Al construir una huerta, en una escuela bajaron el grado de violencia

Por Diario Hoy, agosto de 2013

En una escuela de Burzaco empiezan a cambiar las mentalidades y desde allí se puede pensar en una verdadera calidad de vida, más allá de los libros del colegio. En el amplio patio se pueden apreciar hojas de zanahoria, lechugas frondosas y el crecimiento de las cebollitas de verdeo. Es la Secundaria Nº 56, donde se cuenta que “mientras echan raíces los vegetales, los chicos van disminuyendo su ira”. Sí, una muestra más de cómo la madre naturaleza puede educar los malos hábitos humanos.

Nicolás, de cuarto año, lo dijo con la honestidad absoluta de un adolescente que encontró un buen lugar en este proyecto: “buscábamos la mínima oportunidad para pelearnos, pusimos este proyecto y cambió la escuela. Cuando estamos mal, venimos a la huerta, ponemos música y trabajamos”.

Claudia Concetti, vicedirectora, explicaba que la huerta surgió como iniciativa de la profesora de fisicoquímica, Silvia Müller. “Hace seis años, la escuela tenía muchísimos problemas de violencia. Los alumnos canalizaban su energía con agresiones físicas y verbales. La profesora comenzó a hacer preguntas personales y salió que a ellos les hubiera gustado trabajar en la tierra. Y ahora, trabajan esa misma energía con la pala y la tierra”.

La profesora Müller se contactó con la Fundación Huerta Niño (fundada en 1999), que apoyó a la escuela con información e infraestructura. Con anterioridad al apoyo de la fundación sembraban a destiempo, no conocían el cuidado sobre ciertos vegetales.
Huerta Niño hace una tarea que apunta a aliviar el problema de la desnutrición y la malnutrición infantil, creando huertas de media hectárea, especialmente en escuelas rurales.

Esta organización civil detectó que las huertas son “una verdadera solución, probada y sustentable, que no es asistencial, ni son un paliativo”. Juan Lapetini, su director, asegura que “es una forma de generar conocimiento e involucrar a la comunidad”.

Las peleas de cada día cambiaron de “raíz”. Esos actos violentos, tanto como las palabras o gestos discriminatorios en las aulas y fuera de ellas en los recreos y la calle, eran un tema que pesaba sobre todos. “La fuerza se fue a la tierra”, describió una docente.

Por si fuera poco, con la huerta mejoraron las calificaciones y los boletines de asistencia.