Ecosofia: El Principio del Fin de Nuestra Soberanía Alimentaria

Por Luis Tamayo, La Jornada Morelos, Junio 27, 2010

El martes 15 de junio pasado se realizó, en el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la UNAM Morelos, la presentación del libro de Jean Foyer Il était une fois la bio-revolution (Érase una vez la bio-revolución) (PUF, París, 2010) por parte del doctor Agustín López Munguía, la doctora Norma Georgina Gutiérrez y el doctor Alejandro Chao.

En dicho estudio, el doctor Foyer “miembro del Centro de Análisis e Intervenciones Sociológicas de l’École d’Hautes Etudes en Sciences Sociales francesa y gracias al mismo ganador del Premio Le Monde a la investigación universitaria” realiza un exhaustivo análisis de la situación socioeconómica, así como política y ambiental de un ámbito polémico: la biotecnología y, en particular, en lo relativo al cultivo del maíz.

Al principio de su estudio Foyer señala que realizó su investigación en nuestro país pues “presenta una biodiversidad excepcional y una capacidad biotecnológica no despreciable”. Por otro lado “el maíz transgénico representa una de las aplicaciones más ampliamente difundidas de las biotecnologías a nivel mundial y, en México, por el hecho de ser centro de origen del maíz [fue en Mesoamérica, y en particular en la región de Oaxaca, donde se domesticó el Teozinle, antecedente del maíz actual] y lugar donde esa planta juega un importante rol cultural, fue limitada, desde 1998, la entrada de dicha producción” (p. 2).

El estudio del doctor Foyer, sin embargo, al haberse concluido antes de las últimas medidas tomadas por las autoridades de nuestro país, considera que las instituciones mexicanas habían frenado la entrada del maíz transgénico (p. 181ss).

Desgraciadamente, como mis lectores saben, desde octubre del año pasado la Sagarpa y la Semarnat (con la anuencia INIFAP y la Senasica), aprobaron la implementación de una veintena de campos “experimentales” de maíz transgénico en granjas del norte y noroeste del país (la mayoría de Monsanto, otras de Dow Agrosciences y Pioneer) arguyendo que esa región ya no es “centro de origen del maíz”.

Nuestras autoridades no aprecian el enorme riesgo que ello implica para nuestra soberanía alimentaria. Desconocen, o pretenden olvidar, el caso de Percy Schmeiser, ese campesino canadiense que fue acusado por Monsanto de sembrar sin su autorización su Colza transgénica (es decir, que no la había comprado a la transnacional), a lo que Schmeiser arguyó que él sólo hizo lo de siempre, es decir, recogió las semillas de las mejores plantas y las sembró, que no podía saber que estaban contaminadas por las transgénicas de los campos vecinos.

El hecho es que Monsanto demostró que la sembrada era su semilla transgénica y ganó el juicio (Cfr. Schmeiser, P.; World Watch, La vida en venta: transgénicos, patentes y biodiversidad, Heinrich Böll, México, 2002).

Y si eso ocurrió en Canadá… ¡qué no puede ocurrir en nuestro México donde las grandes corporaciones reinan, donde el gobierno les condona impuestos y les otorga beneficios fiscales con tal de que “generen empleos” y “arriesguen su capital”. Como si sus negocios no fuesen inversiones que pretenden “y logran” generar ganancias muchas veces superiores a sus inversiones.

Nuestras autoridades y sus asesores no se dan cuenta —o no quieren hacerlo— del bioimperialismo presente en dichas prácticas. Las grandes corporaciones biotecnológicas, gracias a la modificación de las leyes y a la bastante reciente posibilidad de patentar la vida, han logrado vencer a la competencia que representaba el hecho de que la naturaleza regalaba sus mejores semillas a los agricultores.

Ahora está abierto el panorama para que el acceso a las semillas sólo pueda pasar por sus manos. El sueño de las grandes corporaciones biotecnológicas es vencer a la naturaleza, evitar que la vida, de manera gratuita, se reproduzca y alimente a la biósfera, los humanos incluidos.

El libro de Jean Foyer devela, con enorme claridad, la lógica perversa en juego: bajo la careta de la defensa de la propiedad intelectual del científico, lo que se oculta es la codicia, el interés de las grandes corporaciones biotecnológicas para defender sus ganancias, para controlar el mercado. Esa lógica está perfectamente clara en sus semillas GURTS (siglas en inglés de la Tecnología de Restricción de Uso Genético), es decir, esas semillas denominadas “Terminator” por sus críticos y que no permiten sino una sola cosecha, es decir, que no posibilitan la recolecta de la mejores pues son inviables (p. 47) y a las que, a causa de la enorme movilización mundial, el gobierno americano no pudo sino retirarles la patente.