Un estudio sobre la vitamina K2 demuestra que mejora la salud cardiovascular

Por Dr. Joseph Mercola, Mercola, 17 de enero de 2022.

HISTORIA EN BREVE

  • Los datos de la Universidad Edith Cowan demostraron que las personas que consumían alimentos con alto contenido de vitamina K1 y K2 tenían un riesgo 34 % menor de padecer cualquier enfermedad cardíaca relacionada con la aterosclerosis. Esto respalda estudios anteriores que demuestran que la vitamina K2 protege al corazón
  • En una entrevista con el Dr. John Campbell, el Dr. Michael Cohen habló sobre su experiencia al recomendar a sus pacientes que tomen vitaminas D, K2 y zinc
  • La evidencia científica demuestra que la vitamina D representa un riesgo primordial de padecer COVID-19 severo y hasta mortal. Cohen se dio cuenta que incluso en Israel, en donde hace mucho sol, muchos pacientes presentaban deficiencia de vitamina D
  • Cohen recomienda complementar con vitaminas D, K2 y zinc, así como hacer mucho ejercicio y dormir para proteger el sistema inmunológico. Yo agregaría comer alimentos fermentados, para mejorar la microbioma intestinal y comer mucha fibra, para alimentar a las bacterias intestinales saludables y proteger la salud de su corazón

La vitamina K es una vitamina soluble en grasa que tiene una influencia significativa en su salud. No obstante, muchas personas no obtienen suficiente vitamina K en su alimentación. Dado que su cuerpo almacena muy poca, se agota rápido sin un consumo regular. Los datos de la Universidad Edith Cowan demostraron que las personas cuya alimentación era alta en vitamina K2 tenían un riesgo 34 % menor de padecer cualquier enfermedad cardíaca relacionada con la aterosclerosis.1

Los medicamentos comunes pueden agotar su reserva de vitamina K, por lo que es aún más importante vigilar lo que come. Las vitaminas naturales son la vitamina K1 (también llamada filoquinona) y la vitamina K2 (también llamada menaquinona).

La vitamina K1 se encuentra en las plantas de hojas verdes y es mejor conocida por el papel que desempeña en la coagulación de la sangre. La vitamina K2 se deriva principalmente de alimentos fermentados y productos animales, como huevos, hígado y carne. La vitamina K2 es importante para la producción y utilización de hormonas, así como, para la salud de los huesos y del corazón.

Las diferentes formas de vitamina K2

También existen diferentes formas de vitamina K2, que pueden resultar confusas. Analicemos los conceptos básicos, sus funciones y fuentes principales conocidas:

•Vitamina K2 (menaquinona): las menaquinonas juegan un papel primordial en la salud de los huesos y el corazón. Dentro del cuerpo, ciertas bacterias intestinales se encargan de sintetizar la vitamina K2. Hay varios subtipos de K2, que se denominan por la longitud de la cadena. Están designados como MK-4 a MK-13.2 Dos de los más comunes que encontrará son:

◦Menaquinona-4 (MK-4): la forma de cadena corta de vitamina K2 que se encuentra en productos animales como carne, huevos, hígado y lácteos.3,4 Sin embargo, lo que importa es la fuente de donde proviene. Por ejemplo, los productos de origen animal de animales criados en granjas industriales no tienen un alto contenido de MK-4 y se deben de evitar. Solo los animales alimentados con pasto (no alimentados con granos) desarrollarán niveles naturalmente altos.

La MK-4 tiene una vida biológica corta, lo que la convierte en un mal candidato como suplemento alimenticio. Sin embargo, la MK-4 de los alimentos es importante para la buena salud, ya que desempeña un papel en la expresión genética. Por ejemplo, se5 ha descubierto que puede reducir el riesgo de cáncer de hígado.

◦Menaquinona-7 (MK-7): la vitamina K2 de cadena más larga se encuentra en alimentos fermentados como el chucrut, ciertos quesos y el natto.6 Este es el que debe buscar en los suplementos, ya que esta forma se extrae de alimentos reales, en específico del natto,7 un producto de soya fermentada. Si elige esto como alimento o suplemento, asegúrese de que la soya de la que se deriva sea 100 % orgánica.

La MK-7 es producida por bacterias específicas durante la fermentación. Sin embargo, no todas las cepas de bacterias la producen,8 por lo que no todos los alimentos fermentados lo proporcionarán. La mayoría de los yogures comerciales, por ejemplo, carecen de vitamina K2. Si bien, ciertos tipos de quesos, como el Gouda, Brie y Edam, tienen un alto contenido de K2, otros no.

Una de las mejores formas de asegurarse de que una buena fuente de vitamina K2 sea orgánica por completo, es fermentar sus propios vegetales utilizando un cultivo iniciador especial con cepas bacterianas que producen vitamina K2. La MK-7 formada en el proceso de fermentación tiene dos ventajas principales: permanece en el cuerpo por más tiempo y tiene una vida media más larga que la MK-4.9

Se10 ha demostrado que la MK-7 ayuda a prevenir la inflamación al inhibir los marcadores proinflamatorios que pueden causar enfermedades autoinmunes como la artritis reumatoide. Y, aunque se ha descubierto que la vitamina K1 reduce moderadamente el riesgo de fracturas óseas,11 MK-7 es más eficaz que la vitamina K1 para alcanzar y proteger los huesos.12,13

La vitamina K2 reduce el riesgo de enfermedades cardíacas ateroscleróticas

Investigadores de la Universidad Edith Cowan14 publicaron un estudio de cohorte prospectivo en el Journal of the American Heart Association en agosto de 2021.15 Involucraron a participantes inscritos en el Estudio Danés de Dieta, Cáncer y Salud y los siguieron durante un periodo de 23 años.16

Los investigadores eligieron a personas sin antecedentes de aterosclerosis cardiovascular (ASCVD). Los participantes completaron un cuestionario de frecuencia de alimentos y se les dio seguimiento ante cualquier ingreso hospitalario relacionado con ASCVD, como enfermedad cardíaca isquémica, accidente cerebrovascular isquémico o enfermedad arterial periférica.

Después de estimar la ingesta dietética de vitamina K1 y vitamina K2 de los participantes de los cuestionarios, encontraron que aquellos con una dieta rica en vitamina K tenían una disminución de un 34 % de riesgo de padecer cualquier enfermedad cardiovascular relacionada con la aterosclerosis. Se recopilaron datos de 53 372 personas y los datos se separaron para medir los factores de riesgo en aquellos con mayor consumo de vitamina K1 y vitamina K2.17

En comparación con los tenían un bajo consumo, los que tenían un consumo más elevado de vitamina K1 tenían un riesgo 21 % menor de ser hospitalizados por problemas relacionados con ASCVD.

Cuando se separaron los datos para la vitamina K2, encontraron que aquellos con el consumo más elevado tenían un riesgo 14 % menor de ser hospitalizados por enfermedades relacionadas con ASCVD, que aquellos cuya alimentación tenía poca cantidad de vitamina K2. El Dr. Jamie Bellinge, uno de los científicos del estudio, comentó los resultados:18

“Dichos hallazgos nos dan una idea de la posible importancia del efecto que la vitamina K tiene sobre el padecimiento mortal y refuerzan la importancia de mantener una alimentación sana para prevenirlo”.

“Este estudio respalda estudios previos que revelaron que un consumo mayor de vitamina K podría disminuir el riesgo de padecimientos cardiovasculares. Siendo honestos,19 los investigadores djeron que la vitamina K2 pasa desapercibida en cuestiones de salud cardiovascular”.

La vitamina K2 cumple la función de regular el calcio al activar la proteína anticalcificante, la proteína de matriz GLA. La suplementación con vitamina K2 ha demostrado mejorar los resultados de las enfermedades cardíacas al modular la “calcificación sistémica y la rigidez arterial”.20

En un estudio21 publicado en 2015 se analizó el efecto que la vitamina K2 podría tener sobre la progresión de la aterosclerosis en pacientes con enfermedad renal crónica que no estaban en diálisis. Los investigadores encontraron que aquellos que tomaban vitamina K2 demostraron una reducción en la progresión de la aterosclerosis pero no necesariamente en la progresión de la calcificación.

La suplementación con vitamina D ayudó a una población

En la entrevista del vídeo el Dr. Michael Cohen, quien se formó como médico general en el Reino Unido e Israel, habla de la necesidad de varias vitaminas en el tratamiento del COVID-19. El presentador de entrevistas, el Dr. John Campbell, dice que Cohen “tiene un conocimiento médico bastante bueno y está muy interesado en la atención médica preventiva”,22 haciendo referencia a su formación adicional en cirugía y medicina de urgencias.

Durante la entrevista, Cohen habla sobre cuándo se infectó de COVID-19 en 2020 antes de que se identificara la infección en Israel, donde vive. Compartió los síntomas posteriores que experimentó, como hormigueo en la mano izquierda, dificultad para dormir, asfixia por la noche y bajo rendimiento atlético.

Durante su recuperación, se trató a sí mismo con varias vitaminas. En un momento, usó hidroxicloroquina, que dice: “me ayudó mucho”. Al observar la tasa de casos notificada, pudo ver que los países cercanos al ecuador tenían tasas más bajas de infección y presume que se debe a los niveles de vitamina D. Comenzó a tomar lo que llamó “altas dosis de vitamina D”,23 y recomendó que su población de 2000 pacientes hiciera lo mismo.

También les dice a sus pacientes que incluyan vitamina K2 y zinc. Como se podía esperar de la tasa de casos en Israel, Cohen tenía “bastantes pacientes con COVID”. Sin embargo, aunque señala que la información que está compartiendo no es de un estudio, le dice a Campbell que a solo algunos de sus pacientes se les atendió en la sala de emergencias, pero a ninguno se le admitió en el hospital:24

“Si lee mucha de la investigación, a pesar de que se dice que no hay ningún tratamiento para el COVID que no sean anticuerpos monoclonales, parece que nos estamos perdiendo un punto muy importante.

Desde un punto de vista médico, considero que se nos dijo que teníamos que evitar saturar los hospitales con muchos casos de COVID, es decir, proteger el servicio nacional de salud y todo sistema de cuidados de la salud que nos sea posible.

Sin embargo, lo que en realidad estaba sucediendo era que enviaban a las personas a casa y les decían que si sus labios se ponían azules llamaran de nuevo. En mi humilde opinión, no debería ocurrir lo mismo”.

La gran mayoría de los pacientes con COVID-19 tienen deficiencia de vitamina D

A lo largo de 2020 y 2021, se acumularon pruebas para respaldar la hipótesis de que la deficiencia de vitamina D es un factor de riesgo principal de COVID-19 grave y mortal. Un estudio español25,26 demostró que el 82.2 % de los pacientes con COVID evaluados tenían deficiencia de vitamina D, cuyo término médico es 25-hidroxicolecalciferol (25OHD).

En este estudio no se encontró una correlación entre los niveles de vitamina D y la gravedad de la enfermedad. Sin embargo, otros han demostrado que los pacientes con niveles más altos de vitamina D tienen una enfermedad más leve. En un estudio27,28 encontraron que el riesgo de desarrollar un caso grave de COVID-19 y morir a causa de la enfermedad prácticamente desaparecía una vez que el nivel de vitamina D estaba por encima de los 30 ng/mL (75 nmol/L).

El 31 de octubre de 2020 se publicó mi reseña del artículo, la cual fue revisada por pares en el journal Nutrients:29 “Evidence Regarding Vitamin D and Risk of COVID-19 and Its Severity,” de coautoría con William Grant Ph.D. y Carol Wagner, ambos son parte del panel de expertos en vitamina D de GrassrootsHealth.

La tabla 130 resume los datos de 14 estudios observacionales que sugieren que los niveles séricos de vitamina D están inversamente correlacionados con la incidencia y la severidad del COVID-19.

En un gran estudio observacional31 publicado en septiembre de 2020, los investigadores analizaron datos de 191 779 pacientes de Estados Unidos con una edad promedio de 50 años que obtuvieron resultados para una prueba de SARS-CoV-2 entre marzo y junio de 2020 y un nivel de vitamina D medido en algún momento de los 12 meses anteriores. En este grupo el 9.3 % dio positivo por SARS-CoV-2 y de estos:

  • El 12.5 % de los pacientes que tenían un nivel de vitamina D por debajo de los 20 ng/ml (nivel deficiente) dieron positivo en la prueba de SARS-CoV-2
  • El 8.1 % de los pacientes que tenían un nivel de vitamina D entre los 30 y 34 ng/ml (nivel adecuado) dieron positivo en la prueba de SARS-CoV-2
  • Solo el 5.9 % de los pacientes que tenían un nivel óptimo de vitamina D de 55 ng/ml o más dieron positivo en la prueba de SARS-CoV-2

El investigador principal de este estudio fue el Dr. Michael Holick,32 ampliamente reconocido como uno de los principales expertos en vitamina D del mundo. El equipo de científicos notó que la tasa de positividad de COVID-19 fue mayor en el grupo con niveles de 25OHD inferiores a 20 ng/mL, y continuó escribiendo:33

“El riesgo de positividad para el SARS-CoV-2 continuó disminuyendo hasta que los niveles séricos alcanzaron los 55 ng/mL. Este hallazgo no es sorprendente, dada la relación inversa establecida entre el riesgo de patógenos virales respiratorios, incluida la influenza y los niveles de 25(OH)D”.

De inicio Cohen aconseja a la mayoría de sus pacientes tomar 4.000 unidades internacionales de vitamina D al día y hacerse la prueba para detectar su nivel.34 Incluso en Israel, donde hay mucho sol y las personas tienen mucha exposición a él, “hay muchas personas con niveles bajos de vitamina D”,35 por debajo de los 20 ng/mL y algunos por debajo de 10 ng/mL.

Cómo cuidar su primera línea de defensa

Cohen lamenta los desafíos de salud que enfrenta el mundo, ya que los expertos en salud ignoran y descuidan el uso de la vitamina D, para reducir el riesgo de infección. Le dice a Campbell:36

“Es literal, ninguno de mis pacientes a ingresado al hospital… y eso dice mucho. No es el panorama completo y no estoy tratando de decirle a nadie que esta es la panacea para el COVID, pero si todos estuvieran haciendo esto, en realidad no habría ninguna justificación para convertir esto en una crisis global”.

Cohen aconseja a sus pacientes que tomen suplementos de vitamina D, K2 y zinc para ayudar a mantener y cuidar su sistema inmunológico. Recomienda 200 mcg por día de vitamina K2,37 para ayudar a que el calcio sérico se deposite en los huesos y dientes, donde pertenece y no a lo largo de la pared arterial como precursor de la aterosclerosis.

Si bien no menciona la diferencia en la entrevista, si va a usar un suplemento de vitamina K2, es mejor usar MK-7, ya que la MK-4 tiene una vida biológica corta. En su lugar, busque consumir productos de animales alimentados con pastura, los cuales tienen niveles altos de MK-4 y MK-7, así como lo señala Campbell en el vídeo.

También agregaría tomar quercetina con zinc, ya que es un ionóforo38 que ayuda al zinc a entrar en la célula donde tiene actividad antiviral. Cohen también hace hincapié en dormir lo suficiente y salir a hacer ejercicio. Agrega: “Como primera línea de defensa, deberíamos tratar con el sistema inmunológico de las personas de la manera más segura posible”.39

También destacaría el cuidado de su microbioma intestinal para proteger al sistema inmunológico y la salud en general. Una forma importante de ayudar al intestino es comiendo alimentos fermentados. Los cultivos iniciadores pueden manipular el resultado, por lo que fermentar sus propios vegetales en casa con un iniciador de alta calidad rico en vitamina K2 puede mejorar el contenido de vitaminas y afectar las colonias bacterianas.

Darles a las bacterias beneficiosas los nutrientes que necesitan para sobrevivir y prosperar es tan importante como comer alimentos ricos en probióticos. Busque comer alimentos ricos en fibra, que alimenten a su microbioma intestinal.40,41,42 Además, existe evidencia significativa de que la fibra también ayuda a proteger la salud de su corazón,43,44,45 utilizando una vía diferente a la de la vitamina K2.

El mensaje es que debe prestar atención a su nivel de vitamina D, los alimentos que consume, cuánto duerme y asegurarse de hacer mucho ejercicio. Estas son las estrategias fundamentales que afectan el microbioma intestinal, el sistema inmunológico, la salud del corazón y que lo ayudarán a protegerse contra cualquier infección viral.

Investigación muestra que es falso que cuanto más pesticidas y fertilizantes se apliquen mejores rendimientos de cultivos hortícolas se obtienen

Por Leo Lagos, Biodiversidad LA, 20 de enero de 2022.

Los resultados, publicados en una revista internacional, muestran que en establecimientos con cultivos de frutilla, boniato, tomate y cebolla del sur del país, el rendimiento que se obtiene de los cultivos no guarda relación con la cantidad de pesticidas y fertilizantes que se les aplican. Por otro lado, el trabajo cuantifica por primera vez algo que se intuía: la carga de pesticidas y fertilizantes es tan grande como carente de fundamento técnico.

En este país no sólo quienes son tuercas son apasionados de los motores. Algunos economistas, políticos y organizaciones tienen una gran predilección por hablar de los motores de la economía. Lo curioso es que mientras que los tuercas son expertos en conocer de carburadores, inyectores, pistones, válvulas y demás, con frecuencia llama la atención lo poco que conocemos de algunas de las partes y del funcionamiento de la producción agropecuaria, ese gran motor que mueve al país.

Como muestra vaya un botón. Si bien la maestra en la escuela se esforzó por dejar en claro que las lombrices mejoraban la calidad del suelo, recién gracias a una investigación realizada en 2019 se analizó qué lombrices habitaban los suelos de dos zonas productivas distintas de Uruguay,  detectándose cuatro especies nunca antes registradas en el país.

De hecho, durante décadas, el estudio de los organismos que viven en el suelo se enfocaba en los patógenos y cómo combatirlos, y recién desde hace pocos años se comenzó a cambiar la mirada, entendiendo que una comunidad sana de bacterias, hongos y animales como las lombrices o las termitas es necesaria para una mejor condición del suelo y de lo que pretendamos que crezca en él. Para volver a los fanáticos de los motores, es como que recién en el siglo XXI se percataran de que los filtros de aire, aceite y nafta en buen estado ayudan al funcionamiento de sus vehículos.

Lentamente estamos comprendiendo que un suelo es un ecosistema lleno de vida diversa y de intercambios y transformaciones de materia. Un suelo con buena salud podrá seguir brindando los servicios que le exigimos para producir alimentos para una especie que no ha dejado rincón del planeta sin poblar. Justamente el crecimiento de la población fue el motivo esgrimido para impulsar desde la década de 1960 lo que se denominó la revolución verde.

El verde de tal revolución venía dado por la clorofila de las plantas y no por el sentido que podemos darle hoy de algo que quiere pasar por ecológico o sostenible. Tampoco debemos dejar de lado la época turbulenta en que fue propuesta, cuando otra revolución, la roja, estaba en el tapete. Volviendo al verde ambiental, la revolución verde nos llevó a la encrucijada que hoy tanto Uruguay como otros países productores de alimentos deben resolver.

La promesa de esta revolución clorofílica consistía en que se podrían mejorar los rendimientos de los cultivos si se aplicaban, por un lado, mejoras al laboreo, mecanización incluida, irrigación donde hiciera falta, si se recurría a variedades de cultivos más rendidoras, y si, por otro lado, se utilizaban productos agroquímicos para controlar plagas y enfermedades así como para darle al suelo lo que los cultivos necesitaban. En otras palabras: con pesticidas y fertilizantes químicos, la humanidad podría descansar tranquila sabiendo que nunca más habría una heladera vacía en ninguna parte del mundo.

Claro que en algunas partes del mundo ni siquiera había –ni hay– heladeras. Y que el problema del alimento no es que lo que produce la humanidad no alcanza para todos los humanos y sus animales, sino que hay problemas de distribución, acceso, acaparamiento, especulación financiera y tantos otros males para los cuales la revolución verde aún no ha encontrado un pesticida.

De todas maneras con la revolución verde se instaló la idea de que para producir bien se podría recurrir a paquetes agrotecnológicos que aseguraban resultados. Con el correr de los años se fueron agregando componentes a estos paquetes. Si primero se usaron variedades de granos con mayor rendimiento, luego llegaron los organismos genéticamente modificados y luego, aquellos con edición génica para resistir a un pesticida concreto. Por ejemplo, la conocida soja modificada genéticamente para resistir al glifosato. La promesa: aplique glifosato y allí no crecerán ni malezas ni ninguna otra cosa salvo su soja genéticamente patentada por una multinacional.

Algunos cultivos crecieron. Los puertos se abarrotaron de contenedores. Pero algunas luces de alarma comenzaron a encenderse. Desde 1960 a nuestros días la evidencia acumulada sobre los efectos perjudiciales de varios agroquímicos se reportaron no sólo en los humanos, sino en diversos organismos. La rápida merma en la población de insectos polinizadores –abejas, abejorros, mariposas, etcétera– da cuenta de ello. Desde entonces la lista de productos que se prohíben en los mercados aumenta, al tiempo que salen nuevos productos con nuevos principios activos, algunos de los cuales, tras un tiempo, caen en la lista de prohibidos. Y así, y así. Para colmo, la evolución es más hábil que nosotros: para cada principio activo que crea la industria, algún organismo encuentra la forma de hacerse resistente a él. Y entonces se crea otro producto. Y así, y así.

Los fertilizantes, por su parte, contribuyen a la eutrofización de los cursos de agua.  En nuestro país, donde la superficie destinada a la soja creció 3.000% entre 2000 y 2015, comenzamos a asistir a frecuentes y enormes floraciones de cianobacterias. No es la única causa del fenómeno, pero sin el fósforo que hoy hay en grandes cantidades en los cursos de agua,  las cianobacterias no tendrían el alimento necesario para acaparar titulares. Por otro lado, el destino de grandes extensiones a monocultivos –la forestación además creció en superficie alrededor de 500% entre 1990 y 2015– comenzó a tener impactos en la biodiversidad. El principal ecosistema amenazado en Uruguay no son los bosques, como sucede en el Amazonas, sino el pastizal. El verdadero problema para cualquier país no es la deforestación sino el cambio del uso del suelo.

Para colmo, si la pérdida de biodiversidad no nos conmueve, si el riesgo de convivir con productos que afectan la salud humana y animal no nos moviliza, si alterar los equilibrios del medioambiente no nos apena, hay otro dato que podría alarmar aun a quienes sólo piensan en mantener el motor encendido.  Como mostró una investigación, la intensificación de la agricultura experimentada en nuestro país entre 2005 y 2018 produjo un resultado preocupante: los suelos de Uruguay se han empobrecido. Soja y eucaliptos para hoy, suelos pobres para mañana.

Los compañeros de la sección Economía podrían aportar otras tantas dimensiones a esta problemática –primarización de la economía, encarecimiento de la tierra mediante la presión de las empresas del agronegocio–, así como diversos aspectos sociales que vuelven el tema aún más complejo –despoblamiento del medio rural, empleo–.

Perdón por la larga introducción, pero aquí es más o menos donde estamos parados. Ante este panorama se plantea una gran duda. Si aplicar pesticidas y fertilizantes no es lo mejor, ¿cómo hacer para sobrevivir cuando los ingresos de uno dependen de cultivos? Se habla de una transición hacia sistemas más sostenibles, pero hasta que eso no llegue, ¿qué hacer? Si dejamos los pesticidas, ¿nos azotarán las plagas? Si dejamos de fertilizar, ¿tendremos cultivos magros? Es en este contexto que la publicación del artículo “Amplio espacio para la reducción de insumos agroquímicos sin pérdida de productividad: el caso de la producción de hortalizas en Uruguay” en la revista Science of the Total Environment, pese a los datos preocupantes que comunica con claridad, debiera llenarnos de esperanza.

Porque como bien dice el título de este brillante trabajo firmado por Mariana Scarlato y Santiago Dogliotti, de la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República, y Félix Bianchi y Walter Rossing, del departamento de Ecología de Sistemas Agrícolas de la Universidad Wageningen de Holanda, hay margen para reducir nuestra dependencia de los agroquímicos. Lejos de ser un trabajo teórico, tras estudiar lo que sucedía con el uso de insumos externos y los rendimientos hortícolas de 82 establecimientos de San José, Canelones y Montevideo (y entre ellos 428 cultivos de tomate, cebolla, frutilla y boniato) entre 2012 y 2017, no sólo encontraron datos necesarios que cuantifican qué tanto se fertiliza y se aplican pesticidas, sino que además encontraron evidencia como para decir sin tapujos, al menos en lo que hace a la producción de estos vegetales en esta zona, que la promesa de la revolución verde es falsa.

“Las relaciones entre el uso de insumos y el rendimiento de los cultivos fueron débiles o no significativas, lo que indica ineficiencias y uso excesivo de insumos”, comunican ya en el resumen de su trabajo. Las altas cargas de pesticidas –el récord lo tienen los tomates cultivados en ciclo largo y las frutillas, totalizando 21 kilos de principio activo por hectárea por ciclo de cultivo– y de fertilizantes –el récord lo vuelve a tener el tomate de ciclo largo, con 1.127 kilos de nutrientes aplicados por hectárea durante todo el ciclo– no implicaban que esos productores obtuvieran mejores rendimientos de sus campos.

Por otro lado, comunican que 17% de los establecimientos estudiados –se seleccionaron con criterios estadísticos para que fueran representativos– “obtuvieron niveles de rendimiento relativamente altos con bajos niveles de insumos externos”. Ni mañana ni pasado: hoy productores “convencionales” están logrando reducir la dependencia de insumos externos y al mismo tiempo obtienen buenos resultados. Con emociones encontradas por el alto uso de insumos pero esperanzados por el “amplio espacio” para reducir su uso, nos fuimos al encuentro de Mariana Scarlato y Santiago Dogliotti, que estaban entusiasmados de contar las buenas nuevas pese a los 40 grados que amenazaban derretir la Facultad de Agronomía.

Principio tienen las cosas

“Como todas las preguntas de investigación, todo empieza con observar la realidad. El equipo de Horticultura de la Facultad de Agronomía desde hace muchos años viene trabajando bastante cerca del sector productivo”, dice Dogliotti cuando les pregunto cómo surge la idea de estudiar la relación entre los inputs, pesticidas y fertilizantes, y el rendimiento de los cultivos. Cuenta que cerca de 80% de la investigación que hace el equipo se realiza en interacción con productores, sean individuales, grupos u organizaciones, lo que los lleva a interiorizarse en cómo funcionan los sistemas y los cuellos de botella que tienen. En ese trabajo, observando lo que pasa en campos reales con productores reales, comenzaron a hacerse una idea.

“Había una especie de observación empírica, sin demasiada elaboración, de que los buenos rendimientos no estaban asociados a los inputs. Eso era algo que teníamos presente desde hacía tiempo”, sostiene Dogliotti, que además confiesa que “hasta este trabajo no habíamos tenido la oportunidad de ponerle números duros, estadísticamente representativos”.

La oportunidad llegó a través de un proyecto del Fondo de Promoción de Tecnología Agropecuaria (FPTA) que financia el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA). Su objetivo principal era entender las razones detrás de las brechas de rendimiento de los cultivos. “La brecha de rendimiento es la diferencia que hay entre el rendimiento que efectivamente obtienen los productores y el que podrían obtener dadas las condiciones de tecnología, de clima y de recursos naturales que tiene la zona productora”, explica Dogliotti. Por ahora, Scarlato asiente en silencio. Es que Dogliotti está preparando el terreno para que haga su entrada triunfal.

“Mariana trabajó en ese proyecto FPTA y participó activamente en ese diagnóstico. De allí obviamente sacamos conclusiones respecto del objetivo, pero también nos hicimos de una muy buena base de datos. Ese proyecto, sumado a otros trabajos previos, como la tesis de maestría de Mariana, que fue un antecedente del proyecto FPTA, nos permitió, aplicando la ecología de la producción, entender por qué había brechas de rendimiento”, dice Dogliotti al tiempo que entrega la posta.

“A nivel mundial se estudia mucho la brecha de rendimiento, pero no se hace énfasis en identificar los factores que la explica”, prosigue Scarlato. “Si bien nos interesa cuantificar la brecha, que ronda el 50% en algunos cultivos, el foco de este proyecto también pasaba por entender por qué se daba esa brecha”, agrega. Para lograr ese objetivo evaluaron gran cantidad de variables a nivel de la ecología y la fisiología del cultivo. “Mediante herramientas estadísticas buscamos ver cuáles de esas variables explicaban en mayor medida las diferencias de rendimiento. En muchas de esas variables, como no eran significativas para explicar la brecha de rendimiento, no profundizamos. Y entre esas variables estaban los insumos aplicados”, resume.

Entonces aquello que no ayudaba a explicar el objetivo del proyecto original era la sustancia principal del artículo que ahora publican. A pesar de la aplicación de fertilizantes y plaguicidas, la brecha de rendimiento se seguía manteniendo en muchos predios y cultivos. El mito del paquete de insumos externos para obtener un mayor rendimiento, propagado desde la revolución verde, se caía al piso. En nuestro país, productores tradicionales estaban obteniendo mejores rendimientos de cebolla, tomate y frutilla que muchos otros colegas que aplicaban grandes cantidades de fertilizantes y plaguicidas. O para que la revolución verde lo entienda: el no aplicar demasiados pesticidas y fertilizantes no es lo que explica la diferencia de rendimiento en estos cultivos (no metemos el boniato en la bolsa porque fue el cultivo en el que se aplicó menor cantidad de insumos externos en todos los casos. Aun así, allí tampoco hacían la diferencia).

“Tenías productores con muy buenos rendimientos que utilizaban muy pocos o relativamente menos pesticidas y fertilizantes que otros productores que tenían rendimientos similares, pero usaban muchos insumos, u otros que los usaban en grandes cantidades pero obtenían rendimientos menores”, resume Dogliotti.

El tema es sumamente relevante cuando desde varias tiendas se habla de la necesidad de la intensificación de la producción. Hay quienes, previendo que una mayor producción casi seguramente puede aparejar problemas ambientales, hablan incluso de intensificación sostenible. De fondo está el tema de la transición hacia nuevas formas y lógicas de producción agropecuaria que miren más allá de lo que sucede en el predio e incorporen el ambiente y lo social.

“Allí está todo el marco que da mi doctorado, que consiste justamente en estudiar estrategias para la intensificación ecológica de los sistemas hortícola-vegetales en Uruguay”, dice Scarlato. “La intensificación ecológica o la intensificación sostenible son distintos conceptos que están en la academia y cada vez más en la sociedad. Nuestra traducción a la realidad de esa intensificación ecológica es la agroecología, en el sentido de que busca aumentar la producción en base a la intensificación de procesos ecológicos que sostengan esa producción”, afirma.

Para dejar clara la intensificación ecológica, Scarlato propone el ejemplo de las plagas. “Se puede producir más regulando las plagas, pero ¿mediante qué estrategia? Queremos reducir el uso de pesticidas, por lo que una alternativa podría ser la aplicación de controladores biológicos externos. Esa podría ser una estrategia, pero en realidad nuestra meta es que el propio sistema genere mecanismos locales, entre ellos otros seres vivos, que sean capaces de regular la presión de plagas de ese sistema sin la necesidad de recurrir a insumos externos”, ejemplifica.

“Otra cosa que discutimos en el artículo es que tal vez en algunos casos tengamos que intentar aumentar la producción, pero tal vez en otros no, porque ya estamos en los niveles de productividad que son los alcanzables para nuestras condiciones y formas de producción. En esos casos lo que tenemos que reducir es el uso de insumos y el cambio por productos menos dañinos, para que a mediano o largo plazo el propio sistema sea capaz de seguir sosteniendo esos niveles de productividad recurriendo a menos insumos” suma Santiago. “Entonces sí hay que intensificar en algunos casos, pero en los que ya hay una buena producción, lo que tenemos que hacer es ecologizar”, apunta Mariana. Los caminos son varios.

Cuadrantes

El trabajo se resume con un gráfico muy elocuente. Todos los predios y cultivos arrojaron distintos niveles de rendimiento, por lo que trazaron un eje (el de la y) que iba desde el bajo rendimiento al alto. Por otro lado, en el otro eje colocaron el bajo o alto uso de pesticidas y fertilizantes. Al arrojar los datos de su investigación en este gráfico, lo que se observa es llamativo: los puntos se esparcen casi indistintamente entre los cuatro cuadrantes (el cuadrante de los bajos insumos y bajo rendimiento, el de bajo insumo y alto rendimiento, el de alto uso de insumos y alto rendimiento, y el de alto uso de insumos y bajo rendimiento). Por ello afirman que “hay una relación inexistente o débil entre el uso de insumos y el rendimiento de los cultivos”.

En el gráfico proponen entonces distintas estrategias para cada uno de los cuadrantes. Los productores que tienen alto rendimiento y bajo uso de insumos (17% de los establecimientos) no precisan enloquecerse: ya están más o menos donde todos quisieran estar. Para los que obtienen buen rendimiento pero usan muchos insumos (27% de los establecimientos), el camino es la ecologización, es decir, mejorar sus prácticas para depender menos de productos externos que, como es notorio, causan problemas. Para aquellos que ya usan pocos pesticidas y fertilizantes pero obtienen bajo rendimiento (40% de los establecimientos), el camino es la intensificación: pueden y deben (si quieren) rendir más, pero sabiendo que esa intensificación no la lograrán aumentando los insumos. El mayor trabajo lo deben hacer quienes usan muchos insumos y a la vez obtienen bajo rendimiento. Para este grupo, que abarca a 16% de los establecimientos, el camino es la suma de ambos caminos: la intensificación ecológica.

“Si queremos pensar en trayectorias y estrategias, tenemos que saber bien dónde estamos parados”, comenta Dogliotti. “Hoy la base de la producción de alimentos hortícolas son productores familiares que están insertos en un sistema de producción tradicional. Por eso nos interesa trabajar con la base productiva actual, porque son estos productores los que en un futuro van a tener que producir de otra forma. Y si bien todos decimos que la producción hortícola utiliza muchos pesticidas y fertilizantes, hasta ahora no estaba cuantificado ese uso de forma objetiva, mucho menos si eso incidía en los rendimientos”, agrega.

Demasiado

Los números para los pesticidas, como vimos, son impactantes. 21 kilos de principio activo por hectárea por ciclo productivo (que por lo general son de algunos meses), en unas 20 aplicaciones en el caso del tomate y la frutilla. En el caso de los fertilizantes, el tomate de ciclo largo asusta con 1.127 kilos de nutrientes por hectárea por ciclo productivo, seguido por la frutilla (376 kilos), la cebolla (222 kilos de fertilizantes por hectárea) y el boniato (88 kilos por hectárea por ciclo productivo). En el artículo, tras hablar de “ineficiencias y uso excesivo de insumos”, señalan que “no hubo una justificación agronómica para el uso de insumos”.

“Cuando vimos estos resultados nos llamó la atención la gran cantidad del número de aplicaciones y de kilos de pesticidas y fertilizantes que se están utilizando”, dice aún sorprendida Scarlato. “Donde más pesticidas se utilizan es en el tomate y la frutilla, pero además hay otro dato preocupante, ya que cuando más se usan es en el período de fructificación y maduración de los frutos, que es el período en el que se cosechan y se consumen”, agrega. Gulp. No estamos hablando de soja que se exportará para engordar chanchos en China, sino que se trata de tomates y frutillas que van a parar a nuestras mesas y que consumimos sin pelar.

“El trabajo entonces buscaba ratificar y poner números sobre un conocimiento existente a nivel intuitivo, que casi era vox populi, y confirmamos que hay realmente un abuso, un uso excesivo de pesticidas y fertilizantes”, dice Scarlato.

Tanto en el caso de los pesticidas como de los fertilizantes se encontraron con algo que debiera preocupar. “La fertilización se aconseja cuando así lo demanda tanto el stock del suelo o cuando lo requieren los cultivos. En este trabajo encontramos que los fertilizantes no se aplican ni porque lo requiera el suelo ni por los requerimientos de cada cultivo en particular”, dice Scarlato. “Hoy los suelos hortícolas de esa zona tienen niveles de fósforo de más de 100 partes por millón, cuando para que las plantas tengan lo que necesitan no se necesita más de 60 partes por millón. Sin embargo, se sigue aplicando fósforo”, ejemplifica.

“Tendríamos que investigar bien qué hay detrás de esas prácticas. Pero el análisis de suelos como una práctica normal no existe. Se hace de forma muy aleatoria y no sistemática. Por otro lado, ese fertilizar por las dudas, ese poner fertilizantes para asegurarte es cultural. Eso es muy claro con el uso de fósforo en horticultura. Se aplica en cantidades que están muy por encima de los niveles de respuesta de las plantas. La situación de los invernaderos ya es casi disparatada, pero también sucede en los cultivos de campo” relata Dogliotti.

El problema de fertilizar sin saber qué hay en el suelo también presenta otra cara: a veces sí hay nutrientes que, tras años de cultivos, escasean en el suelo. “Muchas veces tenemos un problema de minería de nutrientes”, dice Dogliotti. “Hay nutrientes del suelo que se están perdiendo porque se están exportando a los rendimientos de los cultivos y no se reponen. Eso también, a largo plazo, genera un problema de sostenibilidad. Tenemos problemas por acumulación y exceso de nutrientes, y posibilidad de contaminación por arrastre de esos nutrientes a los cursos de agua y todos los problemas asociados, y por otro lado tenemos el problema de que los predios se están quedando cada vez con un stock menor de nutrientes, y eso se va a terminar pagando más adelante. El suelo no es un barril sin fondo del que vamos a poder seguir sacando eternamente todo lo que queremos”, reflexiona.

Analizar qué hay en el suelo y qué necesita cada cultivo es un gran primer paso para ver qué nutrientes se deben agregan a los campos, si es que debe recurrirse a alguno. Pero ese mismo desacople entre lo que se necesitaría y lo que se hace también se da con los pesticidas. “Hay una práctica que técnicamente no se recomienda pero que está muy generalizada, que es la aplicación calendario de pesticidas”, dispara Dogliotti. “Hay productores que tienen la rutina de aplicar productos para las enfermedades más comunes, por ejemplo cada diez días, para estar prevenidos. Eso se hace de forma automática, sin importar cuáles son las condiciones ambientales, sin importar en qué momento del cultivo se está. Ahí, sin hacer una agronomía muy revolucionaria, hay un gran espacio para mejorar”, propone.

Cambio de paradigma

El trabajo muestra, si se quiere, hasta qué punto hemos sido engañados. La revolución verde nos marchitó. “El origen de todo eso es en realidad la necesidad de hace 40 o 50 años de comenzar a simplificar los sistemas porque había que aumentar las escalas de producción y aumentar la eficiencia del uso de la mano de obra y recurrir a la mecanización. Todo eso es lo que termina generando la necesidad de pesticidas. Luego eso se retroalimenta. Si tu estrategia cuando perdés los servicios ecosistémicos es sustituirlos por otro insumo, vas reforzando ese camino que no tiene fin”, conjetura Santiago. El tema lo lleva a mirar el pasado.

“Cuando estudié agronomía a fines de los 80 y principios de los 90, el glifosato recién empezaba a ser el producto milagroso que se proponía. En ese entonces se aplicaba glifosato y no quedaba nada. Ahora uno puede echar cantidades importantes, dosis que son el cuádruple de las que se recomendaban cuando yo era estudiante, y todavía quedan malezas que no se mueren. Eso va pasando con todos los pesticidas. Si esa es la única estrategia, no funciona y ya se sabe que no va a funcionar”.

“Cambiar un producto por otro, sin cambiar nada más, es una trampa”, afirma Dogliotti. “Hay quien sostiene que eso se puede hacer, que la ciencia y la tecnología siempre van a estar un paso adelante y que siempre van a encontrar soluciones para cualquier problema. En realidad, en este caso de los pesticidas lo que hace la ciencia es generar un problema mayor que el que se pretendió solucionar. Son cuestiones filosóficas de cómo la ciencia debe actuar y de cómo se debe desarrollar la tecnología. En el fondo de la discusión actual está eso. Hay quienes, por suerte, sostienen que hay que hacer un cambio de paradigma y que es necesario empezar a buscar alternativas para sostener la producción de alimentos. La manera en la que producimos alimentos actualmente es absolutamente inviable”, reflexiona Dogliotti.

“Esa lógica de que a cada problema que aparece le pegamos con un producto nuevo distinto, aun con un producto menos tóxico, es una lógica que tiene patas muy cortas y que lo único que hace es beneficiar sobre todo a quienes terminan patentando o generando esas tecnologías nuevas. Esa lógica no genera autosuficiencia de los productores, al contrario, les genera cada vez más dependencia no sólo a ellos, sino también a los países, porque son tecnologías que se desarrollan en otro lugar. Por otro lado, en vez de diversificación generan homogenización del sistema alimentario”, prosigue Santiago. “Entonces, si uno sale del predio en sí mismo y lo mira con una perspectiva mayor, de la sociedad, de estrategias de desarrollo, de salud, del ambiente, también empezás a encontrar argumentos para justificar un cambio de paradigma”.

Verde esperanza

El mundo está mal. Lo sabemos. Pero el trabajo, como dijimos, da esperanza verdadera y contagiosa. “La mala noticia es que se usa mucho pesticida, y en la mayoría de los casos se usa mal, sin necesidad, pero por otro lado hay muchos productores, que ponemos en la misma bolsa de los ‘productores convencionales’, que en realidad usan mucho menos pesticidas y tienen muy buenas producciones. El trabajo de alguna forma deja ver que hay un espacio muy grande para mejorar, no todo está perdido”, dice Dogliotti.

Esa es otra virtud de este artículo fascinante. No es que teóricamente digan que se puede bajar el uso de fertilizantes y pesticidas. En nuestro Uruguay hortícola del sur de hoy ya hay productores convencionales que lo hacen sin perder rendimiento. Están acá, entre nosotros. Son casos que podrían fomentarse y replicarse. No es un sueño loco producir más dañando menos el ambiente y dependiendo menos de las empresas que venden agroquímicos. Ya sucede hoy, aquí, ahora.

“Eso es así. En nuestro trabajo vemos que las mejores llegadas se dan en diálogos de productor a productor, en intercambio entre pares. El saber quiénes son y dónde están los que producen de determinadas formas, nos permite en el futuro próximo poder trabajar con ellos, ya sea como casos de estudio como para compartir las experiencias y mostrar que es posible”, dice enfática Scarlato.

“En el imaginario está la idea de que los productores que tienen más recursos, que tienen más escala, tienen mejores resultados que otros con menos recursos y menos escala. Una cosa interesante de este trabajo es que muestra que eso no es así, al menos en la horticultura en Uruguay en este momento. Como dice el artículo, hay que encontrar cuáles son las vías de cambio que se adaptan mejor a cada caso”, agrega para dar más optimismo Dogliotti. “Tenemos ejemplos que si bien no son perfectos, muestran que hay un camino que se puede seguir, que hay gente que está mucho más adelantada que otra. Y esa gente que está adelantada en el camino nos sirve no sólo para estudiar, sino para sacar aprendizajes para transferir a otros y para buscar seguir mejorando, ya que esos son desafíos para la investigación”, agrega.

El trabajo tiene lo fabuloso de mostrar una situación. No importa si uno piensa que la salida es por la agroecología o la intensificación sostenible o si seguimos como venimos. Fertilizar y aplicar más plaguicidas no está relacionado con mejor rendimiento de los cultivos. Lo que sí inciden son mejores manejos del cultivo, del predio, del suelo y de la biodiversidad que hay tanto en él como arriba.

“No hay ningún productor que no quiera tener mejores ingresos, trabajar menos, de una manera más cómoda, más saludable y con menor impacto ambiental. No hay ningún productor que quiera dañar el ambiente. Eso no existe. Todos quieren mejorar esos aspectos”, dice Dogliotti con la seguridad del que conoce a los productores. “El problema es que a veces no creen poder, no saben cómo, y están lógicamente nerviosos por poder mantener sus ingresos. No se trata de productores que se quieren enriquecer a cualquier costo, en su mayoría son productores familiares que están tratando de asegurar un ingreso y cierta comodidad para sus núcleos familiares. El tema es que no ven cómo hacerlo sin provocar impacto ambiental o cómo hacerlo mejor. Ese es nuestro desafío: mostrar que eso es posible, y buscar para cada caso particular cuáles son los caminos”, afirma.

“No sólo podemos mostrar que es posible. La ventaja de estudiar lo que te rodea es que la realidad te muestra que esa idea de que se necesita usar todo este paquete de fertilizantes y pesticidas para producir no es así. Lo primero entonces es convencernos de que todo eso que pensamos que necesitamos, en realidad no lo necesitás”, remata Mariana. “No es porque lo digamos nosotros. Tenemos colegas de ellos que les pueden mostrar que es así. No es una cuestión teórica. Podemos mostrar productores como ellos que están obteniendo muy buenos resultados haciendo las cosas de forma distinta”.

La ciencia ayuda a describir el mundo y entender sus complejidades. Pero así como los sueños que tenemos durante la noche se conectan con la información que recibimos durante el día y durante el propio sueño, aquí también la ciencia sirve para catapultarnos a imaginar otros futuros. Este artículo nos muestra que para soñar con un mañana más natural y sostenible podemos mirar científicamente el presente. Entonces resta animarnos a dar el salto.

Artículo: “Ample room for reducing agrochemical inputs without productivity loss: The case of vegetable production in Uruguay”
Publicación: Science of the Total Environment (diciembre de 2021)
Autores: Mariana Scarlato, Santiago Dogliotti, Félix Bianchi, Walter Rossing.

Fuente: La Diaria

Agroecología: oportunidad de transformación integral

Por Tito Efraín Díaz, El Tribuno, 19 de enero de 2022.

Podemos producir alimentos de otro modo y la agroecología lo está demostrando al rediseñar los sistemas alimentarios y adaptarlos a los contextos locales. El resultado se vio reflejado en los llamados 10 elementos de la agroecología, los cuales fueron aprobados internacionalmente como marco para tender un puente entre las dimensiones normativas y operativas, y poder conducir a los agricultores hacia la sostenibilidad.

Desde la FAO apoyamos a los Estados miembros en la ampliación de la escala de los enfoques agroecológicos y por esa razón desarrollamos, en colaboración con muchos actores, una herramienta llamada Tape (Tool for Agroecology Performance Evaluation), que permite realizar un diagnóstico de los sistemas enlazando aspectos productivos, sociales, económicos, ambientales, culturales y políticos.

La herramienta cuenta con un diseño simple y requiere un mínimo de capacitación para recolectar datos a campo en países y contextos diferentes. Además, utiliza un software gratuito y de código abierto, funcional también sin conexión, y se puede traducir fácilmente a diferentes idiomas. En Argentina se llevaron a cabo aplicaciones de Tape, tanto en el periurbano hortícola de Córdoba como en el Área Metropolitana de Rosario. Dichos ejercicios aportan evidencias de los múltiples aportes de la agroecología en diferentes contextos.

Desde lo urbano, la ciudad de Rosario es una referencia importante en la producción sostenible de alimentos basado en la producción agroecológica, que se extendió al cinturón verde y que hoy alcanza a 40 hectáreas distribuidas en 7 Parques Huertas y 8 Huertas Productiva Grupales, además de huertas hospitalarias, escolares y terapéuticas. Incluye a más de 300 huerteros que comercializan de manera directa a los consumidores y producen unas 2.500 toneladas al año de hortalizas.

Hoy los agricultores en general se encuentran ante un aumento creciente de los costos de producción, y algunos utilizan altas dosis de agroquímicos que pueden impactar negativamente sobre los recursos naturales y la salud de los ecosistemas y la población. Además, en los últimos 20 años Argentina perdió 100 mil productores, agravando la crisis de migración rural-urbana con dificultades de reinserción en nuevas actividades y contextos. En este escenario la agroecología propone soluciones de bajo costo, locales y sostenibles, porque promueve el uso eficiente de los recursos de la propia finca; el reciclaje del agua, los nutrientes, la biomasa y la energía; el aumento de la agrobiodiversidad y la gestión sostenible de los recursos naturales.

Consciente de esto, el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca (MAGyP) puso en funcionamiento una Dirección Nacional de Agroecología (DNA) dentro de la Secretaría de Alimentos, Bioeconomía y Desarrollo Regional, la cual promueve este paradigma de producción y consumo basado en un enfoque sistémico y holístico. A su vez, en junio de 2021 ingresó al Congreso un proyecto de Ley para el Fomento a la Agroecología, para lograr dos objetivos: soberanía alimentaria y cuidado ambiental.

En la misma línea, el Ministerio de Desarrollo Agrario de Buenos Aires lanzó un Programa Provincial de Promoción de Agroecología como estrategia para estimular las economías locales, repoblar espacios rurales, asegurar la producción local de alimentos nutritivos, empleo rural digno y reducir el impacto ambiental de los sistemas productivos.

Ya existen en todo el país 60 municipios comprometidos con la propuesta de fomentar la agroecología, generando mercados, ferias, encuentros de intercambio de conocimiento.

Los desafíos actuales requieren respuestas sistémicas y reconciliar las dimensiones económica, ambiental y social. La agroecología puede darnos esa oportunidad para generar una conversación necesaria y urgente sobre la transformación .

Conacyt reduce en 50% las recomendaciones para importar glifosato

Por Redacción, Contralínea, 17 de enero de 2022.

En el contexto de eliminar gradualmente el uso del glifosato en México, el pasado 21 de diciembre de 2021 el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) emitió, por segundo año consecutivo, una recomendación a la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) y a la Secretaría de Salud (Ssa) que les permita sustentar la cantidad máxima de glifosato que los particulares podrán importar durante 2022. Las medidas recomendadas equivalen a una disminución del 50 por ciento, con respecto a las cotas máximas de importación de glifosato a México recomendadas en 2021.

Lo anterior, tras el decreto presidencial del 31 de diciembre de 2020 para sustituir gradualmente el uso, adquisición, distribución, promoción e importación del glifosato, y con el objetivo de contribuir al bienestar y al cuidado de la salud del pueblo de México, así como del ambiente y del patrimonio biocultural.

A través de un comunicado, el organismo encabezado por María Elena Álvarez-Buylla, precisó que la recomendación  para 2022 es una cota máxima de 8 millones 263 mil 88 kilogramos de glifosato formulado y de 628 mil 615 kilogramos de glifosato técnico. Aclara que un litro de glifosato grado técnico es 2.67 veces más concentrado que un litro de glifosato formulado.

“Cabe recordar que el glifosato es el herbicida más usado en el mundo para el control de arvenses. En México, 50 por ciento de este herbicida importado se aplica en cultivos de maíz y de cítricos. La Organización Mundial de la Salud ha alertado sobre los potenciales efectos cancerígenos del glifosato, debido a su alta genotoxicidad. En el ámbito internacional, existen varios países y localidades en las que sus gobiernos han anunciado la prohibición, ya sea paulatina o inmediata, del uso de este herbicida en su territorio”, señala el Conacyt.

Por el bien de todos, hablemos de la prohibición del glifosato

Por Greenpeace, Sin Embargo, 17 de enero de 2021.

“No lo olvidemos: el decreto viene directamente de la Presidencia de la República en respuesta a una lucha de muchos años y de muchas organizaciones en todo el país, organizaciones campesinas, de consumidores, académicos, investigadores, artistas e intelectuales que han denunciado que los transgénicos y su paquete tecnológico ocasionan daños a la salud humana y medioambiental, tal como las y los científicos lo han comprobado en diversas investigaciones”.

Angélica Simón y Viridiana Lázaro*

Hace un año, por estos días permanecía la euforia de la noticia revelada: después de muchos años de lucha, desde muy distintos frentes, la prohibición progresiva del herbicida glifosato al 31 de enero de 2024, así como el fin del cultivo de maíz transgénico y su utilización en la alimentación de las mexicanas y los mexicanos, se volvía una realidad, por decreto presidencial.

Se comprendía desde entonces que la aplicación de mismo no es un tema inmediato, que implica tiempos, ajustes, voluntades, procesos y uno de los puntos señalados por Greenpeace desde entonces como fundamental en esta transición es el de una campaña de comunicación.

Difundir el por qué y el para qué es necesario para que, más allá de intereses particulares, comprendamos que esta prohibición es un tema de bien común: recordemos que en el 2015 el herbicida glifosato fue clasificado por la a Agencia Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (IARC por sus siglas en inglés), de la Organización Mundial de la Salud (OMS), como probable carcinógeno en humanos (Grupo 2A) y está asociado a una amplia variedad de efectos dañinos a la salud y a la diversidad biológica, reportados en una amplia literatura científica. Al igual que los transgénicos tiene una grave repercusión en los ecosistemas, afectando la biodiversidad y la gran diversidad de maíces nativos en México, así como daños a la salud humana y la salud de las personas y del medio ambiente debe estar por encima de cualquier otro interés.

Pero igual de importante es comunicar el cómo y quién es el responsable de la aplicación del decreto.

No lo olvidemos: el decreto viene directamente de la Presidencia de la República en respuesta a una lucha de muchos años y de muchas organizaciones en todo el país, organizaciones campesinas, de consumidores, académicos, investigadores, artistas e intelectuales que han denunciado que los transgénicos y su paquete tecnológico ocasionan daños a la salud humana y medioambiental, tal como las y los científicos lo han comprobado en diversas investigaciones.

Y es importante comunicarlo porque hay sectores y regiones, como en Campeche donde por desconocimiento no solo se niegan a aceptar el decreto sino que señalan a compañeros de luchas ambientales muy particulares como los promotores del mismo.

A finales del 2021, Greenpeace, Indignación A.C., la Alianza Maya por las Abejas Kaabnalo´on, Rémy Vandame, investigador del Colegio de la Frontera Sur y el Colectivo de Comunidades Mayas de Hopelchén, hicieron un llamado a las autoridades de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), así como a las dependencias involucradas en su aplicación, a realizar cuanto antes esta campaña de difusión, culturalmente adecuada y adaptada a la población para informar que el decreto es competencia y responsabilidad del Gobierno federal. Confiamos en que la llevarán a cabo este 2022 la desinformación no es buena para nadie.

Esta campaña de difusión también debe estar dirigida a las instituciones de gobierno competentes. Es responsabilidad del Gobierno federal dar a conocer por todos los medios posibles y a todas las comunidades en las que se venía usando glifosato como parte de los paquetes de la agricultura industrial, el origen, contexto, objetivo, beneficios, así como los tiempos de implementación del decreto presidencial del uso del glifosato a fin evitar la tergiversación o manipulación de la información que puedan resultar en confrontaciones entre productoras y productores.

Las autoridades locales involucradas en las reuniones de trabajo con los sectores productivos del país, juegan un papel fundamental en la construcción de la confianza en que esta prohibición trae beneficios para el campo, los agricultores y la población en general al representar un avance en la restricción de sustancias altamente tóxicas y dañinas para la salud de las personas. De no transmitir claramente el contexto, origen y objetivos del Decreto en los espacios para ello, lejos de generar tranquilidad y certeza entre las comunidades se puede generar un tema de confrontación y hostilidad.


*Angélica Simón es coordinadora de medios; Viridiana Lázaro es especialista en Agricultura y cambio climático en Greenpeace México.