Modelo de biorrefinería convierte desechos orgánicos en energía

Por Arturo Sánchez Jiménez, La Jornada, 10 de febrero de 2016

Usa procesos de ingeniería genética para obtener combustibles sin utilizar petróleo

Se elaboran varios productos sin desperdiciar nada, pues aun los residuos finales sirven de composta o fertilizante, explica Carlos Escamilla Alvarado, egresado del Cinvestav

Producir biocombustibles, como hidrógeno o metano, además de enzimas u otros insumos industriales, a bajo costo y sin dañar al medio ambiente es factible si se aplican procesos biotecnológicos de depuración análogos a los de una refinería, pero utilizando desechos orgánicos de materia prima en vez de petróleo.

Tal es la propuesta de un especialista del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav), quien en su tesis de doctorado desarrolló un modelo de biorrefinería que permitirá aprovechar residuos como cáscaras de fruta, restos de comida o papel para producir energía en forma sostenible.

La tesis de Carlos Escamilla Alvarado, egresado del Departamento de Biotecnología y Bioingeniería del Cinvestav, ganó el Premio Rosenblueth 2015 en la categoría de tecnología y ciencias de la ingeniería.

Escamilla Alvarado propone la integración de diversas tecnologías, que inicialmente incluyen el uso de consorcios de microorganismos, como hongos y bacterias, para fermentar los desechos. Luego se aplican otros procesos biotecnológicos a fin de obtener los productos de interés en cuatro etapas sucesivas.

Esas fases se han denominado H, M, Z y S, debido a que permiten producir de forma seriada los biocombustibles hidrógeno y metano, así como enzimas usadas en la industria textil y alimentaria (Z) y licores sacarificados (S), todo ello sin generar desperdicios.

“El concepto de biorrefinería no es novedoso, pues comenzó a desarrollarse en pequeña escala desde 1980, acoplando uno o dos procesos basados en la fermentación anaeróbica mediante bacterias”, explica el galardonado, quien desde 2009 trabaja en esta línea de investigación asesorado por los profesores Héctor Poggi Varaldo y María Teresa Ponce, del mismo Departamento de Biotecnología.

Escamilla Alvarado señala que lo que constituye una aportación original de su tesis es la combinación de varios procesos biotecnológicos para obtener biocombustibles de segunda generación, es decir, que no requieren áreas de cultivo, como los de primera generación, obtenidos a partir de maíz, soya y otros productos agrícolas.

La ventaja de unir varios procesos biotecnológicos con diferentes condiciones de operación y distintos microorganismos –el ciclo comienza con la fermentación anaerobia de los residuos, dentro de tanques especiales llamados biorreactores– es que se obtienen varios productos sin desperdiciar nada, pues aun los residuos finales pueden usarse de composta o fertilizante.

Además, a diferencia de otras fuentes energéticas, los residuos vegetales están ampliamente disponibles con un costo prácticamente nulo. De hecho, si este modelo de biorrefinería fuera hecho a un tamaño adecuado para la producción industrial, podría convertirse en una alternativa a fin de dar tratamiento a los desechos generados, sobre todo en las urbes.

En el país se acumulan diariamente 102 mil toneladas de desechos sólidos municipales, entre 50 y 60 por ciento son residuos orgánicos. Los expertos del Cinvestav estiman que con cada tonelada de estos últimos podrían generarse entre 25 y 50 kilovatios-hora de hidrógeno, y de 600 a 700 kilovatios-hora de metano.

Pero para llevar la biorrefinería a una escala industrial, antes tendría que probarse un modelo piloto, por ejemplo, con un reactor del tamaño de un barril de petróleo en el que pudiera procesarse al menos un kilogramo de desechos orgánicos al día, para así comenzar a evaluar los resultados, de acuerdo con Escamilla.