¿Se acerca el fin de las Monarca?

Por Florencia Molfino, Newskeek, junio de 2015

En menos de diez años, el área ocupada por las mariposas monarca que emigran a México ha descendido hasta un 44 por ciento. Durante años se culpó del problema a la tala ilegal de los bosques de nuestro país, pero todo indica que hay un nuevo responsable: Monsanto

El aire templado de las diez de la mañana se cuela con dificultad en los pulmones al llegar a El Rosario, a unos tres mil metros sobre el nivel del mar.

El sol ilumina sin calentar demasiado la pequeña explanada rodeada de construcciones modestas de madera, chapa y palos en las que las mujeres asan tortillas y cuecen platos exuberantes y baratos.

Perros sin dueño reinan en el descampado de piso de tierra y viven de las sobras generosas que les llegan de todos lados. Los niños del pueblo corretean y piden dinero a cambio de posar para la foto del turista.

Los turistas, de los más diversos orígenes, vienen a ver una de las migraciones masivas más famosas del continente. Este es uno de los sitios donde las mariposas monarca han instaurado su frágil reino.

El Rosario, ubicado en Michoacán, es uno de los más grandes (y añosos) santuarios de mariposas monarca de México. Se trata de un pequeño punto dentro de la enorme Reserva de la Biósfera de la Mariposa Monarca, un territorio de más de dieciséis mil hectáreas localizado entre los estados de México y Michoacán.

La importancia de este trozo de tierra mexicana va más allá de su calidad de hospedaje temporal de estas mariposas viajeras.

Vamos a pie. El recorrido comienza con una suave pendiente serpenteante que luego se convierte en un reto aeróbico para el que pocos están preparados, más de un kilómetro de recorrido ascendente por un sendero rodeado de oyameles, cedros y pinos y eventuales mariposas adormercidas por la falta de sol, lo que obliga a mirar el suelo para no aplastarlas accidentalmente.

A medida que uno se acerca a la cima, las mariposas revolotean alrededor de los arbustos, se les ve tomando el néctar de las flores con su espirotrompa —nombre poético que recibe la imperceptible y larga trompa que se enrolla en espiral, con la que también beben minúsculas gotas de agua que han caído con la brisa matinal o que son salpicadas desde algún arroyuelo—.

A lo lejos, muchas descansan unidas en espesos y enormes racimos conformados por sus cuerpos unidos y cuyo peso dobla las ramas de los poderosos oyameles hasta acercarlas peligrosamente al suelo.

No todas son iguales, de esto nos enteramos antes de iniciar el recorrido. Llegamos temprano en la mañana para entrevistarnos con Eduardo Rendón, director del programa de Conservación de la Mariposa Monarca de la World Wild Foundation (WWF), una ONG con presencia en todo el planeta cuya misión es preservar la fauna.

Eduardo nos recibe en una cafetería de Zitácuaro, abre sulaptop e inicia la clase de biología básica para comprender mínimamente la complejidad detrás de la migración y supervivencia de esta especie de lepidóptero cuya mayor virtud no es la de adornar los bosques ni atraer turistas, como suele promocionarse.

De todas las especies de monarca que existen en el mundo, sólo una emigra y lo hace desde dos sitios distintos a dos puntos igualmente distantes: las nacidas en el noroeste de las Montañas Rocallosas en Estados Unidos, que pasan el invierno en California, y las oriundas del este de las Montañas Rocallosas, del sur de Estados Unidos y Canadá, que recorren cada año más de cinco mil kilómetros sobre montañas, desiertos, praderas y ríos hasta instalarse en la región del eje neovolcánico mexicano, la reserva declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Las monarca son especiales: no sólo por su enorme capacidad de adaptación ni por emprender una migración masiva tan peculiar, sino porque funcionan como uno de los indicadores más inequívocos de la salud ambiental, además de que son de las especies polinizadoras más importantes para la región norte del continente americano. Pero están desapareciendo.

Dueños de la biodiversidad

Durante años México recibió presiones —con justo motivo— por parte de los otros países huéspedes de la monarca, Estados Unidos y Canadá, para controlar la deforestación de los bosques de la Reserva, lo que estaba poniendo en serios problemas a las mariposas.

No bastó con que el gobierno mexicano estableciera áreas protegidas ni que fijara penas contra quienes la amenazaran: independientemente de la tala a gran escala, más fácil de restringir y controlar, estaban los cientos de ejidatarios y campesinos que veían como única posibilidad de subsistencia la tala “hormiga”.

Muchos de los campos aledaños a la reserva han sido explotados (sin cuidado) durante tantas generaciones, que ya no producen maíz ni otros productos de alto consumo, y mucho menos al ritmo necesario para considerarse una fuente de ingresos.

Esas tierras yermas hoy están siendo reutilizadas como viveros para producir oyameles y pinos, entre otros.

Este avance fue resultado de un cambio de paradigma en la forma de ver la conservación, y llegó de la mano de Rendón y su equipo en el WWF México: “No veo conservación como cuando llegué hace veintitantos años a la [Reserva de la] monarca, desde la perspectiva de la monarca por la monarca misma: no hay manera de solucionarlo si no trabajas con los dueños del ejido”.

Eso ha significado establecer una relación de correspondencia con los que él llama los “dueños” de la biodiversidad: ejidatarios y campesinos que en la actualidad están involucrados en el monitoreo y cuidado de los bosques de la reserva y se benefician de diversos proyectos sustentables con los que pueden mantenerse a sí mismos y sus familias: desde la fabricación de artesanías hasta aserraderos, criaderos de setas y viveros comunitarios, lo que “crea economía para mejorar la estructura social de la comunidad, y como fin último, disminuye la presión sobre los bosques”.

Para esto, diversas ONG escogidas por la WWF acompañan a las comunidades desde la planeación hasta la ejecución y mantenimiento del proyecto: “Llegas, estableces el proyecto y sigues con él.

El ejemplo más importante que tenemos ahora de este tipo de esquema son los trece viveros comunitarios en la región de la monarca con los que producimos, cuando las cosas están bien y con gestión para producción de plantas desde la perspectiva federal, hasta un millón y medio de plantas al año.

Eso significa trabajo, mucho trabajo para la gente. La clave ha sido que hemos estado desde 2007, cuando iniciamos este trabajo, junto al primer vivero forestal que fue Las novias del sol, junto a la gente que es dueña del ejido”.

El resultado se ve en los números: entre 2005 y 2007, la tala ilegal a gran escala disminuyó a 731 hectáreas afectadas (antes había sido de 2179), mientras que en 2012 no hubo una sola hectárea afectada.

Esto no significa que ya no exista la amenaza latente de que vuelva a ocurrir: todo depende del nivel de esfuerzo que el gobierno local, instituciones privadas y organizaciones no gubernamentales, como la WWF, sigan poniendo en ofrecer alternativas económicas más atractivas que las que conducen a la deforestación.

Sin embargo, cuando México se sacudió el problema de la tala ilegal la situación no mejoró: al contrario, el último resultado del monitoreo que realiza todos los años la WWF en México mostró que si bien hubo un incremento de 0.49 por ciento en la llegada de mariposas en el periodo 2014-2015 con respecto al periodo 2013-2014, cuando la ocupación de bosques de la Reserva cayó un 44 por ciento —su mínimo histórico en las últimas dos décadas—, el incremento es insignificante comparado con los niveles de la temporada 1995-1996, época en que la migración comenzó su declive.

Este periodo coincide con la época en la que comenzó la producción y cultivo de semillas de soya transgénica en el sur de Estados Unidos, de donde proviene la población afectada de monarca.

Una muerte lenta

Las monarca tienen un ciclo de vida sumamente delicado: las hembras que regresan de su larga hibernación (de noviembre a febrero, en México; los machos mueren aquí tras haberlas preñado) ponen sus huevos en algunas especies de asclepias, planta perenne que crece salvajemente en varias zonas del mundo y cuyas hojas resultan venenosas para la mayoría de los animales e insectos.

Esos huevos eclosionan y allí nacen las orugas que se alimentarán de la planta para construir un exoesqueleto igualmente venenoso que le sirve de protección contra los depredadores. Unas semanas después construyen la pupa, el capullo del que saldrán más tarde convertidas en mariposas.

Esas mariposas, que viven aproximadamente un mes, se reproducirán y viajarán un poco más al norte, y así lo harán hasta que la cuarta generación (conocida como “Matusalén”) vivirá lo suficiente (unos ocho meses) para recorrer la larga trayectoria que las traerá a su refugio invernal en México.

“El cambio climático y la deforestación tienen menor influencia en el declive de la población de monarca comparado con el efecto de la disminución de los campos en los que crece la asclepia (Flockhartet al., 2014), lo que contradice la postura largamente defendida de que las mariposas son más vulnerables a la deforestación y a la degradación de sus sitios de hibernación”, concluye el estudio firmado por los biólogos Omar Vidal y Eduardo Rendonen en el número 180 de la revista científica Biological Conservation.

Desde que se ha intensificado el cultivo de transgénicos, en particular de soya y maíz producidos con semillas de Monsanto, y que por lo tanto requieren del uso del Round-Up, un poderoso herbicida cuyo componente activo, el glifosato, mata toda la flora a su paso a excepción de estas plantas genéticamente modificadas, el número de asclepias comenzó a declinar drásticamente.

Si bien Monsanto ya no es la única compañía que fabrica y comercializa el glifosato, su marca es la más utilizada debido a que su uso suele ser condición para los campesinos que usan sus semillas.

El glifosato recientemente ha sido señalado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como posible cancerígeno para humanos (está demostrado que lo es para animales), y ha sido denunciado en diversas partes del mundo por ser un potente químico cuyos efectos a largo plazo —a través del consumo de alimentos fumigados y tratados con él— no se conocen a ciencia cierta.

Este fue también el herbicida utilizado por el gobierno de Estados Unidos para acabar con los cultivos de coca colombianos como parte del Plan Colombia.

En marzo de este año, Monsanto anunció que haría un donativo de 4 millones de dólares a un fondo creado por el Wild & Fish Service de Estados Unidos, al que se le suman 1.2 millones de dólares del mismísimo gobierno y que serán administrados por la National Fish & Wildlife Foundation (NFWF), una ONG de ese país a través del Fondo para la Conservación de la Mariposa Monarca.

Esta iniciativa es una respuesta a la presión de la comunidad científica y civil de ese país ante la alarmante situación de los campos de asclepias cuya disminución está dificultando cada vez más que las mariposas que regresan al norte del continente lleguen al sur de Canadá.