Diez razones para una alimentación ecológica y de proximidad

El sabor y los demás atributos sensoriales han sido estudiados por la citada profesora Mará Dolores Raigón (6) y ha llegado a las siguientes conclusiones respecto a algunos alimentos: los vegetales convencionales suelen tener mayor calibre pero esto es un signo de inferior calidad ya que es consecuencia de los fertilizantes nitrogenados de síntesis. Las formas de los alimentos frescos no procesados atienden a una diversidad que está en función de la variedad, técnicas de cultivo, condiciones agroclimáticas, etc. En los productos ecológicos se presentan formas más coherentes con el tipo de alimento y con las formas clásicas del fruto, lo mismo que ocurre con los huevos de gallinas de producción ecológica que presentan formas óptimas para el mercado. En cuanto a la textura, la profesora admite que las frutas de procedencia ecológica presentan significativamente mayor dureza que las otras, así la sensación más crujiente de las manzanas ecológicas sería un atributo positivo. En el caso del verdor de las lechugas, el color más intenso de las convencionales se debería al empleo de fertilizantes nitrogenados de síntesis, atributo que considera despreciativo por los consumidores. Por último manifiesta que, en general, los alimentos ecológicos son más aromáticos.

Pero la principal ventaja es que los alimentos ecológicos entran por los ojos por su variedad y diversidad frente a esa fila de productos coloreados, encerados, homogéneos y parejos de alimentos procedentes de agricultura industrial que nos presentan en los supermercados… Aunque es posible ir “convenciendo” a ciertos públicos, a base de mucha propaganda, que ese ejército de frutas y verduras desnaturalizado es más atractivo y saludable.

Nada como una fruta con el “sello” de la picadura de un insecto pasa saber que esa pieza es digna de confianza.

Décima razón: la agricultura de proximidad ahorra los grandes viajes actuales de los alimentos

Esto es más que evidente. Si traemos naranjas de California no hacen el mismo recorrido que si las consumimos del valle del Guadalhorce en Málaga. Y esto tiene una repercusión sobre los precios pero sobre todo sobre el cambio climático, la frescura y temporalidad de los alimentos y el desarrollo local.

En el caso de España, un reciente trabajo (7) ha dado resultados sorprendentes.

España importa gran cantidad de alimentos y de manera creciente. En 2007 se trajeron de otros países unos 29 millones de toneladas de alimentos que supuso un 53% más que en 1995. El 42% provenían de Europa y el 49% de América. De África, aún estado más cerca, solo importamos el 3%.

El resultado de esta masiva importación de alimentos y de tan lejos en muchos casos es lo que ha venido en llamarse con razón “alimentos kilométricos”. En 2007, los alimentos que importamos viajaron una media de 5.013 km, unos 760 km más que en 1995. Por tanto, existe una tendencia a incrementar cada año la cantidad de importaciones de alimentos y a aumentar los kilómetros de recorrido que estos efectúan. Si tenemos en cuenta que las exportaciones de alimentos a otros países en 2007 eran, valoradas en euros, no en toneladas, un 5% mayores que las importaciones, podemos colegir la de kilómetros adicionales que hacen nuestros alimentos viajando a otros países. ¿Qué ocurrirá cuando escasee la gasolina y su precio se suba por las nubes?

Obviamente, este trasiego aumenta la contribución de nuestra mesa al cambio climático. En 2007, las importaciones supusieron un aumento de CO2 a la atmósfera por el capítulo de importaciones de alimentos de 4.7 millones de toneladas, un 1.1% de todas las emisiones de España.

Cuando mayor proximidad en la producción de alimentos todas estas cifras quedarían disminuidas y ganaríamos en autosuficiencia alimentaria y en resiliencia respecto a subidas en los precios del petróleo. Razón eficiente (8)

Al aforismo de partida que decía “somos lo que comemos” deberíamos añadir, después de este recorrido, otro que dijera: “nuestro buen vivir dependerá del trato que demos a nuestra madre T(tierra)”. “Tierra” con mayúscula como reconocimiento a nuestra pertenencia al gran ecosistema que llamamos Biosfera; y “tierra” con minúscula a causa de nuestra indagación de la etimología de la palabra “tierra”. Es sugerente que la palabra para denominarla hace miles de años, en lenguas indoeuropeas, fuese dhghem. De ella surgió la palabra humus, que es el trabajo de las bacterias en el suelo, y de la misma raíz surgieron humilde y humano. La humanidad, en su constitutiva humildad, depende del humus (suelo y bacterias juntas) y de su vinculación a ese todo vivo que es nuestra casa común.