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“La comida refleja las relaciones sociales”

¿Cuáles son las cifras de la epidemia de la obesidad?
Hoy tenemos 1000 millones de desnutridos y 1500 millones de personas con sobrepeso. Esto tiene que ver con las relaciones sociales de este mundo globalizado donde desnutrición y obesidad son las caras de una misma moneda, las caras de la desigualdad e injusticia de este sistema de producción, distribución y consumo de alimentos. No hay desnutridos porque los padres son malos. Solo así se puede entender que los africanos se mueran de hambre y los alimentos que ellos producen los consuman los europeos. Solo así se entiende que haya hambre cuando la industria agroalimentaria global produce tres mil y pico de calorías por persona y, según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura), con 2.700 una persona estaría bien alimentada. No es un problema de falta de alimentos, porque de hecho hoy sobran. Es una cuestión de acceso.

¿Cuál es la responsabilidad del Estado?
El Estado tiene un rol importante siempre, pero sin duda los gobiernos se vuelven impotentes frente a la industria, porque responden a cierta organización del mundo y de la política internacional. Yo trabajé 15 años en el Estado y lograr hacer que una empresa baje un miligramo de sal o de azúcar a un producto es una tarea titánica, sino directamente imposible. Y entonces tiene mucha más importancia para nuestra alimentación, y sobre todo más poder, lo que dice la Organización Mundial del Comercio (OMC) que todas las regulaciones de la ANMAT. Esta agricultura química de monocultivo extensivo no es un problema de un gobierno, sino que está convalidada mundialmente. Si nosotros no producimos así según lo que demandan el mundo y la OMC, a la que nosotros pertenecemos, quedamos excluidos, los países miembros dejan de comprarnos y nuestra economía tambalea. Así funciona un mundo globalizado.

Más allá de las cuestiones sociales y las posibilidades económicas, ¿qué lugar tiene la educación alimentaria?
El problema es quién educa y para qué educamos. Esto también tiene que ver con los cambios en las relaciones sociales: hace 50 años la educación alimentaria era en la vida y la hacían las madres y abuelas en la feria. Las madres han sido vaciadas de saber respecto de lo que es la alimentación de un niño, que se ha convertido en un caso especial de un sistema experto: el sistema médico con cada vez más especialistas alrededor de la obesidad y la nutrición, las ecónomas, los cocineros, los publicistas. Entonces hoy hay un montón de discursos sobre qué es comer bien, cómo comer bien, y el que manda es el discurso de la industria, que relega sin dudas al de la salud, y tiene mucha más penetración que cualquier otro. El que gana es “coma rico, fácil y rápido”. Hoy la educación alimentaria está sobre todo en la televisión. Los medios, hermanos bastardos de la industria, te enseñan a comer: te dicen que el desafío del yogur, que los probióticos, cómo bajar calorías, cómo llenar a toda la familia de manera simple…. De más está decir que a ninguno le interesa que la gente aprenda a comer, sino que compren lo que ellos venden.

Su último libro, “Devorando el planeta”, habla de que este dominio de la industria no sólo afecta a los cuerpos sino al ambiente.
Claro. No es que el sistema agroalimentario es cruel, sino que esta industria respaldada por la OMC “porque así se hacen grandes los países” es una agricultura de minería, extractiva de nutrientes del suelo y que de paso lo llena de químicos tóxicos y de montañas de basura. La fertilización es monstruosa. Y el único fin es aumentar el rendimiento. Y acá también hay una desigualdad: las consecuencias en general no las paga el que las consume, y siempre la pagan más los pobres que los ricos y más el sur que el norte. Pero nos va a llegar a todos, porque uno puede encontrar, por ejemplo, en la Antártida, restos de pesticidas usados en Santa Fe. Todavía no hay un colapso ecológico visible, pero eso no quiere decir que no lo haya. Deberíamos empezar una reflexión más profunda sobre las relaciones sociales. Vivimos en un consumismo absurdo y exagerado; una abundancia que nos hizo gordos, pero no nos hizo felices. La neurosis, las formas de violencias, el alto nivel de perversión de las relaciones sociales… Deberíamos pensar que las cosas no están tan bien y que la ilusión de la salvación tecnológica es una ilusión. Podemos vivir sin Internet pero no sin abono nitrogenado o sin agua.