Contribución de las leguminosas en la agroecología y alimentación animal en la región peninsular maya de México

Por José Bernardino Castillo, Roberto Belmar y Wilbert Trejo Lizama, Julio de 2016

La familia de las leguminosas o fabáceas ha existido desde hace casi 60 millones de años, abarca cerca de 650 géneros, 18 000 especies y por su forma de crecimiento incluye árboles, arbustos y herbáceas que se distribuyen en regiones frías y cálidas. Ha sido fundamental para el desarrollo de las civilizaciones.

Por ejemplo, el cacahuate o maní se ha encontrado en formaciones fósiles que datan de 8000 a.C.; a partir de 6000 a.C., las arvejas, habas y vicias ya forman parte de la alimentación humana; en México, desde 4000 a.C. se consumía el frijol y en China, la soya desde 5000 a.C. La alfalfa se utilizó como forraje y favoreció la producción de carne y leche en el siglo XV (Binder, 1997).

Desde tiempo prehispánico, las fabáceas fueron importantes en la agricultura maya. Se cultivó en asociación con el maíz y aportó el nitrógeno que esta planta requería. El consumo del frijol (Phaseolus vulgaris) y el frijol lima o pallar (Phaseolus lunatus) en la dieta maya antigua, basada en maíz, fue clave en la complementación nutricional por los efectos sinérgicos debidos al balance de los aminoácidos (Lentz, 1999).

En la península de Yucatán se han registrado 2 166 de 2 200 especies que se estima existen. La fabácea es representada por 260 especies (Flores, 2001). Existe un acervo amplio de la nomenclatura de las plantas fabáceas en lengua maya, una variedad de formas de utilización y ciclos de vida.

Las fabáceas poseen raíces pivotantes y profundas; en estas se encuentran los nódulos que, en simbiosis con las bacterias del género Rhizobium, fijan el nitrógeno biológico.

Las hojas de las fabáceas pueden ser compuestas, pinnadas o trifoliadas y raramente simples, el tallo puede ser herbáceo o leñoso, de crecimiento erecto, rastrero o trepador. Las inflorescencias pueden ser axilares o terminales, en racimos, panículas, espigas o glomérulos, las flores son hermafroditas, el fruto es una vaina, dehiscente u ocasionalmente indehiscente (Binder, 1997).

Hoy en día, en la agricultura tradicional, conocida como milpa, de la península de Yucatán, basada en la roza, tumba y quema de la vegetación, se cultivan asociadas al maíz las fabáceas Phaseolus lunatus, Phaseolus vulgaris, Vigna unguiculata, Cajanus cajan, Vigna umbellata y Pachyrrizus erosus (Terán y otros, 1998).

Si bien la diversidad a nivel de género de la familia fabácea es limitada en la milpa, existe una amplia variabilidad intraespecífica. En este sentido, en una colecta en el oriente de Yucatán se obtuvieron 58 accesiones, dentro de estas estuvieron Phaseolus vulgaris, Phaseolus lunatus, Vigna unguiculata y Vigna umbellata.

Por otro lado, en una colecta peninsular de Phaseolus lunatus, se encontraron 40 accesiones, las cuales incluyeron diferentes variantes por su color, sabor, tiempo de cocción y rendimiento (Martínez-Castillo y otros, 2004).

Vale destacar que la mayoría tiene variantes de ciclo corto y ciclo largo, y es destinada al consumo humano, con notable preferencia por las de sabor “dulce”. En los mercados locales de las principales ciudades de la península de Yucatán, lo más común es encontrar Phaseolus lunatus y Vigna unguiculata en forma seca y en grano tierno; es menos frecuente encontrar Phaseolus vulgaris. A pesar de la existencia del frijol Vigna umbellata, es poco frecuente encontrarlo en el mercado.

Las condiciones pedregosas de suelo y la variabilidad de la precipitación pluvial son limitantes para la agricultura de gran escala en la península de Yucatán. No obstante, la agricultura milpera, “sistema milenario”, sobrevive, y su producción es para el autoconsumo de la familia campesina. A pesar de las limitantes productivas, es reservorio de una diversidad de plantas con elevada adaptación al suelo y clima. Este sistema ha sido dinámico en cuanto a la introducción y prueba de cultivos.

Respecto a lo anterior, en condiciones experimentales y en campo de productores, se han realizado diferentes trabajos para identificar el potencial de cultivos de leguminosas para forraje, alimento humano y cultivo de cobertura con adaptación al ambiente. En este sentido, desde hace tres décadas se han estudiado en la Universidad Autónoma de Yucatán (Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia) otras fabáceas forrajeras (Canavalia ensiformis, Vigna unguiculata, Mucuna sp., Cajanus cajan, Leucaena, Enterolobium ciclocarpun) para mejorar el suelo y controlar las arvenses. Diferentes accesiones de Mucuna spp. y Canavalia ensiformis, Phaseolus lunatus, Phaseolus vulgaris, Vigna umbellata y Vigna unguiculata, y el mantillo de Leucaena leucocephala y Lysiloma latisiliquum han sido evaluadas en el cultivo de maíz.

Las leguminosas en la alimentación animal y los factores antinutricionales

Las características y composición química de las leguminosas les confieren un papel significativo por el aporte de proteína en la dieta para humanos y animales, además de elementos minerales. Sin embargo, su utilización está limitada por el contenido de factores antinutricionales.

Los factores antinutricionales son sustancias naturales no fibrosas generadas por el metabolismo secundario de las plantas, como un mecanismo de defensa ante el ataque de mohos, bacterias, insectos y pájaros, o en algunos casos, productos del metabolismo de las plantas sometidas a condiciones de estrés.

En consecuencia, el uso de ingredientes a partir de leguminosas tropicales sin tratamiento en la alimentación animal provoca reducción del consumo de alimento, impide o interfiere la digestión y absorción de nutrimentos.

Es difícil la identificación de un orden je-rárquico en función de la potencia de estas sustancias en cada leguminosa en particular, lo que obliga al desarrollo de tratamientos que permitan optimizar el valor nutritivo de las semillas. Por su naturaleza térmica los factores antinutricionales se pueden clasificar en termolábiles (lectinas e inhibidores de proteasas) y termoestables (taninos y aminoácidos no proteicos).

La semilla entera, molida o fruto integral de mucuna se ha utilizado en la alimentación de porcinos, ovinos, aves y bovinos, con resultados prometedores. De similar modo, la canavalia ha resultado favorable en la alimentación de ovinos y bovinos.

No obstante, la canavalia presenta limitaciones para las aves a pesar de la aplicación de tratamientos complejos, mientras que en cerdos los resultados son menos favorables. La Vigna unguiculata y Cajanus cajan han sido utilizados en la alimentación de aves cuyos resultados son altamente prometedores con tratamientos simples.

Por otra parte, la Leucaena leucocephala es una arbustiva que tiene popularidad en diferentes ambientes tropicales y sub-tropicales, su manejo en la alimentación animal es a través de sistemas silvopastoriles y se ha obtenido buen comportamiento de bovinos respecto a la producción de carne y leche.

Desde una perspectiva agroecológica, las leguminosas contribuyen en diversos procesos en la producción agropecuaria.

Por ejemplo, aportan nitrógeno a partir de la atmósfera, incrementan la materia orgánica, facilitan la absorción de fósforo y otros nutrimentos en la rizósfera, permiten el control de las arvenses en los cultivos, mantienen la humedad del suelo, reducen la temperatura en el microambiente del sistema, reducen la metanogénesis, entre otros.

Desde el punto de vista de la producción, las leguminosas mejoran la calidad de la dieta, promueven un mejor comportamiento animal en términos de la producción de carne, leche y huevo en los agroecosistemas.

En virtud de lo anterior, las leguminosas juegan un papel fundamental al reducir el uso de insumos externos permitiendo una producción de alimentos para animales y humanos que tiende más a la sostenibilidad, particularmente importante en los sistemas tradicionales.

Por ejemplo, el maíz cubre la mayor parte de las necesidades de energía en la dieta humana en el sistema milpa, que puede ser optimizada al integrar leguminosas de poco uso en la dieta humana.

*Universidad Autónoma de Yucatán, Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia, Campus de Ciencias Biológicas y Agropecuarias

jose.castillo@correo.uady.mx

Referencias

Binder, U. 1997. Manual de leguminosas de Nicaragua, Tomo I. PASOLA y E.A.G.E. Estelí, Nicaragua, p. 528.

Flores, S. J. 2001. Leguminosae (Florística, Etnobotánica y Ecología). Etnoflora Yucatanense. Fascículo 18. Universidad Autónoma de Yucatán. Mérida, Yucatán, México, p. 320.

Lentz, D. L. 1999. Plant resources of the Ancient Maya: The Paleoethnobotanical Evidence. En: White, C. (ed), Reconstructing Ancient Maya Diets, Salt Lake City: University of Utah Press, pp. 3-18.

Martínez-Castillo, J., May-Pat, F., Zizumbo-Villarreal, D., García- Marín, P. C. 2004. Diversidad intraespecífica del ib (Pha¬seolus lunatus L.) en la agricultura tradicional de la Península de Yucatán, México. En: Chávez-Servia, J. L., Tuxtil, J., Jarvis, D. I. (eds), Manejo de la diversidad de cultivos en los agroecosistemas tradicionales. Instituto Internacional de Recur¬sos Fitogenéticos, Cali, Colombia, pp 26-46.

Terán, S., Rassmusen, C. H., May, C. O. 1998. Las plantas de la milpa entre los mayas. Compañía editorial Península de Yucatán, A. C. Mérida, Yucatán, México, p. 278.