El Mundo no Aguanta Más… Cambio Climático, Crecimiento Económico y Pobreza

Por Walter A. Pengue, de Eco Portal, Diciembre 2, 2009

En Copenhague se tendrá que pensar mucho más que sólo en mitigar o adaptar, como se viene impulsando, sino en discutir seriamente este alocado modelo de globalización consumista. El globo terráqueo no puede ni debe seguir las metas de consumo de Estados Unidos. No nos alcanza el mundo. Debemos promover el decrecimiento económico sostenible, con más empleos verdes y solidarios en las economías hiperdesarroladas y la disminución de sus consumos desenfrenados (lo mismo que en los enclaves hipertrofiados y consumistas de los países pobres) y por otro lado, el crecimiento sostenible de las economías en desarrollo, para alcanzar una escala mínima de escala humana (alimentación, educación, salud, derechos al buen vivir).

Mientras las tasas de crecimiento de la economía global sigan expandiéndose en números totalmente desconectados de su base de sustentación real, la naturaleza, el camino de nuestra especie como tal es uno sólo: el abismo.

Según algunos analistas, la tierra se “inició” sin el hombre y también “terminará” sin él. Podemos concordar o no con parte de este mensaje, pero si entenderlo como un alerta temprano frente a nuestra irracionalidad económica y social. Es también un importante grado simbólico de la amenaza que representamos como especie para el planeta. Sin embargo, fue en el siglo pasado y en el que actualmente ya atravesamos, el momento en que hemos logrado desarrollos tecnológicos fenomenales y también vencido (en relación con nuestra historia), desequilibrios e inequidades humanas que eran realmente brutales.

Pero por otro lado, lamentablemente para la visión de la economía global y de la mayoría de los decisores políticos y de algunos líderes del mundo, la única manera de resolver la “ecuación económica y por tanto la del bienestar” es seguir creciendo. Y cuando, esta tasa de crecimiento sea, más alta, mejor. Solo algunos gobiernos, por convicción real como los de Evo Morales o Rafael Correa y otros quizás siguiendo la postura de moda de algunos economistas como Stiglitz, tal el caso de Nicholas Sarkozy, comienzan a incorporar en sus discursos la idea del bienestar humano, promoviendo el cambio de índices ya tan arcaicos para medir el “desarrollo económico” como el PBI por otros, que incorporen medidas como la calidad de vida de toda la población involucrada, o el “buen vivir”.

La propuesta no es menor en los tiempos que corren, cuando prácticamente asistimos a un nuevo y muy posible fracaso en la cumbre de Cambio Climático de Copenhague, y cuyos impactos se focalizarán mucho más sobre los países en vías de desarrollo que sobre los desarrollados y en particular sobre sus poblaciones más pobres y vulnerables.

La discusión mundial de los gobiernos, muchos científicos y grupos de presión se centran en los mecanismos de mitigación y adaptación que se requerirán para hacer frente al mismo, intentando salvaguardar con estos mecanismos, tanto a la generación actual como en particular, a las generaciones futuras y (por qué no decirlo) a las otras especies y ecosistemas del planeta.

Ya en 1990 se habían asumido, por parte de una buena parte de los científicos del mundo, los impactos catastróficos por venir con el cambio climático. Prácticamente 20 años después muy poco hemos hecho y en países como la Argentina la situación puede hacerse también, muy compleja. A pesar de ser “por país”, un estado que suma poco a los gases de efecto invernadero global (estos son en particular el dióxido de carbono, pero también el metano (aportado por la ganadería o los basurales por ejemplo), el óxido nitroso (proveniente de la industria y la agricultura), los hidrofluorocarbonos (refrigeración), perfluorocarbonos y el hexafluoruro de azufre), su perfil de aportes ha crecido en los últimos quince años, aumentando en un 50% en el caso de la energía, un 100% en relación a los procesos industriales, un 100% respecto de los residuos y un 30% considerando a la agricultura. No obstante lo más grave para el caso argentino tiene relación con los aportes dados, en particular en la última década (2000 a la actualidad) donde los cambios de uso del suelo devenidos en particular de la deforestación para liberar tierra de bosques nativos y también hasta de montes implantados para la agricultura, parece no tener freno. Incluso con la existencia ya de una legislación para la protección del bosque nativo, que por trabas burocráticas provinciales y ahogo estatal derivado en la falta de inyección de recursos económicos tiene al instrumento más en el papel impreso que en el terreno donde el bosque se hace papel.