Transgénicos y biotóxicos

Por Omar Arellano-Aguilar*, La Jornada, 17 de septiembre de 2015

La tecnología para generar cultivos transgénicos ha permitido manipular el genoma de distintas especies que naturalmente o por mejoramiento tradicional no se pueden entrecruzar, y combinar sus genes. Mediante la biotecnología de transgénicos se toman genes de una o varias especies, se recombinan en construcciones transgénicas y se insertan en las células de otras especies, que se modifican genéticamente, en un laboratorio de investigación o de empresas productoras de transgénicos con fines comerciales.

Por medio de esta tecnología se generan los organismos genéticamente modificados (OGM), y algunos de ellos son resistentes a compuestos tóxicos, mutagénicos, cancerígenos o que causan daños en el sistema inmune, reproductivo o metabólico tanto de insectos como de mamíferos, como el hombre: herbicidas, como el glifosato.

Una vez que se inserta la secuencia génica del o los organismos donantes en embriones, cultivos celulares o en las plantas adultas embebiendo sus meristemos (brotes que forman las hojas, ramas, flores, frutos y semillas de una planta) de la especie receptora que será transgénica, se pueden aislar y propagar las líneas deseadas y éstas se patentan por el científico o empresas obtentoras.

También las empresas pueden pagar las licencias de las patentes, y hacer negocio con ellas. A partir de este proceso y las inversiones monetarias implicadas, las plantas transgénicas se producen masivamente para su venta, y así se multiplican las ganancias de quien es dueño de la línea transgénica.

Entonces, mediante la biotecnología, se han incorporado las semillas transgénicas al mercado, incluso de la bolsa de valores. Esta tecnociencia ha producido un catálogo de organismos transgénicos que se comercializan en algunos países. Se han usado cultivos de interés comercial: maíz, soya, algodón, berenjena, papa y canola, principalmente.

Algunos laboratorios o empresas trasnacionales de alimentos han producido cultivos genéticamente modificados resistentes a varios tóxicos. Este es el caso del maíz transgénico resistente al glifosato y al 2,4-D (defoliante y constituyente de la formulación del Agente Naranja; Landrigran JP., Benbrook C. [2015], “GMOs, Herbicides, and Public Health”, The New England Journal of Medicine, DOI: 10.1056/NEJMp1505660), que se ha intentado introducir en nuestro país para su producción comercial y se ha aprobado para consumo humano.

La soya transgénica tolerante al glifosato ya se cultiva en la península de Yucatán, Chiapas y la planicie huasteca (Vandame R., Álvarez-Buylla E. [2012], “Miel y transgénicos, ¿la imposible coexis­tencia?”, La Jornada, 12 de junio), y ha causado un impacto negativo en la comercialización de la miel de exportación.

El glifosato y el 2,4-D son herbicidas que se vuelven sistémicos en las plantas, pues van acompañados de sustancias que les permiten penetrar en las células y tejidos de los vegetales. Se distribuyen en la raíz, tallo, hojas, flores, frutos y semillas o granos de los cultivos.

Por ello, no se pueden lavar, y si se usan para producir alimentos, éstos quedan contaminados con dichos tóxicos. Una vez que ingresan al interior de las plantas, estos agrotóxicos interactúan con otras moléculas de la planta y bloquean rutas metabólicas esenciales para las plantas, causando su muerte, excepto en las plantas transgénicas que toleran altas concentraciones de estos compuestos químicos tóxicos, o herbicidas.

Desde hace décadas ambos herbicidas se han empleado para limpiar los campos de las “malas-hierbas” previamente a la siembra o crecimiento de los cultivos, pero sin entrar en contacto con los cultivos, pues tradicionalmente no eran tolerantes a estos tóxi­cos como lo son los transgénicos. Ahora, con los transgénicos, los herbicidas se aplican masivamente incluso sobre los cultivos en crecimiento o ya maduros, y así se evita el crecimiento de las consideradas malas hierbas en la agricultura industrial.

En el sistema de milpa o agricultura tradicional estas arvenses son comestibles o sirven para diversos fines, como los quelites, el girasol silvestre, el amaranto, los zacates, el coquillo, la borraja o los dientes de león. Cuando los cultivos transgénicos alimenticios se cosechan entran a la cadena de producción de alimentos, llegando a diferentes productos como las harinas, el forraje para los animales, la leche (en caso de la leche de soya; a menos que diga que es orgánica y sin OGM), aceites, tortillas, tostadas, pozole, atoles, tamales, etcétera, y así pasan a nuestra comida los herbicidas tóxicos.

En Estados Unidos, en donde la superficie de cultivos transgénicos es de las mayores a escala mundial, el uso de glifosato pasó de 400 mil kilogramos en 1974 a 113 millones de kilogramos en 2014 por la liberación de los transgénicos.

La reclasificación del glifosato como probable cancerígeno (IARC [2015], Monographs 122: Evaluation of five organophosphate insecticides and herbicides, International Agency for Research on Cancer, 20 de marzo; Guyton KZ., Loomis D., Grosse Y., et al. [2015], “Carcinogenicity of tetrachlorvinphos, parathion, malathion, diazinon, and glyphosate”, Lancet Oncol., 16: 490-491) y el 2,4-D como posible cancerígeno (Loomis D., Guyton K., Grosse Y., et al. [2015], “Carcinogenicity of lindane, DDT and 2,4-dichlorophenoxyacetic acid”, Lancet Oncol., 22 de junio [ Epub ahead print]) en humanos por parte de la Organización Mundial de la Salud, así como las recientes evidencias del mecanismo de toxicidad y riesgo (Paganelli A., Gnazzo V., Acosta H., et al. [2010], “Glyphosate-based herbicides produce teratogenic effects on vertebrates by impairing retinoica cid signalling”, Chem. Res. Toxicol., 23: 1586-1595; Séralini GE., Clair E., Mesnage R., et al. [2012], “Long term toxicity of a roundup herbicide and a roundup-tolerant genetically modified maize”, Food Chem. Toxicol. 50: 4221-4231) ha generado una reac­ción en varios miembros de la comunidad científica de Estados Unidos.

Se ha solicitado a la Food and Drug Administration (por sus siglas en inglés, FDA) que reconsidere la implementación del etiquetado en los alimentos producidos con OGM tolerantes a herbicidas. Por si fuera poco, la Academia Nacional de Ciencias de aquel país ha convocado a un nuevo comité de expertos para revaluar los efectos sociales, económicos, ambientales y de salud humana de los cultivos transgénicos.

Esperamos que esta reac­ción llegue a ser equiparable al movimiento de la comunidad científica estadunidense que llevó a la prohibición del DDT en Estados Unidos y después a escala mundial, tras la publicación del libro La primavera silenciosa, de Rachel Carson, en 1962.

El escenario actual sobre los transgénicos vuelve más clara la importancia de evitar la liberación de maíz transgénico en su centro de origen: México. Los datos recientes de la toxicidad e impacto en la salud humana de los herbicidas asociados a prácticamente todos los maíces transgénicos, que pueden llegar a nuestro alimento básico y perjudicar nuestra salud, se suman a los argumentos ambientales, económicos y socioculturales que sustentan que se mantenga la medida precautoria que prohíbe la siembra de maíz transgénico en todo el territorio nacional. La evidencia científica es ya suficiente para hacer permanente esta medida.

* Investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México y miembro de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad