Sobre la crítica de la economía verde, 9 tesis

Por Barbara Unmüßig, Heinrich Boll Stiftung, 18 de enero de 2016

Los promotores de la economía verde la presentan como modelo para resolver la crisis ecológica y económica. ¿Pero, de verdad puede hacerlo? Thomas Fatheuer, Lili Fuhr y Barbara Unmüßig de la Fundación Heinrich Böll se proponen explorar los supuestos básicos de la economía verde, sus hipótesis y las soluciones que propone, para ilustrar y criticar sus efectos en la práctica.

Los autores hacen un llamado a un realismo radical y tener el valor de reconocer la complejidad de la crisis mundial. Afirman que la clave será avanzar el proyecto de la era moderna, al tiempo que tomamos en consideración lo que ahora sabemos de los límites planetarios, de una perspectiva de participación democrática más amplia, del fin de la pobreza y la injusticia.

Las siguientes son las principales tesis de su libro Kritik der Grünen Ökonomie (Crítica de la economía verde, sólo en alemán), publicado el 5 de noviembre de 2015:

1) Siendo que la economía verde se desborda de optimismo, a final de cuentas es un asunto de fe y ceguera selectiva

En el imaginario dominante la economía verde quiere dejar atrás el uso de combustibles fósiles, lo cual resulta un mensaje atractivo, optimista: la economía puede seguir creciendo y el crecimiento puede ser verde, e incluso puede impulsar más crecimiento. No obstante, reconciliar protección climática y conservación de recursos con crecimiento económico en un mundo finito e injusto no es sino vana ilusión. Debido a sus asociaciones positivas, el término “economía verde” sugiere que el mundo como lo conocemos puede, en gran medida, seguir igual que siempre gracias a un paradigma de crecimiento verde con mayor eficiencia y bajo consumo de recursos.

Sin embargo, esta promesa requiere deliberadamente eliminar la complejidad y tener fe enorme en los milagros de la economía de mercado y la innovación tecnológica, al mismo tiempo que se ignoran y dejan de abordar las estructuras de poder económico y político vigentes. La economía verde es entonces un asunto de fe y ceguera selectiva.

Solo podrá ser una opción viable para el futuro si reconoce los límites planetarios y garantiza una reducción radical de emisiones y justa distribución y consumo de recursos.

2) Corregir los fallos del mercado ampliándolo: en lugar de repensar la producción y consumo, la economía verde quiere redefinir la naturaleza

La economía verde redefine la idea de preeminencia de la economía como respuesta decisiva a la presente crisis. Así, la economía deviene moneda de la política, dicen sus defensores. En consecuencia, buscan corregir el fallo de la economía de mercado ampliando el mercado. De forma que la economía verde busca que el mercado abarque cosas que antes escapaban a su dominio, para lo cual redefinen la relación entre naturaleza y economía.

El resultado es una nueva versión del concepto de naturaleza como capital natural y servicios económicos del ecosistema, y no la transformación de la manera como producimos. En lugar de repensar la producción, la distribución y el consumo, la economía verde trata de redefinir la naturaleza midiéndola y haciendo registros, asignándole un valor que luego anota en la hoja de balanza, con base en una moneda mundial, abstracta: créditos de carbono.

Ello oculta las múltiples causas estructurales de la crisis ambiental y climática, dejándolas fuera de toda consideración en la búsqueda de soluciones para salir de la crisis. Las consecuencias de un enfoque como este también se reflejan en los nuevos mecanismos de mercado para el comercio de créditos de biodiversidad. En muchos casos no evitan la destrucción de la naturaleza, simplemente la organizan según los lineamientos del mercado.

La economía verde reduce la necesidad de una transformación fundamental a una cuestión de mera economía, dando la impresión que puede aplicarse sin mayores sobresaltos ni conflictos. Ni siquiera se hace la pregunta decisiva: cómo crear un mejor futuro con mucho menos bienes materiales, una perspectiva distinta y mayor diversidad.

3) La política ecológica trasciende la mera reducción de emisiones de carbono

La economía verde establece su principal estrategia de descarbonización en su mantra: “poner precio al carbono”. Sin embargo, este reduccionismo a un precio y a una unidad monetaria (créditos de carbono) es unidimensional.

La descarbonización puede significar muchas cosas: la eliminación gradual del uso de carbón, petróleo y gas; la compensación de emisiones de combustibles fósiles almacenando cantidades equivalentes de carbono en plantas o suelos, o el uso de tecnología para capturar y almacenar carbono (CCS, por sus siglas en inglés) a escala industrial. Desde el punto de vista de ventajas sociales y ecológicas cada una de estas opciones lleva a resultados totalmente distintos.

La crisis mundial es más que una crisis climática. El sistema de “límites planetarios” ampliamente reconocido ahora, que estableció el Centro de Resiliencia de Estocolmo, identifica tres áreas donde hemos excedido los límites de seguridad tan solo en la esfera ecológica:

  • Cambio climático
  • Pérdida de biodiversidad
  • Contaminación de nitrógeno (en particular mediante el uso de fertilizantes en la agricultura)

La economía verde hace caso omiso de las complejidades y naturaleza interactiva de estas crisis y reduce el proyecto de salvar al mundo a la simple narrativa de un modelo económico.

4) La innovación como fetiche: la economía verde no coloca la innovación en un contexto de intereses y estructuras de poder

La fe y la confianza en la innovación tecnológica son esenciales para la promesa de la economía verde. No hay duda de que requerimos innovación, sin embargo, tampoco hay duda de que la requerimos en todos los ámbitos ―social, cultural y tecnológico― para llevar a cabo una transformación integral.

La innovación, particularmente de naturaleza tecnológica, siempre debe juzgarse en su contexto social, cultural y ambiental. Después de todo, la innovación no es automática ni un resultado concluyente; obedece a los intereses y estructuras de poder de los actores. En consecuencia muchas innovaciones no contribuyen a una transformación fundamental sino que legitiman el estado de cosas y con frecuencia amplían la vida de productos y sistemas que dejaron de ser adecuados para el futuro.

La industria automotriz, por ejemplo, produce motores con un consumo más eficiente de combustible pero que, a la vez, son más grandes, poderosos y pesados que nunca. También ha probado ser altamente innovadora en sus formas de amañar los resultados en las pruebas de emisiones, como lo mostró el reciente escándalo de la VW. Además, reemplaza combustibles fósiles por biocombustibles que son altamente problemáticos, tanto social como ecológicamente.

¿Verdaderamente podemos esperar que esa industria juegue un papel destacado en una transformación que reestructure radicalmente nuestros sistemas de transporte en detrimento de los automotores privados?

Las innovaciones cambian nuestras vidas pero no operan milagros. La tecnología nuclear no resolvió el problema energético mundial y la revolución verde tampoco terminó con el hambre mundial. Los ejemplos de la energía nuclear, ingeniería genética y geoingeniería muestran cuán controvertida es la tecnología si se dejan de examinar previa y detenidamente en todas sus dimensiones sus limitaciones y daños social y ecológico.

5) La falsa promesa de eficiencia de la economía verde

Es verdad que nuestra economía es crecientemente eficiente y eso está bien. Sin embargo, al paso que vamos será insuficiente. Por ejemplo, los electrodomésticos consumen menos energía pero en nuestros hogares hay más dispositivos eléctricos que nunca, lo cual reduce cuando no neutraliza el efecto de la creciente eficiencia.

Si bien resulta posible desvincular crecimiento y consumo de energía, tenemos que hacer aún más para alcanzar la transformación necesaria: una reducción radical y absoluta de energía y consumo de recursos, especialmente en los países industrializados.

Alcanzar esta reducción absoluta no es factible sin cuestionar la base de crecimiento del modelo de prosperidad.

No hay escenario deseable factible que combine crecimiento con una absoluta reducción de consumo ambiental y mayor justicia mundial en un mundo de nueve mil millones de habitantes.

6) La economía verde es apolítica: ignora los derechos humanos y los pueblos inmersos en ese proceso económico

La economía verde tiene numerosos puntos ciegos: se preocupa poco de los aspectos políticos, apenas si registra los derechos humanos, no reconoce los actores sociales y sugiere la posibilidad de reforma sin conflicto. Ignora los conflictos sociales como los que surgen con la construcción de parques eólicos o mayores represas, o al responder a la pregunta de quién es poseedor de la capacidad de almacenamiento de carbono de los bosques.

Ante la consciencia de que ya no es una opción que las cosas sigan igual, la economía verde proporciona un vehículo supuestamente no político que hegemoniza la trayectoria de la transformación aunque, al mismo tiempo, obscurece aspectos de interés económico y político, de estructuras de poder y propiedad, de derechos humanos y de recursos del poder.

7) Factibilidad en lugar de vana ilusión: el futuro exige políticas ambientales que puedan manejar el futuro

Para responder adecuadamente ante los desafíos del futuro necesitamos una visión realista del mundo, esto es, una visión sin las distorsiones de una vana ilusión.

En otras palabras, ni las soluciones serán simples ni todo resultará en una situación “ventajosa para todos”. No siempre será posible reconciliar ecología y negocio. La transformación necesaria afectará intereses poderosos y habrá perdedores. No podrá conseguirse sin duras negociaciones, conflicto y resistencia.

Esto representa una llamada a la acción, particularmente a los responsables de formular políticas. La gobernanza ha sido la clave para mayores avances ambientales. La protección de hábitats humanos y naturales, motivada políticamente y aplicada sin excepciones resulta mucho más efectiva que la monetización de la naturaleza y de los espacios vitales de los pueblos que han protegido sus ecosistemas por milenios.

No se necesita regular sobre cada minucia, sin embargo, en ocasiones son indispensables las prohibiciones sobre sustancias como gasolinas con plomo, insecticidas altamente tóxicos y los CFC, en la medida que se los puede monitorear de forma independiente y con umbrales de exposición bajos.

8) Hay opciones factibles

No faltan las opciones ni buenos ejemplos. La agricultura orgánica, incluso a gran escala, ya es una realidad y un sector de la economía altamente productivo. Ya han sido desarrolladas y probadas en sus fases iniciales las bases teóricas de formas alternas de sistemas de movilidad en redes que no descansan en primer lugar en el uso del vehículo privado, aunque tampoco han descartado los automóviles con cero emisiones.

Sobre todo, la innovación no debe quedarse confinada al concepto de tecnología: el desarrollo de nuevos estilos de vida y nuevas formas de vida urbana también constituyen innovación. Un suministro descentralizado de energía renovable está en el ámbito de lo posible, como lo está la eliminación de subsidios dañinos para el medio ambiente.

De manera que, en gran medida, no hay escases de opciones sino de poder para ponerlas en marcha, especialmente ante las reticencias de intereses minoritarios atrincherados. Desde esas posturas, detenerse a pregunta “¿cómo podemos alcanzar un crecimiento verde?” es algo improductivo.

9) El asunto del poder: por la re-politización de la política ambiental

Es esencial un realismo radical para tener una comprensión de la ecología política que no se amilana ante cuestionamientos incómodos y que busca que una transformación social y ecológica justa beneficie a las mayorías en la sociedad. Los autores hacen un llamado a re-politizar la política ambiental y regresar al término “ecología política” como una forma de comprender la complejidad de las relaciones entre política y ecología y entre los seres humanos y la naturaleza, y que la política y control ambientales precedan a los intereses económicos.

Las innovaciones social, cultural y tecnológica deben estar más íntimamente entrelazadas. Las tecnologías ―y en particular sus impactos sociales y ecológicos― deben estar sujetos a un amplio debate y control democrático.

Un enverdecer de la economía a través de conservación de recursos, transición a energías renovables, mejor tecnología e incentivos económicos efectivos como un impuesto es, sin lugar a dudas, una parte de la solución.

Y, no obstante, el proyecto de una transformación socio-ecológica integral trasciende lo anterior: debe cuestionar el poder establecido, dar prioridad a procesos y estructuras de toma de decisiones democráticas legítimas y centrarse en el cumplimiento de derechos ambientales y humanos fundamentales.

Revertir la tendencia tiene que ser más radical que las propuestas de la economía verde. Ello no será posible sin pasión ni optimismo, y no sin controversias ni lucha. El libro Kritik der Grünen Ökonomie busca insertarse como un elemento de la búsqueda integral y una invitación al debate.