El suelo ¿un recurso renovable?

La degradación del suelo en las áreas rurales es uno de los factores que promueve la migración de la población del campo a la ciudad. En los grandes valles del centro del país (el valle de México, de Toluca, del Bajío, etcétera) los terrenos agrícolas más fértiles ceden a la expansión urbana y se convierten en zonas habitacionales, dejando para la agricultura cada vez menos terrenos y de menor calidad.

Éstos frecuentemente se ubican en pendientes de suaves a moderadas, y por lo tanto son más propensos a erosionarse.

La restauración o rehabilitación de un suelo degradado no sólo es costosa; también requiere tiempo. Para restablecer el contenido de materia orgánica perdido por el abuso de la labranza se necesita de tres a cinco décadas, al igual que para rehabilitar a un suelo compactado.

Además, la degradación del suelo no sólo afecta la productividad agrícola y con ello los precios de los alimentos; también deteriora la calidad del agua superficial y subterránea y la del aire y con ello la salud y el bienestar de la población.

Muchas de las consecuencias ambientales de la degradación de suelo son irreversibles. Por ello urge reforzar y ampliar los programas de conservación de suelo en el país, iniciando con una mejor planeación del uso del suelo, en la cual se consideren las características particulares de cada terreno y se defina con base en éstas el sistema de manejo y las medidas de conservación necesarias.

La capacitación de cuadros técnicos que puedan llevar este conocimiento a los usuarios es igualmente importante. Hoy en día debería de haber personal técnico especializado en conservación de suelos en cada municipio del país.

Pero para poder avanzar con todo lo anterior, quizá se necesita empezar por cambiar la percepción generalizada en la población de que el suelo es un recurso “renovable”.