¿Megaexperimento transgénico con mexicanos?

La discrepancia se extiende al ámbito institucional. Aunque reciente, es ya del dominio público que la Agencia Internacional para la Investigación en Cáncer (IARC) acaba de clasificar al glifosato –herbicida acompañante obligatorio de la tecnología transgénica actual– como categoría 2A, que significa “probablemente carcinogénico para los humanos”.

Cabe preguntarse si nuestra Cofepris siguió a ciegas los pasos a la FDA en materia de la cada vez más cuestionada inocuidad de los alimentos transgénicos.

Su ceguera rayaría más bien en incompetencia. La Cofepris debe aceptar que su colaboración con la industria transgénica no es equivalente a servir a la población que protege por mandato.

A diferencia de Estados Unidos, donde el maíz es principal forraje e importante insumo industrial, los mexicanos lo consumimos como alimento directo, tres veces al día.

Si los experimentos con mamíferos alimentados toda su vida con maíz transgénico –como lo haríamos los mexicanos– sirven de algo, nos estarían advirtiendo sobre daños crónicos al hígado y al riñón en el plazo largo.

A nadie le hace daño comer una tortilla de maíz transgénico o beber un atole transgénico una vez o dos durante un par de años. Más bien, el daño es como el que nos causa el tabaco; es crónico y es subclínico, y la factura a la salud es inmisericorde.

* Miembro de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad, AC, investigador nacional emérito del SNI

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