¿Quién podrá salvarnos? Autismo Social Frente al Cambio Climático

Por Slavoj Zizek, La Jornada del Campo, diciembre 18, 2010

Saúl era un pointer y tenía instinto de cazador. Pero el perro había aprendido a respetar las cosas de sus amos, incluido el conejo. Entonces se negaba a verlo, si se lo topaba desviaba la vista, cerraba los ojos. En la contradicción, Saúl se hacía loco. Así nosotros con la catástrofe ambiental: por instinto de sobrevivencia quisiéramos hacer algo para remediarla, pero nos han enseñado que el curso del progreso es inmutable.

Se pronuncian discursos huecos, se realizan conferencias en la cumbre como la de ahora en Cancún y en esas ocasiones se movilizan en protesta algunos miles de activistas contestatarios. Sin embargo la mayoría de las personas sigue pasmada.

Si sube la comida, si perdemos el empleo, si caen los salarios, y si somos muchos los afectados, lo más probable es que protestemos en las calles y a lo mejor hasta tumbamos algún político. Sin embargo, ante la pérdida anunciada de las condiciones que hacen al planeta habitable para los seres humanos, nos quedamos quietos en espera de que otros –los gobiernos cómplices del ecocidio o los tecnólogos patrocinados por las corporaciones– remedien el estropicio que provocaron o solaparon.

Quizá lo que nos inmoviliza son las dimensiones de una debacle que en apariencia rebasa nuestra capacidad de acción. No es así, de nosotros y de nadie más depende que la humanidad enmiende el rumbo que conduce al desbarrancadero. Hay que emplear bolsas reciclables y cerrar la llave del agua al lavarnos los dientes, pero eso no basta. Bien por el activismo menudo y cotidiano pero hace falta también ir a la raíz, es necesario enfrentar entre todos los grandes dilemas de nuestra civilización.

Diagnosticar la crisis ambiental es importante pero es vital esclarecer las razones por las que la mayoría de los seres humanos permanece atónita ante el desastre. Sobre todo porque el problema no empezó en 2007 ni fue el Panel de las Naciones Unidas el primero en anunciarlo. Hace 350 años, cuando en Inglaterra arrancaba el industrialismo privado y codicioso, ya eran sensibles sus efectos contaminantes.

John Evelyn, uno de los científicos fundadores de la Royal Society, no sólo alertaba sobre los “prodigiosos estragos” que la creciente demanda de madera causaba sobre los bosques, sino que en el libro Fumifugium: o la inconveniencia de la dispersión del aire y el humo de Londres, de 1661, denunciaba la contaminación provocada por: “emisiones pertenecientes únicamente a cerveceros, fundidores, cocedores de cal, jabonadores y otras industrias privadas (…) Mientras éstos la arrojan por sus tiznadas mandíbulas, la ciudad de Londres se asemeja más al monte Etna, la corte de Vulcano, Strómboli o sus suburbios del infierno (…) Es este (horrible humo) el que esparce negros y sucios átomos y cubre todas las cosas, ahí donde llega. Las consecuencias de todo eso son que la mitad de cuantos perecen en Londres mueren de males ptísicos y pulmónicos; de modo que los habitantes no están nunca libres de toses”.

Casi 200 años después, en sus manuscritos económico- filosóficos de 1844, Carlos Marx campechaneaba su crítica a la irracionalidad económica y la injusticia social inherentes al capitalismo, con el señalamiento de “la contaminación universal que se está ocasionando en las grandes ciudades”, y continuaba: “El hombre vuelve una vez más a vivir en una caverna, pero la caverna ahora está contaminada por el aliento mefítico y pestilente de la civilización (…) Una morada en la luz, que, como dice Esquilo en Prometeo encadenado, es uno de los grandes dones gracias a los cuales transformó a los salvajes en hombres, deja de existir en este caso para el obrero. La luz, el aire (…) dejan de ser una necesidad para el hombre. La suciedad –esta corrupción y putrefacción del hombre–, la cloaca de la civilización, llega a ser un elemento vital para él”.

Un siglo más tarde, a mediados de la pasada centuria, el historiador polaco Witold Kula en Problemas y métodos de la historia económica, llamaba la atención sobre la contaminación atmosférica con palabras que 60 años después parecen proféticas: “En el curso de los actuales procesos de producción, la humanidad lanza anualmente una cantidad de anhídrido carbónico equivalente a 1/300 partes de la cantidad total de este gas existente en la atmósfera. Es esta una cantidad desconocida en los anales geológicos de la Tierra desde el período cuaternario. ¿Podemos, acaso, prever los efectos de este proceso al fin de un largo período?”.