Agricultura tradicional y economía campesina: una persistencia desde lo local

En un mundo globalizado donde el capital subordina a la ciencia, e históricamente la agricultura tradicional es sometida a condiciones desfavorables, ésta aún persiste desde diferentes ámbitos locales. Una de las causas para que haya perdurado a través del tiempo, es la disponibilidad de fuerza de trabajo y medios de producción para garantizar la subsistencia de comunidades campesinas y pueblos originarios, bajo una lógica de producción rural y de autoconsumo. Estas formas de hacer agricultura tradicional, constituyen un sistema económico, con un funcionamiento y racionalidad propia, cuya intención no es la búsqueda de la maximización de las ganancias, sino el mantenimiento de un equilibrio entre producción, consumo y la conservación de los recursos genéticos existentes en los territorios.

Agricultura tradicional campesina e indígena

México, que forma parte de Mesoamérica, se reconoce como un país megadiverso y multicultural. Es bien conocido que nuestro país ocupa el quinto lugar con mayor riqueza de plantas y animales, y séptimo en endemismos; posee 68 lenguas indígenas y 364 variantes habladas; es uno de los siete grandes centros de origen, domesticación y diversificación agrícola; y alrededor del 30% de nuestra población es indígena, campesina o afromestiza (Toledo y Barrera-Bassols, 2008). Además, aquí se siembran decenas de razas y cientos de variedades endémicas de maíz, situación que ha llevado a la existencia de 64 razas identificadas, lo que también representa el 29% de las 220 razas que existen en América Latina (Cortez, 2022a). Son semillas nativas que han sido modificadas por los seres humanos a través de un proceso co-evolutivo de al menos 10.000 años de agricultura. Gracias a este proceso de domesticación, hoy tenemos una diversidad de semillas, inclusive un mismo campesino siembra en su milpa entre cinco y nueve variedades distintas de maíz, dos de calabaza, tres de bule, dos de bandeja, tres de frijol, dos de quelites; dando lugar a entrecruzamientos, aumentando la variación genética en cada ciclo productivo.

De acuerdo con Hernández-Xolocotzi (1980) el término de agricultura tradicional se deriva de la forma en que se difunden los saberes locales, esta inicia con base en una gradual acumulación de conocimiento ecológico y biológico sobre los recursos naturales utilizados, y se desarrolló mediante sistemas autóctonos de generación y transmisión de dichos conocimientos, de adaptación y adopción de innovaciones tecnológicas para obtener diferentes satisfactores. En este mismo sentido, para Wilken (1987), la esencia del término tradicional se encuentra en la forma en que se transfieren los conocimientos, de una generación a otra de manera verbal e informal, y a través de intercambios individuales, vecinales y comerciales; a diferencia de como se hace con la agricultura moderna, cuya diseminación es más visible debido al extensionismo que la promueve.

Actualmente, la agricultura tradicional, constituye uno de los sistemas productivos principales de comunidades rurales por su capacidad y magnitud de recursos humanos empleados en las diferentes actividades que se realizan, ligados a sus formas de vidas cotidianas. Son labores productivas tradicionales basadas en sembrar y cultivar en época de lluvia, una gran variedad de productos agrícolas para satisfacer las necesidades de consumo tradicional familiar, comunitario y de territorios circunvecinos.

Es de conocimiento general y aceptado, que la agricultura tradicional, la pesquería artesanal y la ganadería en pequeña escala -propia de cada región- son los sistemas que producen la base de la alimentación de la población del medio rural y urbano, ésta produce el 70% de los alimentos del mundo en el 25% de la tierra. [1] Sin embargo, recientemente la Organización para la Alimentación y la Agricultura de las Naciones Unidas (FAO) ha generado una gran controversia acerca de quién alimenta al mundo, [2] al afirmar que la agricultura tradicional o pequeña agricultura familiar sólo alimenta a un tercio de la población mundial. [3] Estas aseveraciones son debido a la extensa invasión de los llamados “sistemas agroindustriales”, basados en el uso excesivo de agrotóxicos, fertilizantes sintéticos, semillas híbridas y biotecnología transgénica, aun así, las formas tradicionales siguen teniendo un peso importante en la producción de alimentos, y  un claro ejemplo acontece en el estado de Guerrero -considerado de bajos ingresos y desfavorable para la producción de alimentos- ahí domina la agricultura familiar, ya que el 80% de la producción se logra bajo el sistema milpa, en condiciones de producción diversificada, donde el maíz, como cultivo principal, cohabita con: frijol, calabaza, pepino, melón, sandía, chile, tomate, en otros más. También, la siembra y los trabajos culturales se realizan con mano de obra familiar, y la cosecha, en 60%, es para autoconsumo, 30% para venta local y 10% para consumo animal (Cortez, 2021a). Del mismo modo, las familias utilizan semillas nativas para cultivar diferentes alimentos, y durante décadas, han circulado las semillas de sus abuelos a sus padres, y de los padres a sus hijos, la tradición es heredar los saberes locales entorno al maíz y los sistemas milenarios que practican.

Por estas razones, la agricultura tradicional es una “agricultura de vida” que toma como preocupación central al ser humano; que preserve, valore y fomente la multifuncionalidad de los modos de producción. Implica, el reconocimiento al control local de los territorios, bienes naturales, sistemas de producción y gestión del espacio rural, semillas, conocimientos y formas organizativas (Cortez, 2021b). La realidad vigente de la agricultura tradicional es que a pesar de las adversidades han logrado preservar sus saberes locales, y éstos resultan fundamentales para mantener y acrecentar la variedad genética, los policultivos (agrícolas, forestales, agroforestales), la diversidad de prácticas productivas, la heterogeneidad paisajística, que mantienen, hasta el día de hoy, una cierta sustentabilidad, basada en la resiliencia (Toledo, 2005). Bajo esta lógica diferente -un modo de vida definido- las familias desarrollan una gran multiplicidad de actividades agropecuarias (milpa, huertos, cría de animales, labores artesanales, apícolas y pesqueras, aparte del trabajo que realizan como jornaleros en su comunidad y comunidades vecinas) las cuales, componen una unidad productiva diversificada, que se vuelve imprescindible de la economía campesina, como resultado de su persistencia local y de las estrategias innovadoras, pues, son las que sostienen y satisfacen las necesidades básicas del núcleo doméstico, en comparación como ocurre en una empresa capitalista.

Economía rural, una lógica campesina

La economía campesina ha subsistido a la par de la gran empresa agrícola capitalista; y como el auge de la agricultura moderna (agroindustria) no ha destruido plenamente las formas de producción tradicional, debido a las diferentes estrategias con las que el campesinado ha reinventado sus tecnologías agrícolas. Al respecto, diversas corrientes detallan y brindan elementos de análisis que explican su perseverancia, tal como lo planteó Alexander Chayanov en su tesis (1974), al mencionar que la unidad económica campesina, no representaba sólo una producción en pequeño, sino que tenía una lógica natural que difería de la economía capitalista en diferentes aspectos; principalmente precisa que las decisiones de producción, y, por lo tanto, la determinación de la mano de obra que se destinara a la labranza, están en función de las necesidades del consumo familiar, y no de la maximización de beneficios, como ocurriría en el modelo capitalista. Mientras que Theodor Shanin (1976) apunta que la explotación campesina forma una pequeña unidad de producción-consumo que encuentra su principal sustento en la agricultura y es sostenida, principalmente, por el trabajo familiar. Armando Bartra (1982), define la economía campesina como una célula de producción y de consumo constituida por la unidad orgánica de fuerza de trabajo y medios de producción. Por su parte, Michael Yoder (1994) propone que, si la unidad familiar campesina es al mismo tiempo una unidad de producción y de consumo, el principal objetivo de este sistema es la satisfacción de las necesidades de la familia. Van Der Ploeg (2010) agrega que la agricultura empresarial se encuentra vinculada al consumo mundial, a través de empresas de procesamiento y comercialización, en tanto que la agricultura tradicional campesina, escapa del control directo del capital.  

Siguiendo estos indicios, es claro que la producción capitalista y la campesina son producciones guiadas por dos lógicas y objetivos distintos: mientras las empresas producen para satisfacer el mercado, con el fin de obtener beneficios monetarios, los campesinos producen sobre todo para el autoconsumo, y tienen como meta garantizar la reproducción de su familia, debido a la multiactividad productiva. Para campesinos del municipio de Coyuca de Benítez de la Costa Grande, el autoabasto es la prioridad de la producción local de maíz, en particular, una familia promedio de cinco hasta ocho integrantes, almacenan para autoconsumo dos bidones de plástico o silos metálicos de 1, 100 kilos, y 700 a 800 kilos para el consumo animal. Con el propósito de garantizar su autoconsumo, la familia campesina obtiene un rendimiento por hectárea de 2.8 a 3 toneladas, pero si cultivan 2 o 3 hectáreas como en su mayoría lo hacen, generan suficientes y diversos excedentes (Cortez, 2022b), condición que favorece la venta directa en cabeceras municipales, o bien, realizan intercambios de productos con otras familias de su misma comunidad.

La escala de la producción campesina es pequeña, mientras que la empresarial tiende a ser mediana o grande; la mano de obra que los pequeños campesinos invierten en el proceso productivo es familiar, aunque es común que se complemente con la contratación de jornaleros, hasta que el volumen total del producto sea considerado suficiente, en tanto que las empresas ocupan principalmente trabajo asalariado.  

A diferencia de la unidad productiva moderna o empresarial, que dejará de aumentar su producción cuando la utilidad monetaria comience a decrecer, la unidad productiva campesina puede seguir trabajando, aunque el ingreso monetario o el producto físico obtenido por persona empiece a decrecer. Este comportamiento “antieconómico” es absolutamente racional porque valora continuar con el trabajo hasta el punto en el que, primero, se den por satisfechas las necesidades, y segundo, considere provechoso el esfuerzo de continuar con las jornadas de trabajo. Para la economía campesina la tecnología es tradicional, utiliza sub-lotes intercalados donde diversifican en pequeñas cantidades la producción y frecuentemente estacional, mientras que para la empresarial es especializada y maneja grandes flujos de producción que tienden a ser continuos, los cuales predomina el valor de cambio sobre el valor de uso.

En este tenor, tenemos que seguir cuestionando si la economía campesina es “natural o autárquica”, o más bien se articula con la economía en su conjunto a través de dos mercados: productos y trabajo (Schejtman,1982). En resumen, la dicotomía entre la lógica económica campesina y empresarial es útil para entender sus diferencias, aunque en la actualidad no existe una economía campesina genuina que sea completamente de autoconsumo y que no tenga vínculos con el sistema económico. Por el contrario, las unidades productivas campesinas tienen una coexistencia de dos dinámicas relacionales en su interior: por un lado, la lógica del autoconsumo; por la otra, su parte monetaria, que consiste en vender o intercambiar parte de su producción para satisfacer otras necesidades que la familia no produce, siendo el momento que condiciona y entrelaza los sectores campesinos y empresariales con el resto de la economía de mercado.

El mercado y su intercambio desigual

Es crucial entender que un enemigo clave de los campesinos son los precios bajos, los cuales siguen cayendo incluso mientras los precios al consumidor suben. Esto se debe a que la principal fuerza que fijan éstos, es el control de corporaciones que ejercen una presión sobre el sistema agroalimentario actual. Ante estos estragos, el campesinado no está del todo desligado, sino todo lo contrario, está más ligado que nunca, porque se relaciona y se transforma de distintas maneras.

En las regiones guerrerenses, principalmente: Centro, Montaña y Costa Chica, la mayoría de campesinos se encuentran en comunidades marginadas, donde la necesidad económica es predominante, y por eso, aunque sea a un precio injusto, vender es una prioridad; al no tener un mercado bien establecido, quedan vulnerables frente a los coyotes locales/regionales. Los campesinos ubican a los coyotes como las personas que en sus comunidades compran muy barato, pero ellos revenden a precios muy elevados. Aquí es donde el campesino es subordinado sobre todo hacia el capital comercial y financiero, resultado de su propia lógica campesina de explotación, y la economía de mercado es controlada, regulada y dirigida por los mercados, hasta alcanzar sus máximas ganancias monetarias, en donde la autorregulación implica que toda la producción se destine a la venta en el mercado, y que todos los ingresos deriven de tales ventas (Polanyi, 2004). En función de lo anterior, Armando Bartra (2006) señala que la mercancía campesina entra al mercado capitalista como una mercancía propia cuya lógica originaria es distinta de la que rige en él, donde el campesino vende para comprar, y el capital vende para ganar, y solo bajo esa condición acepta el intercambio, al ceder su mercancía a un precio inferior; prevaleciendo el intercambio desigual, entre el campesino y el capital disfrazado de coyote, donde el primero es vendedor y el segundo comprador. Este intercambio desigual entre la producción campesina y el capital se manifiesta cuando el campesino como comprador y como vendedor puede realizar intercambios en condiciones en que no lo haría ninguna empresa capitalista. El origen de esta peculiaridad reside en que el campesino como productor no puede condicionar sus intercambios a la obtención de ganancias, pues su proceso laboral es la condición de su subsistencia y sus medios de producción no han adquirido la “forma de libre del capital”.

El problema no es tanto cómo producir, sino que el problema mayor, siempre ha sido como comercializar, por el alto encarecimiento y el exceso de intermediarios o coyotes, que acaparan la producción primaria a bajo costo, triplicando el retorno del mismo producto en otras presentaciones y envolturas, como ocurre con mayor relevancia en el centro, occidente, sur y sureste de México, allí el mercado es dominado por empresas nacionales y extranjeras, como: Cargil, Monsanto, Nestle, Maseca, Bachoco, Bimbo, Coca Cola, Lala, incluso, manejan un discurso de seguridad alimentaria y sustentabilidad. Pese a esto, las autoridades no reconocen la necesidad de implementar instrumentos en materia legislativa, pues no existe un marco jurídico que actué de manera coherente ante las distorsiones de mercado. Lo indiscutible es que la alteración productiva y de comercialización ha permitido el desarrollo y expansión de un intermediarismo altamente rentable que, al contar con la liquidez financiera, transporte, información de mercados, infraestructura de acopio y distribución, le permite captar volúmenes considerables de mercancías a bajos precios en diferentes puntos estratégicos del país.

Este escenario empobrece cada vez más a la agricultura tradicional, ya que las cadenas de autoservicio local por medio de contratos con empresas de índole mayor, tienen que implementar una exuberancia de tácticas de acaparamiento de productos. Si bien para los campesinos implica sólo la recuperación de sus costos de producción, y para los intermediarios grandes ganancias, es una desarticulación comercial muy dispareja y ventajosa de unos hacia otros. Entonces, ahí se consuma la explotación del campesino al cambiar de manos el producto, -entra en la fase de circulación capitalista- por medio de un intercambio desigual, pero la base de esta explotación se encuentra en las condiciones internas de su proceso de producción, al prolongarse la jornada de trabajo más allá del tiempo de trabajo necesario, existiendo una explotación justificada para lograr su subsistencia (Bartra, 2006). Los campesinos se vinculan a éste mediante los mercados de productos, de trabajo y de dinero. En consecuencia, son incorporados y sometidos al proceso de valorización mediante los diferentes mercados. Aun cuando el campesino se encuentra subsumido en el proceso de acumulación capitalista, predomina la racionalidad propia de un modo de ser y existir de una economía campesina, con una lógica peculiar y natural, distinta a la lógica de la acumulación y de generación de riquezas, inspirada en la agricultura tradicional.

Políticas públicas acorde a la agricultura tradicional y economía campesina

En las familias campesinas e indígenas de México, existe una lógica articulada de dos componentes: el componente monetario y el de autoconsumo, entre los cuales se establece una relación funcional que es necesario que los diferentes organismos internacionales e instituciones gubernamentales reconozcan y entiendan esta interrelación para aplicar políticas públicas de acuerdo a las dinámicas locales. Una política que pretenda impulsar desarrollo comunitario “desde abajo” con la co-participación de las familias, debe considerar estos dos componentes y generar una relación virtuosa en esta dualidad. En otras palabras, es necesario apoyar la producción, consumo y venta de alimentos, garantizado la conservación y la eficiencia de los agroecosistemas tradicionales para lograr un equilibrio económico, social y ecológico, por lo tanto, se requieren estrategias más incluyentes para alcanzar una igualdad de condiciones. Por ello, se debe encontrar la manera de financiar programas dentro de la lógica interna de la operación económica de la familia, para que el aumento en la producción para autoconsumo sea constante, bajar los costos de producción con prácticas sostenibles, y aspirar que los excedentes de producción sean canalizados a mercados locales, regionales y nacionales con precios justos, fundamentados en principios de la economía social y solidaria. Estos principios no deben desconocer las dimensiones de seguridad y soberanía alimentaria, las cuales son ejes medulares que debieran dar vida y sustento a las políticas públicas que desean superar las penurias en el medio rural y urbano.

No obstante, mejorar los ingresos (agrícolas, pecuarios, pesqueros, artesanales) con la utilización de canales de comercialización, y desde luego, acompañado de un financiamiento, hasta el momento, es totalmente ínfimo y castigado con un sistema de precios inadecuados e inviables, con créditos casi inexistentes y subsidios descoordinados al contexto social y ambiental de cada región. Cabe decir que el debilitamiento de las formas de intervenciones oficiales en el campo, y particularmente en comunidades y pueblos originarios, permitió el resurgimiento de la economía campesina, como garante de una mejor calidad de vida. Pero, a la par, también se vieron acompañados de fuertes procesos de migración interna e internacional; además, generó vacíos institucionales que han sido llenados por la presencia directa de empresas extractivas nacionales y trasnacionales, por nuevos latifundios, cacicazgos, y por la delincuencia organizada, esta última, no solo acopia y vende enervantes, sino productos de primera necesidad, como el maíz, frutas (mango, aguacate, café), carne y leche, colocando aranceles sin ninguna contemplación, algo que comienza a ser ordinario en geografías de la zona Norte y Costa Grande de Guerrero.

Hoy, la realidad del campo mexicano requiere de una economía de pequeños y medianos productores rurales impulsada por nuevas formas de intervenciones, con diferentes perspectivas y con expresiones solidarias y reciprocas, que no sean individualizadoras, maximizadoras o acumulativas, sino que operen a partir de lógicas más sociales que económicas. En sí, se necesita una intervención que venga a romper con lo gerencial, la que se ha caracterizado por décadas en un asistencialismo público/clientelar, y en una filantropía privada como una postura de “ayuda humanitaria” dirigida a los “más necesitados, pobres y marginales”, es decir, según Raymundo Mier (2012) la intervención gerencial, es intrusión, es irrupción y, por tanto, es violencia.

En suma, es cuestionable el re-diseño, adecuación e implementación de políticas/programas dirigidos a combatir la pobreza y el hambre; así como es vital el reconocimiento de las características particulares de la agricultura tradicional, su racionalidad campesina y de su multiactividad, para fortalecer las economías propias, la producción, consumo, venta, intercambio, abastecimiento de alimentos sanos, cercanos y soberanos, y al mismo tiempo, garantizar la conservación de la diversidad biológica de los territorios, y el afianzamiento de mercados específicos, enfocados en construir redes horizontales de cooperación agroalimentaria, todo esto, como resultado de las múltiples agriculturas  y economías campesinas que aún persisten desde lo local. 

Bibliografía

Bartra, A. (1982). El comportamiento económico de la producción campesina. Universidad autónoma de Chapingo, México. p 17.

Bartra, A. (2006). “La explotación del trabajo campesino por el capital”, en El capital en su laberinto. Editorial Ítaca, México. Pp. 240-280.

Chayanov, A.V. (1974). La organización de la unidad doméstica campesina. Buenos Aires, Argentina. Ediciones Nueva Visión.

Cortez Bacilio, M. (2021). Agriculturas, Resiliencia y Cambio Climático: Estrategias Agroecológicas. En ADN Cultura, junio 5. Recuperado de:  https://www.adncultura.org/index.php/agriculturas-resiliencia-y-cambio-climatico-estrategias-agroecologicas

Cortez Bacilio, M. (2021). “La milpa agroecológica, una alternativa campesina para construir soberanía alimentaria en Coyuca de Benítez, Guerrero”. En Alejandro Cerda y Lorena Paz (coordinadores), Serie: Mundos Rurales, Alternativas del desarrollo rural desde la resistencia y la subalternidad: autonomías, mujeres y soberanía alimentaria, UAM-Xochimilco, P.143-171. México, Logos Editores.

Cortez Bacilio, M. (2022). Guerrero: centro de origen de maíces nativos y biodiversidad. En La Jornada del Campo, marzo 19. Recuperado de:  https://www.jornada.com.mx/2022/03/19/delcampo/articulos/guerrero-origen-maices.html

Cortez Bacilio, M. (2022). “Estrategias agroecológicas en tiempos de COVID-19: una experiencia agroalimentaria en Coyuca de Benítez, Guerrero”. En Milton Gabriel Hernández y Sofía Medellín (coordinadores), Serie: Mundos Rurales, El campo latinoamericano en tiempos de covid-19, crisis, escenarios y alternativas, UAM-Xochimilco, P.75-96. México, Bonilla Artigas Editores.

Hernández X., E. (1980). Agricultura tradicional y desarrollo. En: Xolocotzia. Tomo I. Obras de Efraím Hernández Xolocotzi. En Revista de Geografía Agrícola. Universidad Autónoma Chapingo. Chapingo, México, pp. 419-422.

Mier, R. (2012). Seminario interdisciplinario para pensar la intervención: Teorías, métodos y experiencias en el campo de lo social y las humanidades, p. 1-20.

Toledo, V. M. (2005). La memoria tradicional: la importancia agroecológica de los saberes locales. En Leisa Revista de agroecología, volumen 20, número 4, pp.16-19.

Toledo, V. M., y Barrera-Bassols, N. (2008). La memoria biocultural: la importancia ecológica de las sabidurías tradicionales. Barcelona: Icaria editorial.

Polanyi, K. (2004). “Molino satánico”, en La gran transformación, Casa Juan Pablos, México. Pp. 45-85.

Schejtman, A. (1982). Economía campesina y agricultura empresarial: tipología de productores del agro mexicano, México D.F., Siglo XXI Editores.

Shanin, T. (1976), “Naturaleza y lógica de la economía campesina”, Anagrama, Barcelona. Pp. 1-8.

Van der Ploeg, J. (2010). Nuevos campesinos. Campesinos e Imperios Alimentarios. Barcelona: Icaria Editorial, p.430. 

Wilken, G. C. 1987. Good farmers. Traditional agricultural resourse management in Mexico and Central America. University of California Press. California, USA. 302 p.

Yoder, M. S. (1994). Critical chorology and peasant production: small farm forestry in Hojancha, Guanacaste, Costa Rica. Tesis Doctoral. Louisiana State University, Baton Rouge. 340 p.

Referencias:

[1] Véase:  https://latinta.com.ar/2020/10/agricultura-campesina-alimentos-tierra/

[2] Véase:  https://www.fao.org/news/story/es/item/1396597/icode/

[3] Véase:  https://grain.org/es/article/6793-la-gran-agricultura-no-alimenta-al-mundo

Contacto: Marcos Cortez Bacilio  –  marcosbacilio@gmail.com

Fuente: ADN Cultura

Sí, los refrescos acortan tu vida y la industria lo sabe

Kennia Velázquez/Pop Lab, Pie de Página, 2 de enero de 2023.

Bajo el argumento de que criticar el alto contenido de azúcares y otras sustancias dañinas en las bebidas carbonatadas “es estigmatizante”, la industria refresquera busca trasladar la responsabilidad del balance energético a los consumidores, basada en conclusiones parciales afectadas por el conflicto de interés al provenir de organismos vinculados o patrocinados.

La industria refresquera asegura que responsabilizar a sus productos de causar obesidad es simplista y que calificar las bebidas azucaradas como dañinas “en nada contribuye a mejorar la salud, porque restringe la capacidad del individuo de elegir alimentos para llevar una dieta balanceada”. Sin embargo, especialistas y estudios científicos demuestran que eso no es así.

La Asociación Nacional de Productores de Refrescos y Aguas Carbonatadas (ANPRAC) envió una misiva a POPLab para aclarar algunos puntos de la notaRefrescos: dicen que te endulzan la vida. En realidad, te matan.

En el documento, la ANPRAC dice que “no obstante la cita de fuentes científicas en el artículo, las conclusiones y afirmaciones que realiza son, desde el título mismo, estigmatizantes y forzadas, pues en la mayoría de los casos los autores establecen que sus resultados son no conclusivos, discrepan de los obtenidos por otras investigaciones o tienen limitaciones”.

Sin embargo, Alejandra Contreras Manzano, doctora en Ciencias en Nutrición Poblacional, que fue consultada sobre las fuentes citadas por POPLab, señala que “los resultados de estudios científicos son descriptivos, cuantitativos y objetivos centrados en los efectos metabólicos y otros daños a la salud del consumo de las bebidas azucaradas, por lo que no se está centrando el estudio al individuo y mucho menos a su estigmatización”.

La investigadora del Instituto Nacional de Salud Pública recuerda que algunos artículos científicos tienen conclusiones consistentes con el título de la nota: los refrescos están asociados a graves riesgos a la salud: riesgo de muerte por cualquier causa incrementa 11 por ciento por cada 12 onzas de bebida azucarada y 24 por ciento por cada onza de jugo de fruta; en pacientes con cáncer de mama consumir refresco incrementa el riesgo de mortalidad por cualquier causa en un 62 por ciento y por cáncer de mama 85 por ciento; otra investigación revela que el consumo de bebidas azucaradas se asoció con 15 por ciento de mayor mortalidad por todas las causas, 23 por ciento de muerte por enfermedad del sistema circulatorio y 35 por ciento de enfermedad cardiovascular. La evidencia sólida respalda la relación entre el consumo de bebidas azucaradas y el aumento de peso y las enfermedades cardiometabólicas.

Foto: FocaStokc

La Industria Mexicana de Bebidas considera que las deducciones publicadas en la nota “poco suman a una cultura de la salud de las audiencias a las que buscan servir.”

Para Contreras Manzano, “por la evidencia científica reciente, consistente y publicada en las revistas de mayor impacto mundial por los expertos de mayor prestigio internacional, los contenidos de la nota de POPLab suman significativamente a la cultura de la salud al advertir a los lectores sobre los riesgos comprobados del consumo de bebidas azucaradas como el refresco”.

La ANPRAC rechaza ser la responsable de la epidemia de obesidad y sobrepeso en México, pues “las bebidas saborizadas representan menos del 10% de la ingesta calórica de los mexicanos, y es una visión simplista responsabilizar a un solo tipo de producto de la prevalencia de esta enfermedad.”

De acuerdo a la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición, en la dieta de los mexicanos los azúcares añadidos aportaron el 13 por ciento de la ingesta calórica total, es decir 3 por ciento más del límite máximo recomendado por la OMS. De este excedente, las bebidas azucaradas fueron la principal fuente de azúcares y contribuyeron con el 69 por ciento de los azúcares agregados. “Por lo que en efecto, las bebidas azucaradas son el principal producto que está ocasionando una ingesta excesiva de azúcares en lapoblación mexicana” indica la doctora Contreras.

Unestudio realizado en 2010 estimó que las bebidas azucaradas causaron el 12 por ciento de todas las muertes por diabetes, enfermedades cardiovasculares y cáncer relacionadas con la obesidad en México: en adultos mexicanos de 20 años y más, el 6.9 por ciento de la mortalidad por todas las causas fue atribuible a las bebidas azucaradas, lo que representa un exceso de 40 mil 842 muertes por año. “Además, el 19 por ciento de la mortalidad por cáncer relacionada con la diabetes, las enfermedades cardiovasculares y la obesidad se atribuyó a las bebidas azucaradas, lo que representa un exceso de 37 mil muertes al año.

La especialista recuerda que la Organización Mundial de Salud “reconoce que los azúcares forman parte de una dieta habitual, mas no una dieta saludable, y es por ello que NO recomienda el consumo de azúcares añadidos, es decir, que no hay una cantidad establecida que las personas deban incluir en su dieta para mantenerse saludables, es por eso que la OMS establece límites máximos -10 por ciento de ingesta de energía- e invita a reducir su ingesta todavía menos del 5 por ciento de la ingesta calórica total independientemente de cuántas calorías consume una persona”.

Foto: PicJumbo

La asociación de refresqueros indica que “expertos en nutrición coinciden en que definir un producto como bueno o malo en nada contribuye a mejorar la salud, porque restringe la capacidad del individuo de elegir alimentos para llevar una dieta balanceada”. Se le pidió a la ANPRAC qué indicara qué investigaciones concluyen lo anterior y citó como referencias a Margarita Maass Moreno (estudiosa de Cibercultura, Gestión Cultural y Comunidades de Conocimiento) y a Andrea Hernández López, nutricionista egresada del Tecnológico de Monterrey.

En opinión de Contreras Manzano, “los nombres citados sobre los expertos en nutrición que coinciden en la definición de un producto bueno o malo no es un consenso representativo de la comunidad científica o académica. En cambio, los perfiles nutrimentales como el de la OPS/OMS o el perfil de nutrientes de la NOM-051 fueron desarrollados por grupos de expertos en el tema y sin conflicto de interés con la finalidad de clasificar a los productos como saludables o no saludables”.

La investigadora del INSP explica queel perfil de la Organización Panamericana de la Salud considera que un producto es saludable únicamente cuando no rebasa los límites de los 6 ingredientes críticos: azúcares, grasas totales, grasas saturadas, grasas trans, sodio y edulcorantes. Mientras que el perfil de la NOM-051 son aquellos que no rebasan los límites de calorías e ingredientes críticos: azúcares, grasas trans, grasas saturadas, sodio, edulcorantes y cafeína.

En la nota de POPLab se citan los daños que provocan losedulcorantes, pero la asociación de refresqueros asegura que “éstos son resultado de años de investigación científica, han sido aprobados por las autoridades de salud nacionales e internacionales como la COFEPRIS y la FDA, y que han confirmado total seguridad en su consumo y pueden ser parte de una dieta en balance”.

Contreras Manzano explica que estas aprobaciones “se realizan basadas en evidencia que respalda que el consumo de estos aditivos es seguro en términos de toxicidad, no sobre su total seguridad, es decir, que en materia de efectos metabólicos existe múltiple evidencia en humanos que ha demostrado que el consumo de edulcorantes no calóricos tiene efectos adversos” .

Efectos de los edulcorantes

· La sucralosa puede aumentar la glucosa en sangre y por lo tanto, el riesgo de prediabetes.

· El Acesulfame puede estimular la acumulación de grasa. Durante el embarazo aumenta el riesgo de parto prematuro y alergia en los bebés.

· Aspartame aumenta el riesgo de cáncer y puede ser tóxico para hígado y riñones, puede provocar daño a los nervios, cáncer y diabetes. No recomendable en embarazadas ya que puede producir parto prematuro y alergia en los bebés.

· La sacarina puede alterar la microbiota del intestino y la glucosa en sangre, y aumentar el riesgo de diabetes.

· El ciclamato no recomendable durante el embarazo, en estudios animales ha producido cáncer de vejiga, está relacionado a malformaciones en bebés. En estudios animales ha producido cáncer de vejiga.

· El Advantame puede provocar problemas gastrointestinales.

· Neohesperidina puede provocar náuseas y migrañas.

· Sorbitol puede agravar síndrome del intestino irritable, diarreas severas en niños y habituación a sabores muy dulces.

· Manitol puede agravar la insuficiencia cardiaca y provocar diarrea y gases.

· Manitol, lactitol, inulina y maltitol pueden provocar flatulencias, distensión abdominal, cólicos y tener efecto laxante.

· Glicósido de esteviol (Estevia) puede afectar la glucosa y presión arterial y su alto consumo en formas procesadas se ha asociado con infertilidad.

Si bien “los edulcorantes pueden ser útiles en planes de alimentación de reducción de peso, existen varios estudios que asocian su consumo con mayor riesgo de obesidad, hipertensión, síndrome metabólico, diabetes, y eventos cardiovasculares”, continúa la doctora Contreras, pero también se les asocia a un mayor riesgo decáncer; al incremento en el apetito y sobrecompensación de energía, con una la alteración de la microbiota intestinal y resistencia a la insulina. La Asociación Americana de DiabetesNO recomienda el consumo a largo plazo de edulcorantes no calóricos en pacientes con diabetes, sino como una medida temporal que ayude a la transición de la reducción del consumo de azúcar.

Cabe destacar, que los estudios citados son libres de conflicto de interés, mientras que a los que hace referencia la ANPRAC pueden si tenerlo, pues citan a la Asociación Internacional de Edulcorantes y una postura de la Federación Mexicana de Diabetes, A.C. sobre edulcorantes no calóricos. Esta organización recibió entre 2016 y 2017 cerca de 5 millones de pesosdonados por Coca Cola.

Recurrir a este tipo de estudios es una estrategia de las empresas, Andrea Pedroza Tobías, académica postdoctoral de la Universidad Stanford y estudiosa de la interferencia de la industria asegura que “esa es otra táctica de la industria de querer financiar estudios para demostrar lo que ellos están buscando demostrar. La solución no es cambiar por edulcorantes, sino simplemente reducir la cantidad de azúcar que están poniendo en los productos, no es posible que un niño esté tomando en un refresco más de la cantidad de azúcar que requiere en todo el día”.


En la carta enviada a POPLab, la ANPRAC resalta la importancia que este sector tiene para la economía de México y el trabajo social que realizan a favor de la comunidad. Pedroza Tobías señala que “sí estoy de acuerdo que generan muchos empleos, pero también lo que están ocasionando es una mayor discapacidad, mortalidad prematura que al final de cuentas está afectando la economía de las familias, pues tanto obesidad y diabetes hace que las personas jefas de familia dejen trabajar a edades tempranas. Entonces afecta más la economía del país tener estos alimentos ultra procesados”

Sobre su promoción como empresas socialmente responsables, Pedroza explica “eso es parte de la estrategia que utiliza la industria, no solamente la de las bebidas azucaradas. Eso viene desde la industria del tabaco, que se sabe que lo que hacen es crear este tipo de campañas que aparentan ser una industria responsable, pero al final de cuentas es querer tapar el sol con un dedo, o sea, todo lo que están ocasionando de daño a la salud, al ambiente y a la economía del país por sus productos no lo pueden solucionar plantando arbolitos, es mucho más el daño que están ocasionando las botellas, la producción masiva de estos productos, el agua que están tomando para poder hacer estos productos”.

La industria refresquera ha logradointerferir en las políticas de salud pública en México, pero también buscan centrar la atención en otros aspectos. ”Esa es otra estrategia que utilizan, que es justamente cambiar el argumento y crear debate sobre lo que realmente se conoce con contraargumentos que realmente no tienen ningún fundamento científico”, dice la experta.

Un ejemplo de ello es cuando dicen que no tienen responsabilidad sobre la obesidad y la diabetes por ser un problema multifactorial, Pedroza dice que efectivamente es así “pero sus productos son la principal causa que está ocasionando estas enfermedades. Entonces, si sabemos que es un producto dañino, no hay razón para dárselo a los niños. Y si, es un problema multifactorial, vamos a atenderlo con diferentes políticas, pero como parte del paquete de políticas que se deben de hacer para solucionar este problema, hay que atacar por diferentes lados, y la forma más sencilla de eliminar la gran cantidad de azúcar es limitando el acceso de estos productos a la población”, concluye Pedroza.

Décadas de ocultar evidencia científica

Unanálisis histórico recientemente publicado en la revista especializada JAMA Internal Medicine revela que la primera evidencia del riesgo de enfermedad coronaria causada por azúcar se dio en 1950. Esto después de analizar documentos internos de la Sugar Research Foundation (SRF), los informes muestran que en 1965 se destacó la grasa y el colesterol como las causas de la enfermedad coronaria y minimizó la evidencia del consumo de sacarosa como un factor de riesgo. En esa década y durante la siguiente se promovió la grasa como la única responsable.

Ese mismo año hubo un estudio epidemiológico que sugería que los niveles de glucosa en la sangre eran un mejor predictor de aterosclerosis que el nivel de colesterol sérico o la hipertensión.

La investigación revela que la industria azucarera gastaría 600 mil dólares en esa época para enseñar a “personas que nunca habían tenido un curso de bioquímica que el azúcar es lo que mantiene a todo ser humano vivo y con la energía para afrontar nuestros problemas cotidianos”.

Lo que este documento revela es que la industria azucarera patrocinó su primer proyecto de investigación en 1965 para minimizar las señales de alerta temprana de que el consumo de sacarosa era un factor de riesgo en la enfermedad coronaria.

Los investigadores concluyen que el riesgo de enfermedad coronaria “es inconsistentemente citado con consecuencias para la salud por el consumo de azúcares añadidos. Debido a que esta cardiopatía es la principal causa de muerte en todo el mundo, se debe asegurar de que el riesgo de cardiopatía coronaria se evalúe en futuros estudios sobre azúcares añadidos”.

*Este trabajo fue realizado por POPLAB, parte de la alianza de medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes leerla.

Imagen de Ernesto Rodriguez en Pixabay