regular no sólo el manejo de los residuos sino también cambiar el modelo económico de producción para establecer límites, por ejemplo, al número de botellas de PET que se pueden producir y al porcentaje de botellas que cada empresa debe obligatoriamente reciclar cada año.

Y en la realidad, lo que han observado desde espacios de análisis es que hasta ahora los procesos industriales no están abocados a generar cero residuos. Todo lo contrario.

Esto que ocurre en México está muy alejado de los principios de la llamada “Economía Circular” que impulsa en el mundo la Fundación Elle MacArthur y que se trata, básicamente, de “compartir, alquilar, reutilizar, reparar, renovar y reciclar materiales y productos existentes todas las veces que sea posible para crear un valor añadido”.  Hacerlo ayudaría a cumplir los criterios de responsabilidad extendida, pues la responsabilidad de Coca-Cola no acaba cuando nos vende su producto: sería su obligación lograr  la recolección, reutilización y reuso de todos los envases o botellas que produzcan, no sólo de aquellas que vendan. 

¿Qué pasó en México cuando se quisieron establecer estos criterios en las leyes?Se desecharon porque “los grandes generadores”,  tras cabildear con las y los legisladores lograron dejarlos fuera de la Ley de Economía Circular.  Ganó en México una visión sesgada de la economía circular que, según Miguel Rivas de la ONG Oceana, se enfoca sólo en reciclaje y busca “disociar la actividad económica del consumo de recursos finitos y eliminar los residuos del sistema de diseño”. 

Algo que Coca-Cola explica de manera tramposa, dice Miguel Rivas, quien también es doctor en Ciencias y Ecología: “Las empresas suelen utilizar el concepto de Economía Circular como un sinónimo de reciclaje y, con ello, intentan confundir a las personas haciéndoles creer que el centro de todo es el reciclar residuos cuando lo importante sería que ellos [empresas] replantearan su forma de producir, pues fueron ellos y no el consumidor quien decidió meter el producto en envases de PET”.

Para confirmarlo basta con asomarse al “curso” que ofrece la refresquera en su campaña “Un Mundo Sin Residuos”: sin una sola crítica a su modelo de producción infinita de botella. Bea Pérez, Directora Global de Comunicación, Sustentabilidad y Alianzas Estratégicas para The Coca-Cola Company, dice que no sienten orgullo que “algunas de sus botellas terminen en lugares incorrectos” y por ello suscriben convenios para limpiar océanos y ríos o hacen campañas para recuperar botellas. Pérez dice que eso “es hacer economía circular”. Nunca habla de dejar de producir residuos. 

Parches y marketing verde

Algunas empresas como la cervecera Grupo Modelo, la fábrica de productos de limpieza Allen y las transnacionales Nestlé y Nescafé también han lanzado campañas de “concientización ecológica”. Pero sigamos mirando a Coca-Cola para entender su postura completa. 

Además de la limpieza de playas (por otros) tiene otra campaña: “Mi tienda sin residuos”,con el supuesto  objetivo de recolectar y reciclar todas sus botellas para el año 2030.

El programa consiste en que cada dueño o dueña de un pequeño establecimiento comercial -tiendita, miscelánea, almacén- permita la instalación de un contenedor para la recolección de PET donde las personas depositarán botellas vacías, limpias, aplastadas y cerradas. Luego, un “socio recolector” se encargará de reunirlas y llevarlas a las plantas de reciclaje de Coca Cola: IMER y PetStar, en donde se lavarán, desinfectarán y fundirán para transformarlas en “nuevas botellas”. 

La empresa refresquera asegura que, desde iniciada esta campaña, ha recolectado 6 de cada 10 botellas que venden. Sin embargo, de acuerdo con el documento Panorama General de las Tecnologías de Reciclaje de Plásticos en México y en el Mundo elaborado, en 2020, por el Gobierno de México – a través de la Semarnat y el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático- esto no es necesariamente cierto porque no existe un registro fidedigno para saber cuánto plástico se recupera en el país ni de qué tipo es. Además, en sus páginas web, IMER y PetStar, filiales de Coca-Cola presumen reciclar 4 mil 400 millones de botellas al año, lo que representa el 3.72% de todas las botellas que produce la marca; y está muy lejos del 60% que señalan en su campaña. 

En “Un Mundo Sin Residuos” se asegura que de cada botella recolectada por la ciudadanía se hará otra nueva botella, lo cual tampoco es cierto, pues para generar nuevas botellas de PET además de escamas plásticas de diversas botellas recicladas se tienen que usar, resinas plásticas vírgenes. Imposible que una botella usada se transforme en una nueva. 

Por ello, organizaciones críticas de estas campañas insisten en que reciclando sin cambiar los modelos de producción no representa solución. Dice Miguel Rivas de la ONG OCEANA: “¿De qué sirve estar promoviendo la recolección o reciclaje de PET? Si ellos van a estar generando millones más. Eso sólo sirve para sus campañas de marketing y sus indicadores de que hacen algo en pro del medio ambiente”. 

Campañas que hoy implican, por ejemplo, un gran anuncio comercial disfrazado de contenedor. Porque claro, “Mi Tienda Sin Residuos” implica instalar en cada tienda una gran botella de Coca donde las personas pueden depositar algunas de las 375 botellas que consumen cada año.

Coca-Cola dice que en todo México, 316 tiendas o establecimientos comerciales de nueve estados del país participan de la campaña desde noviembre de 2020. Son apenas el 0.03% de este tipo de negocios, pues de acuerdo al último Censo Económico realizado en 2019 en el país hay 998 mil 120 comercios al por menor de abarrotes, alimentos, bebidas, hielo y tabaco.

Según los registros de la refresquera, en el estado de Jalisco participan 18 locales comerciales ubicados en seis municipios de la Zona Metropolitana de Guadalajara (el 0.01% de todas las tiendas con registro). Sin embargo, al visitar a siete de ellos encontramos que no existen los contenedores de reciclaje y quienes atienden los negocios no estaban ni enterados de que su tienda había sido “seleccionada” para ser parte de la campaña.

María del Rocío es una mujer de aproximadamente 55 años, dueña de una tienda en la calle Chihuahua en la colonia El Mante, Zapopan. Cálida y amable,  bromea con quien entra a su tienda tapizada con promocionales de Coca-Cola: una lona, un dispensador y diversos cárteles publicitarios. 

Ella supo de la campaña porque un promotor le contó que iban a realizar una “cosa de reciclaje”, pero hasta ahí quedó todo. Se sorprende cuando le mostramos su nombre y la ubicación de su tienda en el mapa que la refresquera ofrece para depósito de botellas vacías. “Esa sí es la dirección de mi tienda, pero esa que sale ahí no soy yo”, contesta molesta al ver en nuestro celular su registro en la página de la campaña.

A María del Rocío no le parece mala idea que le lleven un contenedor para reciclar las botellas pero le desilusiona que, tras muchos años de vender esa  marca, escriban mal su nombre y ni siquiera le  lleven el mentado contenedor. 

Lo mismo pasa  en Abarrotes Don Sergio, en la calle Loma de Ginebra en Tlajomulco de Zúñiga. Otro negocio lleno de publicidades de  Coca-Cola donde  el encargado no sabía que el negocio había sido marcado como punto de reciclaje. “Eso del reciclaje es una buena idea pero yo me vengo enterando de esto ahora que me lo están contando”, dice un  hombre de 30 años que atiende en el horario matutino.

Al mostrarle el mapa de ubicación y los datos de la tienda, reacciona: “Ese nombre que sale no es del dueño, sabe quién sea esa persona, pero deja le tomo una foto para que él se las enseñe y nos digan qué onda”. 

Seguimos recorriendo el mapa de reciclaje que publica Coca-Cola. Vamos a otras cinco tiendas en los municipios de Tlaquepaque y Guadalajara donde todo es igual: mucho color y logo de Coca-Cola por fuera y dentro, pero nadie sabe nada de la campaña.

Cuando pensamos que la gran botella sólo existía en el video de la Coca, por fin encontramos una tienda con el famoso contenedor de botellas. Está en la tienda La Paloma, atendida por Alberto Álvarez, Don Beto. Tiene 60 años, más de 20 detrás de este mostrador, y se nota que disfruta de su trabajo. Detrás del cubrebocas deja entrever una sonrisa, bromeando recibe a su clientela y a todos llama por su nombre.

El contenedor en forma de “Coca” -un tercio lleno- está afuera de su negocio. Don Beto cuenta que el contenedor lo llevaron desde noviembre y una vez por mes acuden a llevarse el PET acumulado: cinco kilos y medio según le informó el recolector. “La campaña me parece bien, pues promueve que los vecinos traigan los envases en lugar de tirarlos a la calle, pero el detalle está en que no nos dicen el destino que se le vaya a dar al producto o para qué se va a ocupar todo lo que se lleven. Es decir, no sabemos si se harán más productos con eso o si lo van a vender”, dice Don Beto con desconfianza.

No quiere pensar mal de la refresquera pero esta campaña le genera dudas. Particularmente le desconcierta la manera en que pesan lo recolectado, porque no cree que un contenedor de un metro y medio de altura y de 60 centímetros diámetro, lleno de botellas de PET pese sólo cuatro kilos, como le dijeron los empleados de la empresa: “Es que vienen y a uno lo agarran ocupado, se llevan el contenedor al camión y ya ni chance dan para ver cómo lo pesan”.

Don Beto cuenta que a cambio de participar en Mi tienda sin residuos le prometieron una serie de recompensas por supuesto vinculadas a la cantidad de PET recolectado: “Yo sé que la meta no es el premio sino el participar en una acción que va a mejorar el medio ambiente pero ¿cómo puedo hallar motivación para invitar a la personas a participar en el reciclaje si siento que no están siendo tan honestos en el pesaje del PET?”. Por eso trazó una estrategia para despejar sus dudas. Pesó el contenedor vacío -17 kilos- y una vez que lo llene lo volverá a pesarlo para saber cuál fue el peso real porque sigue creyendo que el contenedor llenó pesa más de 4 kilos.

Más allá de las dudas de Don Beto, si efectivamente cada contenedor es capaz de recolectar sólo cuatro kilogramos de PET, significa que el programa Mi tienda sin residuos sólo podría captar mil 264 kilogramos de botellas por viaje en las 316 tiendas en las que se supone ahora está instalado, si es que los recipientes se llenan (algo que dice Don Beto ocurrió en su caso una sola vez). Con mil 264 kilogramos de botellas difícilmente se pueden captar las seis de cada 10 botellas de PET que Coca-Cola presume ha reciclado.

R de retornable 

“El problema no es el plástico como material, es el modelo de consumo de usar y tirar, que nos tiene consumiendo plásticos a lo loco”, insiste Miguel Rivas de la ONG Oceana-. El modelo sin alternativas: “un ciudadano sólo decide comprar o no comprar y, cuando todas las compañías venden el producto de la misma forma, hay muy poca capacidad de elección”. 

No hay alternativas para las personas y los programas, se llamen como se llamen, siguen siendo pequeños parches. No sólo por el volumen de PET que se puede reciclar sino también porque su presencia no llega ni al 1% de todas las tiendas en las que la Coca-Cola, sí deja su producto semanalmente.La solución para muchos ambientalistas está en “la retornabilidad”. 

Lo traduce Rivas: “Si pudiéramos generar el 10% de las botellas PET desechables en botellas PET retornables reduciríamos la contaminación por plástico hasta en un 22%. Y si lo hiciéramos en un 50%, la contaminación la podríamos reducir en un 80%”. Y de esta manera, sí podríamos llegar a reducir los residuos, cosa que no se propone en “Un Mundo Sin Residuos”, donde no se rompe el ciclo de producción.

Hacer lo que sugiere el defensor del medio ambiente implicaría regresar a las prácticas de producción y consumo que teníamos en los años 90, antes de la explosión del uso del plástico desechable. Volver a los tiempos en que cada casa tenía botellas vacías y las llevábamos a los comercios para adquirir nuevamente el producto, pero ya no el envase. En esos tiempos que parecen tan lejanos no había una sobreproducción de recipientes.

¿Qué pasó entonces? El mercado ofreció el PET como una forma de disminuir costos pues las empresas ya no tendrían que regresar a los comercios para recoger envases vacíos, bastaría con dejar el producto. La responsabilidad del residuo se traspasó a las y los consumidores, sin hablar del daño ecológico que se gestó con este modelo lineal de tomar-producir-usar-desechar. La sola no retornabilidad de envases de refrescos o cervezas, sus residuos se convirtieron en el 10% de la basura que se genera en México, así ha quedado demostrado en los informes del gobierno mexicano. 

Y en nuestro presente del paradigma indiscutible “comprar-tirar”, ya insostenible para el medio ambiente, las campañas de las empresas incentivando a recolectar no son más que paliativos. Lo que se requiere es que cambien el modelo, que dejen de producir al infinito. Que apuesten, por ejemplo, por algo más arriesgado como la retornabilidad de los envases.Así también lo cree Tania Ramírez, especialista en manejo de residuos, para quien el camino es hacer que las empresas generen cero residuos y que, a la par, vuelvan a la retornabilidad, aunque “esto les genere más gastos en su logística”.

En las tiendas visitadas y muchas más que no forman parte del marketing verde de la refresquera, los envases de PET y los retornables conviven dentro de los refrigeradores. Los envases retornables se distinguen porque su taparrosca es color verde. La presentación que se tiene para estas botellas es de 1.5 y 2.5 litros. Las botellas más vendidas en México son las de 600 mililitros, todas esas desechables, de un sólo uso. 

En México, ningún marco normativo obliga a las empresas a establecer tasas de retornabilidad de sus botellas, tampoco establece parámetros para aumentar cada año el porcentaje de recuperación de residuos. Todo queda librado a su voluntad, que siempre tendrá al rendimiento monetario por delante.Y al menos para este reportaje, esa voluntad fue poco generosa: se solicitó entrevista en varias ocasiones a las personas encargadas de “Un Mundo Sin Residuos”, pero eligieron no hablar siquiera.


El daño ya hecho

El 8.34% de los residuos que se generan en México son PET, aluminio y vidrio; así se evidenció en el “Diagnóstico básico para la gestión integral de residuos” realizado en 2020 por el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático. Cada día se recolectan más de 3 mil toneladas de PET, 3 mil 700 toneladas de vidrio y mil 200 toneladas de aluminio. Provienen de las industrias de bebidas azucaradas y  alcohólicas, son latas de cerveza, botellas plásticas y envases de refresco. Esos residuos que se generan en muchos hogares.

Y de esas montañas de basura sólo se recicla entre un 1 y un 2%.

Brutal. Lo confirma Tania Ramírez, quien coordinó técnica y editorialmente el estudio diagnóstico. Aún con ese raquítico 1%,  México es líder en América Latina en reciclaje de PET, pero el problema está en el 98-99% restante: genera daños socioambientales importantes acerca de los cuales no hay muchos estudios aún pero son alarmantes: “en el Golfo de México se han identificado ya presencia de microplásticos en biota que incluye a toda la especie marina y a todas las plantas que hay en la región”.

Uno de cada cinco peces que se consumen aquí tienen en su estómago fragmentos de algún tipo de plástico, ha demostrado Oceana mientras otra ONG, GreenPeace México, encontró que de los 827 residuos presentes en los mares de México, 396 son plásticos, principalmente PET.

Nuestro plástico está contaminando a mares y animales: el 90% de las aves marinas han comido plástico, una de cada tres tortugas marinas en peligro de extinción muere por contaminación al ingerirlo. Un dato igual de alarmante, se calcula que por la presencia de plástico y microplásticos en el ambiente y en los productos que ingerimos, cada mexicano consume al año el equivalente a una tarjeta de crédito, así lo reporta OCEANA en su informe “No eres tú, es el plástico”.

Los expertos aquí consultados coinciden: aunque puedan generar conciencia, de poco ayuda ir a levantar plásticos de las playas o recogerlos en tiendas. Pero además es preciso entender los límites del reciclaje, dice la funcionaria Tania Ramírez: “Debemos comprender que los productos reciclados no crean uno nuevo de igual condición. En el caso de las latas de aluminio, sí se puede reciclar infinitamente sin perder su calidad, es una cualidad importante de ese material, pero otros materiales una vez que son reciclados van perdiendo calidad. Por tanto, tienen que meter materia prima nueva y material reciclado para lograr el mismo grado de calidad que el producto original. El PET sí tiene un tiempo de vida”. 

Entonces, resulta una publicidad engañosa decir que la botella que reciclas se vuelve una nueva botella, como pregonan Coca-Cola y muchas otras  empresas.  No sólo es juntar y reciclar plásticos, tampoco es sólo volver a lo retornable. Para revertir -o frenar- esta destrucción, explica Tania Ramírez, hay que  reducir el consumo de energía que implica cada proceso de producción. Lo muestra el vidrio, que al reciclarse reduce hasta un 38% la energía necesaria para producirlo.

Mientras tratamos de encontrar salidas, de entender cuál sería el plan completo más efectivo, en nuestra casa desde hace varios años reciclamos y reutilizamos botellas de PET. Algunas veces usamos botellas como juguetes para Bonie, la cachorra de nuestra manada pero después de platicar con la investigadora Tania Ramírez nos enteramos que esa acción hacía imposible su posterior reciclaje porque al ser mordidas no sólo se contaminaban sino que también formaban cientos de microplásticos que se volvían contaminantes para el ambiente. Falta mucho por saber.

Lo que va quedando claro es que creemos comprar  una bebida cuando en realidad estamos comprando un envase PET. Y al ser dueños de esas botellas o latas después tenemos el problema de qué hacer con ellas, sin una educación ambiental que nos ayude a comprender los efectos de nuestros consumos. Las estadísticas dicen que algunos residuos llegan a centros de acopio y plantas de reciclaje pero en la mayoría de los casos -un 98 a 99% según los estudios aquí citados- acaban en mares, ríos, montañas. 

Nosotros logramos encontrar un centro de acopio y pudimos dejar ahí el PET, aluminio y vidrio que generamos durante varios meses: casi un contenedor de basura cuando sólo somos dos personas. Pero no fue fácil, el servicio de recolección de basura de Guadalajara no contempla separar residuos y en todo el país hay sólo 501 centros de acopio certificados, según datos oficiales. En ellos, el 65% de lo que se recolecta es papel, cartón, eléctricos y electrónicos, vidrio y PET.

Todo lo que no se recicla va a parar a basureros municipales y el 92% de los municipios no reciclan, pese a que a muchas de empresas subcontratadas sí se les paga por hacerlo. Crecen así los tiraderos a cielo abierto, esa realidad de toda América Latina donde no hay ningún cuidado en el manejo de residuos. Ahí el impacto socioambiental se multiplica con miles productos que podrían tener una segunda vida pero nunca la tendrán porque la mayoría de las cosas que consumimos y cuyo recipiente fue elaborado con PET, aluminio y/o vidrio termina convirtiéndose en basura que contamina aguas y tierras, que se comen los animales y nosotros. 

Lo poco que se recicla, sin embargo, es un negocio millonario. Algo que intuía muy bien Don Beto cuando se cuestionaba no sólo el peso de lo que lograba recabar en su contenedor sino también lo que de verdad se haría con ese PET. Multiplicado por montañas, es mucho  dinero. “El impacto de las actividades de recolección y reciclaje informal en cinco ciudades mexicanas es de más de 21 millones de dólares al año (y proporciona empleo para más de 3 mil personas)”, señala Martín Medina, investigador de la Universidad de Yale. Ahí está el tamaño del negocio. 

Pero las ganancias no se dividen: De acuerdo a Oceana, el 5% de todo el plástico que se recicla en México depende en un 70% de la labor que realizan las personas desde el sector informal, los llamados “pepenadores” (en otros países cartoneros o basureros). “Entonces, cuando las empresas dicen hay que reciclar ¿por qué eso no genera riqueza para estas personas? La pregunta es ¿Quién se queda con las ganancias?”, apunta Miguel Rivas.

Las familias de pepenadores y recicladores quedan fuera de toda la cadena de valor. Las verdaderas ganancias van a parar a otros bolsillos. No les pagan lo justo como tampoco pagan las empresas el costo ambiental de ese 50% de botellas de PET que no se recuperan y van a parar a mares, ríos, campos o a tiraderos a cielo abierto. Siguen apostando a la producción de botellas con materias primas vírgenes. Una máquina infinita.

Photo by Nick Fewings on Unsplash