Al construir una huerta, en una escuela bajaron el grado de violencia
Carlos, también de cuarto año, tomó una pala y luego del esfuerzo, quitando las hierbas, dio un ejemplo de lo que se vive en ese rincón juvenil de Burzaco. “Me llevé una lechuga y un coliflor. Son riquísimas las verduras, son muy grandes y distintas a las de la verdulería”.
Esas verduras, por si fuera poco, ahora sirven para el propio comedor escolar. “El excedente se lo llevan los chicos a sus hogares”, advierte el director. E incluso parte de la producción se comparte con la comunidad.
Como esta huerta, hay 200 en distintas provincias. La primera fue en Chaco, en la comunidad de la Guará, y en total habría unos 12 mil chicos involucrados en proyectos similares.
Por último, el objetivo es también que las huertas se repliquen en los hogares. Lapetini enfatiza: “Llevar las semillas a las casas”. Reconoce que la parte más complicada es, finalmente, que en la familia se cocine con lo cosechado, porque pasa que muchas veces los padres no comen verduras.
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La huerta permitió también vincular la tierra con las horas de clase. En Matemática se analiza qué porcentaje de agua necesitan los tomates para crecer; en Geografía, los tipos de cultivos de acuerdo a la región, zona y clima. Incluso lo alumnos también escarbaron en su pasado y apreciaron el trabajo de sus abuelos campesinos.
Matías, otro alumno, dice que gracias a la huerta distingue los sabores que da sembrar por temporada y sin agroquímicos. “Trabajo en una verdulería, no es el mismo el tomate de nuestra huertita. Le ponen muchos químicos y están en cámara para que se pongan rojos”, explica.