La ciencia: reserva de objetividad en disputa

Por Elena Álvarez-Buylla* y Juan Carlos Martínez-García**; La Jornada, 7 de mayo de 2016

Es común escuchar en estos días que el desarrollo económico depende del conocimiento y por ello una sociedad económicamente exitosa requiere ser una sociedad del conocimiento. Este discurso mediático asocia falazmente el éxito de un producto o servicio a la supuesta calidad del conocimiento involucrado en su desarrollo.

En efecto, en este siglo la consolidación del neoliberalismo global se ha visto acompañada por la generalización de negocios que usan a la ciencia como su fuente fundamental de legitimación. Muchos de ellos venden promesas sustentadas en supuesto conocimiento científico. Por ejemplo: el uso de marcadores moleculares para la detección, prevención o cura “infalible” de enfermedades complejas, como el cáncer, o el uso de transgénicos para aumentar rendimientos agrícolas y “resolver” el hambre del mundo.

La internalización de la ciencia a la lógica de los mercados globales ha implicado cambios profundos en la lógica misma de operación de la ciencia, dando lugar al desarrollo de tecnologías que se aplican globalmente, con base en políticas de desregulación de intercambios económicos y estrategias mercadotécnicas bien articuladas, pero divorciadas de la ciencia imperante en un momento histórico particular.

Estamos hablando de ciencia aplicada sin ciencia básica, trastocando la secuencia temporal normal de las aplicaciones científicas en siglos pasados. Las nuevas tecnociencias se legitiman con argumentos seudocientíficos o paradigmas científicos ya caducos, y se imponen mediante estrategias al servicio de los intereses corporativos que rigen la dinámica económica global.

Estudios serios de sociología de la ciencia (por ejemplo, Malentendiendo a la ciencia, de Alan Irwin y Brian Wynne, 2003) han documentado empíricamente esta tesis, mostrando cómo los intereses corporativos globales han impactado y sesgado el quehacer científico, tanto en entidades y proyectos públicos como en privados.

Esto se traduce en la reducción de la diversidad de enfoques y las preguntas del quehacer científico; en la aceleración de la gestación del conocimiento aplicable; en la promoción mercadotécnica de tecnologías obsoletas, insuficientes o riesgosas; en la preeminencia de objetivos de producción, más que en la curiosidad durante la praxis científica; en la erosión del comunalismo, en favor de la privatización del conocimiento mediante títulos de propiedad o patentes, así como en la desestimación estratégica de la complejidad ya innegable de los sistemas implicados (salud, agricultura, etcétera) evitando, por tanto, el principio de precaución.

Esta realidad innegable está poniendo en peligro a la ciencia como campo social, cuya finalidad histórica ha sido la de constituir una reserva de objetividad para la sociedad; La república de la ciencia, de Polanyi (1962). La ciencia bajo peligro puede actuar en detrimento de la humanidad, dice Pierre Bourdieu.

Cuando las aplicaciones tecnocientíficas no son precedidas de ciencia básica rigurosa, es urgente someterlas a intenso escrutinio teórico. Es imprescindible transparentar qué interacciones de la ciencia con otros campos sociales están determinándolas por encima de los principios del conocimiento, para asegurar la preeminencia de la objetividad.

Esto motivó a Bourdieu (2004) en su libro El oficio de científico a explorar las condiciones sociales en las cuales la ciencia se ha desarrollado históricamente, que le han permitido, hasta recientemente, reclamar su objetividad.

Los cultivos genéticamente modificados desarrollados en la década de 1980 y su liberación al ambiente y al consumo se sustentaron en un paradigma reduccionista insuficiente: los organismos vivos pueden definirse esencialmente en términos de sus genes, ignorando en gran medida las interacciones no lineales entre ellos o la participación de otros aspectos no genéticos.

Bajo el paradigma reduccionista se desarrollaron también los análisis de riesgo y la regulación de los organismos transgénicos, estableciendo que son sustancialmente equivalentes a los no transgénicos. La objetividad de la ciencia contemporánea ha demostrado que lo anterior es falso. La ciencia ha cumplido su finalidad social, pero los intereses corporativos pervierten esta función en su propio beneficio.

¿Qué consecuencias puede tener no considerar todo lo que ahora se ha comprobado científica y objetivamente para los transgénicos? Por ejemplo, las interacciones cercanas y lejanas entre componentes genéticos y no genéticos (metabolismo y otros) son fundamentales para el efecto de los genes en los organismos vivos, y también lo es el ambiente. Esto es muy importante para los cultivos transgénicos, que no se pueden contener, y que se les podrá aprobar o encontrar en ambientes y genomas (conjunto de genes de un organismo) contrastantes.

En el caso de la liberación de maíz transgénico en su centro de origen, México, se acumularán transgenes patentados en los maíces nativos, con consecuencias desconocidas, impredecibles y muchas de ellas dañinas para los cultivos y las familias campesinas.

Además, los cultivos transgénicos se desarrollaron de manera expedita en menos de 20 años, para liberarse en 1994 –hecho que se usa como argumento de virtud– cuando la ciencia ha reconocido otras tecnologías más maduras y suficientes, también menos riesgosas.

Sin objetividad o rigor científicos y sin estar anclados en paradigmas actuales, los organismos modificados se siguen promoviendo universalmente por razones mercantiles, dejando al público sin opciones. Todo ello a pesar de que su liberación al ambiente implica riesgos que ni siquiera podemos ennumerar.

Se argumenta que existe un análisis “caso por caso”, pero al liberarse un evento transgénico en un país particular, sus secuencias recombinantes patentadas viajan en el polen y semillas a miles de kilómetros de distancia sin respetar fronteras, para incidir en realidades socioambientales contrastantes a las de los sitios de aprobación inicial y reaccionar a ellas. Es una nueva forma de colonialismo, con implicaciones sociales, ambientales y sanitarias inaceptables, pero justificadas por una ciencia pervertida, debilitada en su objetividad por intereses corporativos.

Existen otros ejemplos de por qué es urgente rescatar a la ciencia del relativismo y de las fuerzas que podrían explotarla en detrimiento de la humanidad en su conjunto: la aprobación de herbicidas y pesticidas tóxicos y de tratamientos médicos con diversos índices de riesgo y efectividad, entre varios otros, que dejamos para futuras contribuciones.

* Instituto de Ecología, UNAM; ** Departamento de Control Automático, Cinvestav. Ambos pertenecen al Centro de Ciencias de la Complejidad, UNAM, y a la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad AC.