¿La agricultura campesina y ecológica puede alimentar al mundo?

Sus conclusiones marcaron un punto de inflexión, ya que por primera vez un proceso intergubernamental de estas características, y patrocinado por dichas instituciones, realizaba una apuesta clara y firme por la agricultura ecológica y señalaba su alta productividad. En concreto, el informe afirmaba que “el aumento y el fortalecimiento de los conocimientos, la ciencia y la tecnología agrícola orientados a las ciencias agroecológicas contribuirán a resolver cuestiones ambientales, al tiempo que se mantiene y aumenta la productividad”.

Asimismo, consideraban que la agricultura ecológica era una alternativa real y viable a la agricultura industrial, que garantizaba mejor la seguridad alimentaria de las personas y que era capaz de revertir el negativo impacto medioambiental de esta última. El informe decía: “La huella ecológica de la agricultura industrial es ya demasiado grande como para ignorarla (…). Las políticas que promueven una adopción más rápida de soluciones de eficacia (…) para la mitigación y la adaptación al cambio climático pueden contribuir a frenar o invertir esta tendencia y, al mismo tiempo, mantener una adecuada producción de alimentos. Las políticas que promueven prácticas agrícolas sostenibles (…) estimulan una mayor innovación tecnológica, como la agroecología y la agricultura orgánica para aliviar la pobreza y mejorar la seguridad alimentaria”.

Los resultados del IAASTD consideraban, igualmente, a la agricultura industrial e intensiva como generadora de “inequidades”, la acusaban del “manejo insostenible del suelo o el agua” y de prácticas basadas en la “explotación laboral”. La evaluación concluía que “las variedades de cultivos de alto rendimiento, los productos agroquímicos y la mecanización han beneficiado principalmente a los grupos dotados de mayores recursos de la sociedad y a las corporaciones transnacionales, y no a los más vulnerables”. Unas afirmaciones inauditas, hasta el momento, en el panorama internacional por parte de instituciones y gobiernos.

Este informe, con dichas conclusiones, fue aprobado por las autoridades de 58 países en una asamblea plenaria intergubernamental, en abril de 2008, en Johannesburgo, quienes mostraron su acuerdo y avalaron los resultados. Estados Unidos, Canadá y Australia, por su parte, y como no nos sorprenderá, se negaron a suscribir esta evaluación y mostraron reservas y disconformidades a la totalidad.

En conclusión

Los informes de Olivier de Schutter, relator especial de las Naciones Unidas para el derecho a la alimentación, y del IAASTD señalan sin ambigüedades la alta capacidad productiva de la agricultura campesina y ecológica, igual o superior, dependiendo del contexto, a la agricultura industrial. Al mismo tiempo, consideran que ésta permite un mayor acceso a los alimentos por parte de las personas, al apostar por una producción y una comercialización local, y además, con sus prácticas, respeta, conserva y mantiene la naturaleza. El “mantra” de que la agricultura industrial es la más productiva y la única que puede dar de comer a la humanidad, se demuestra, en base a estos estudios, totalmente falso.

En realidad, no solo la agricultura campesina y ecológica puede alimentar al mundo sino que es la única capaz de hacerlo. No se trata de un retorno romántico al pasado ni de una idea bucólica del campo sino de hacer confluir los métodos campesinos de ayer con los saberes del mañana y democratizar radicalmente el sistema agroalimentario.

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