Papa Tartagal, BASF y los Desmontes

Por Raúl A. Montenegro, de Ecoportal, Marzo 4th 2010

La nueva papa, cuya mayoría de genes procede de ancestros andinos, tiene entre sus agregados de bioingeniería un gen resistente a los antibióticos. Éste gen podría transmitirse a bacterias que viven en el tracto intestinal. Esta enzima puede inactivar antibióticos beta lactámicos como la ampicilina, y conferirle a la bacteria portadora una mayor resistencia. Pese a los potenciales riesgos sanitarios de la papa transgénica, los burócratas europeos -más sensibles a los reclamos de la Organización Mundial de Comercio que al Principio Precautorio- consideraron que la evidencia era irrelevante.

Hace apenas unas horas la Comunidad Europea aprobó cinco expedientes de organismos genéticamente modificados u OGMs, el cultivo de la papa Amflora para uso industrial (no apta para consumo humano), el uso de la fécula producido por esta papa y la comercialización de tres maíces transgénicos de Monsanto (1). Hacía 12 años que la comunidad no adoptaba decisiones tan críticas. Detrás de la aprobación está el visto bueno de la poderosa Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (AESA) y la incapacidad de los países miembro para adoptar decisiones conjuntas sobre organismos genéticamente modificados.

El Ministro de Agricultura de Italia, Luca Zaia, ya se pronunció en contra de la medida adoptada por la Comunidad Europea y anticipó la posibilidad de formar un frente de países “para defender la salud de los ciudadanos y la identidad de la agricultura europea”.

Estas contradicciones no deben sorprendernos. En el viejo continente se entremezclan hipocresía, codicia corporativa, corrupción y una sociedad cada vez más reticente al consumo de OGMs “visibles”. No es casual que las especies con comercialización permitida (pero cultivadas fuera de Europa) superen abrumadoramente las pocas especies autorizadas para cultivo local. Su percepción social es diferente. Aunque los granos importados son insumos clave para numerosas industrias europeas de la alimentación, los consumidores locales no siempre conocen el recorrido total de los transgénicos pese al complejo sistema de marbetes.

Recién en 1998 la Comunidad Europea aprobó un organismo genéticamente modificado para cultivo local, el maíz 810 de Monsanto (MON810). El segundo cultivo permitido, esta vez de papa transgénica, acaba de aprobarse 12 años después.

Tras completar el desarrollo de la papa Amflora, Basf presentó el correspondiente pedido de aprobación a la Comunidad Europea. Esto ocurrió hace 6 años. Su autorización repitió formatos anteriores. Al no lograrse consenso entre los países miembro, la Comunidad decidió unilateralmente, y aprobó Amflora.

La papa transgénica produce espesantes que serán utilizados en la fabricación de papel y su alto contenido en almidón permitirá que los residuos de la producción industrial puedan ser empleados como alimento para animales. Curiosamente, la Comunidad Europea aprobó en un solo acto administrativo los dos usos, el cultivo y la utilización de pienso. Como ya sucedió con el maíz 810 de Monsanto, seguramente habrá aceptaciones y prohibiciones, país por país. Pero el mensaje fue claro. La papa de Troya ingresó a Europa desde uno de sus países miembro. La puerta se abrió -acompañada de otras tres autorizaciones emblemáticas- y nada sugiere que vaya a cerrarse.

La nueva papa, cuya mayoría de genes procede de ancestros andinos, tiene entre sus agregados de bioingeniería un gen resistente a los antibióticos. Éste gen podría transmitirse a bacterias que viven en el tracto intestinal. Un efecto similar ya fue detectado en el maíz genéticamente modificado, que contiene el gen de la beta lactamasa. Esta enzima puede inactivar antibióticos beta lactámicos como la ampicilina, y conferirle a la bacteria portadora una mayor resistencia. Pese a los potenciales riesgos sanitarios de la papa transgénica, los burócratas europeos -más sensibles a los reclamos de la Organización Mundial de Comercio que al Principio Precautorio- consideraron que la evidencia era irrelevante. De este modo el experimento pasa a su etapa social. Aunque después de algunos años se confirmen los efectos negativos de la Amflora sobre la salud y algunos países prohíban su cultivo, las empresas ya habrán obtenido ganancias descomunales. Vendrá entonces un nuevo cultivo transgénico, otra aprobación unilateral y el repetido experimento social.

Existe sin embargo otro peligro, mucho mayor y menos predecible. A corto, mediano y largo plazo la estabilidad ambiental de los países depende de sus biodiversidades naturales, es decir, de los ecosistemas con sus miles de especies vivas. Sin superficies importantes de ambiente nativo dejan de funcionar las fábricas naturales de suelo y de agua. Al mismo tiempo disminuye peligrosamente la resistencia de estos ambientes degradados a los cambios –incluido los cambios por modificación del clima, grandes terremotos y maremotos e incendios. Haití mostró con una didáctica feroz que la destrucción de los ambientes nativos y del tejido social magnifican escandalosamente los efectos de una lluvia intensa, un huracán o un terremoto.