La promesa de que los cultivos genéticos rendirían mejores cosechas no se cumple satisfactoriamente

Por Boletín UNAM-DGCS-656, 31 de octubre de 2012

Para producir los actualmente comercializados se emplea mayor cantidad de energéticos, lo que se traduce en más contaminación, señaló Amanda Gálvez Mariscal, coordinadora del Programa Universitario de Alimentos

Los cultivos transgénicos ofrecen rendir mejores cosechas; no obstante, esta promesa no se logra con los genéticamente modificados (GM) de primera generación actualmente comercializados sin echar mano de mayores cantidades de combustibles fósiles, fertilizantes, y mecanización, aunado a lo que normalmente se usa para su almacenamiento y transporte. “Lo ideal sería emplear menos energía y reducir así emisiones de gases a la atmósfera”, señaló Amanda Gálvez Mariscal, coordinadora del Programa Universitario de Alimentos (PUAL).

Éstos ganaron relevancia a partir de 1996. Para 2011, 16.7 millones de agricultores de 29 países trabajaban en su producción, con 160 millones de hectáreas plantadas, expuso en la mesa redonda Implicaciones Sociales y Ambientales de las Nuevas Tecnologías: el Desarrollo de la Nanotecnología y de la Biotecnología en México, parte del encuentro Estudios Interdisciplinarios sobre la Ciencia, la Tecnología y la Innovación, del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS).

En la Sala Ángel Bassols Batalla, del Instituto de Investigaciones Económicas (IIEc), informó que hubo un incremento considerable; en 2010 se reportaron para México 0.1 millones de hectáreas y un año después, 0.2 millones de hectáreas dedicadas a cultivos GM.

A nivel mundial, los más comercializados son soya, con 75 millones de hectáreas; maíz, con 51 millones; algodón, 24.7 millones, y canola, para aceites, 8.2 millones.

Estos alimentos, continuó la también profesora de la Facultad de Química (FQ), apuestan a la eficacia agronómica, resistencia a insectos y tolerancia a herbicidas, características atractivas para el agricultor, pero imperceptibles para el consumidor.

Los cultivos GM de segunda generación son más resistentes a enfermedades, insectos específicos o bien presentan modificaciones enfocadas a elevar la calidad en los productos. Algunos de estos no sucumben con facilidad a hongos y virus, y entre las variedades desarrolladas más comunes están papa, sandía, pepino, calabaza, soya y canola, y con modificaciones para retardar su maduración: jitomate y papaya.

También, abundó, se desarrolló el llamado “arroz dorado”, que expresa genes de flores como dientes de león o narcisos para lograr la producción de provitamina A, y hay un maíz con alto contenido de lisina, para alimento de pollos y ganado.

Se conocen como de tercera generación los GM utilizados como biorreactores, primordialmente para producir medicamentos, vacunas y substancias farmacéuticas/industriales no comestibles, pero que se expresan en un cultivo que sí lo es. Su evaluación de riesgos resulta mucho más complicada puesto que su posible mezcla con granos normales sería cuestionable para la salud del hombre, o resultaría peor si estos maíces polinizaran variedades nativas para consumo humano.

Ambos casos traerían como consecuencia que los productos no comestibles terminaran en la cadena de producción de alimentos para la población, para lo que no fueron diseñados.

Promesas incumplidas

Michelle Chauvet Sánchez, del Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Azcapotzalco, impartió la charla ¿Cómo evaluar los efectos sociales de la agrotecnología?

Algunas de las promesas de la biotecnología fueron aumentar el rendimiento en la producción, algo que no pasó. Tampoco favoreció la preservación del ambiente, no incrementó la producción de alimentos, ni amplió o restituyó la frontera agrícola, dijo.

Lo que si cumplió es lo referente a semillas resistentes a herbicidas; sin embargo, la complejidad de la tecnología hace que el acceso a éstas sea restringido.

Al hablar de Riesgos a la salud y el medio ambiente en las políticas de nanotecnología de América Latina, Guillermo Foladori, de la Universidad Autónoma de Zacatecas, comentó que la esencia de esta especialidad es la manipulación de la materia a escala atómica y molecular, donde los virus pueden atravesar una célula.

En cuanto al tamaño, las propiedades físicas, químicas y biológicas más allá de lo microscópico difieren a las conocidas, como en el carbono, que se vuelve superconductor; el oro, reactivo, y el aluminio explosivo.