Con el hambre hemos topado… y sin Sancho

Por Rolando Cordera Campos, La Jornada, 29 de enero de 2013

Tras lustros de astuta elusión, la sociedad mexicana y sus grupos gobernantes se redescubren con crudeza: no sólo somos un país grande en población y tamaño de la economía, también somos una colectividad cuarteada por la pobreza de masas y una desigualdad que no se conmueve ante los hallazgos fabulosos de los cantares sobre las clases medias y su impetuoso regreso.

El anuncio de la Cruzada contra el Hambre y su inmediata derivada, el Sistema contra el Hambre, Sin Hambre, no causó desgarre de vestiduras y pronto pasó a reserva ante el gran espectáculo de la liberación de la señora Cassez. Son los ministros de la Suprema Corte, o el presidente Hollande, los que ocupan el banquillo de los acusados, mientras el perpetrador del montaje mediático y las corporaciones televisivas que lo instrumentaron, y en su momento lo usufructuaron, parecen dispuestos a dormir el sueño de los justos.

En vez del hambre, la sociedad políticamente activa opta por regodearse con la (in) justicia y descansar tras la glamorosa cortina de humo que le ofrece el show de los hombres de las nieves y sus tristes epígonos vernáculos, que toman fotos de otrora poderosos y hoy atentos servidores de la Alta Finanza. Y así sucesivamente.

El estado general de las cosas se obstina en seguir su curso y en todo caso queda a la espera de que la traída y llevada coordinación intersecretarial, intergubernamental y hasta intergaláctica, se coma el proyecto contra el hambre con el que el gobierno ha querido revisar sus compromisos con la equidad y la carencia tumultuosa que nos acompaña. Siempre bajo la alfombra, el del hambre no sólo ha sido tema ignorado, sino molesto y agresivo… para el que la sufre, pero también para el resto gozoso.

Los escépticos proclaman desde ya el punto final a la convocatoria presidencial, mientras que los apetitos de la inversión privada nacional y foránea siguen alimentándose de discursos de cambio y modernización priísta, esta vez desde el lujo rampante de la Riviera nayarita: el petróleo es nuestro pero no sabemos o podemos usarlo con eficiencia y –¡bendita palabra rediviva!– eficacia. Ergo, antiguallas nacionalistas: a un lado el patrioterismo y bienvenida sea la corporación multinacional que todo lo sabe y lo que no pronto lo aprende gracias a sus solícitos gestores mexicas, siempre listos para facilitar el terreno y abrir la puerta adecuada.

En vez de intentar otra vez una subasta de garaje con el oro negro, el gobierno y su partido deberían empezar a conjugar la oración aprendida en horas de alucine: no hay mejor manera de abatir pobreza y hambre que con empleo y buenos salarios y, para eso, es indispensable que la economía crezca por encima de la trayectoria de esto 30 años dolorosos.

Así se avanzó en Brasil y se ganó la nueva batalla de Chile contra la pobreza. Para ello, no se ofreció subsuelo a los hambrientos inversionistas trotamundos: el cobre se mantuvo en manos del Estado chileno y Petrobras se renacionalizó con Lula y no se privatizó como insisten, mintiendo, los nuevos loros de la competitividad a costa de lo que sea.

Las cifras son elocuentes y abrumadoras. La pobreza afectaba en 2010 a más de 50 millones de mexicanos y no es de esperarse que Calderón & García Luna Productions hayan modificado para bien el panorama. Las encuestas sobre salud y nutrición avasallan las imaginerías de cualquier clasemediero bien nacido: en 2012, sólo 30 por ciento de los hogares mexicanos podía presumir de seguridad alimentaria, 40 por ciento registraba inseguridad leve, 17.7 por ciento tenía inseguridad alimentaria moderada y 10.5 por ciento inseguridad severa.

El redescubrimiento de nuestra herida histórica tiene que ir más allá del enfoque sobre los extremos vergonzosos: el foco no son las minorías vulnerables y sin capacidades para por ellas mismas subir la escalera de la supervivencia; son las grandes comunidades urbanas y lo que queda de las rurales (que no son pocas), las que bordean la desnutrición, cultivan la malnutrición y gestan la obesidad y la diabetes que pasan de epidemia a pandemia y ponen al sistema de salud en la picota de la inefectividad o la quiebra. Y a la población en la más cruel de las zozobras.