Con el hambre hemos topado… y sin Sancho

Hablamos de grandes números que demandan grandes acciones sin menoscabo de la operación laser de la focalización de urgencia o emergencia que tanto gustan a los expertos. El hueco revelado por el hambre es un cráter social que no admite rodeos; más bien debería llevar al Estado en su conjunto a asumir y reconocer como punto de partida de esta y las políticas que sigan, que estamos frente a las expresiones limítrofes de una forma de organización económica que dio de sí antes de rendir mínimos frutos y que hace mutis sin siquiera haber forjado nuevas instituciones destinadas a acompasar tanto cambio destructivo.

Admitir lo anterior debe ser el primer paso para darle al mandato constitucional en materia de planeación la dignidad mínima que los panistas le quitaron con su desparpajo irresponsable, y que el priísmo histórico desaprovechó en aras de unos ajustes que en realidad fueron una política de desperdicio. Será en el plan donde el pacto desemboque en políticas de Estado, y SinHambre se vuelva acción y visión estratégica: un nuevo sistema alimentario mexicano.

Frente a las magnitudes referidas y las que las acompañan, no hay modo de edulcorar el presente ni pintar de rosa el porvenir. Las destrezas informáticas hablan de una realidad inescapable, pero también permiten decir que nunca habíamos sabido tanto de nuestra inicua cuestión social y nunca habíamos logrado tan poco en su superación o abatimiento.

Una sociedad partida por la injusticia no puede pretender ser vista como comunidad progresista o promisoria. Antes tiene que demostrar que sabe lo que es y ha sido y que, desde esa sabiduría, se apresta a reformarse para avanzar y no para seguir dando vueltas a una noria con agua envenenada por el rencor social de los muchos y la hipocresía de sus pocos beneficiarios.

Frente al hambre, reconocida como barómetro que resume alucinantemente nuestros desvaríos, sólo nos queda la memoria y la reivindicación de los viejos principios, como la justicia social, tan olvidados como la verdad ignorada del hambre de que hablara el presidente Peña en Las Margaritas.

Como nos recuerda Pierre Rosanvallon en su lúcida entrega La sociedad de los iguales (RBA, 2012), hay que salir, y pronto, de la paradoja de Bossuett, que a la letra dice: Dios se ríe de los hombres que se quejan de las consecuencias y en cambio consienten sus causas.

O como lo traduce el estudioso francés: Los hombres se quejan en lo general de aquello que aceptan en lo particular. Hasta el colmo de legitimarlo como verdad, camino y pensamiento único.