Nueva revolución tecnológica con campesinos y sin transgénicos

Por Víctor Suárez*, La Jornada del Campo, 16 de febrero de 2013

La dependencia alimentaria de nuestro país es insoportable. Ahora, todos o casi todos coinciden en ello, excepto Estados Unidos (EU) y las corporaciones agroindustriales. Las importaciones agroalimentarias pasaron de 24 a 46 por ciento en la cobertura de la demanda nacional en las dos décadas recientes, como resultado ineludible de la era del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y de la soberanía de los mercados, misma que nos ha sido impuesta desde 1982.

De continuar así, y de acuerdo con estimaciones del Departamento de Agricultura de EU, hacia el 2030 México importaría el 80 por ciento de sus alimentos, comprometiendo de forma irreversible los derechos de campesinos, comunidades rurales y pueblos indios; la seguridad alimentaria del país, el derecho a la alimentación de la población; la cohesión social; la estabilidad política, e incluso la soberanía nacional y la integridad territorial.

Para documentar nuestro optimismo, algunas cifras: a) En 1991, antes del TLCAN, importamos 1.5 millones de toneladas de maíz con valor de 180 millones de dólares; en 2011 fueron 9.5 millones de toneladas por tres mil millones de dólares. b) Entre 1991 y 2011 se importaron 111 millones de toneladas de maíz con valor de 18 mil 460 millones de dólares, siendo que el país puede producir todo el maíz que consume. c) En ese periodo, las importaciones de granos y oleaginosas (maíz, frijol, trigo, sorgo, arroz, cebada y soya) ascendieron a 316 millones de toneladas con valor de 64 mil 484 millones de dólares. d) En 1991, las importaciones de arroz cubrían 25 por ciento del consumo nacional; dos décadas después, este porcentaje subió a 85. e) En 17 de 18 años del TLCAN, el saldo de la balanza comercial agroalimentaria ha sido negativo. f) De 1991 a 2011, el PIB agropecuario, silvícola y pesquero ha “crecido” a una tasa promedio anual del 1.8 por ciento, pero si se descuenta el crecimiento poblacional, el sector ha permanecido estancado. No así el tamaño, las utilidades y el poder económico y político de las corporaciones agroalimentarias multinacionales.

Y lo peor está por venir, de continuar el modelo fracasado de dependencia alimentaria. En el lustro reciente se ha consolidado un nuevo paradigma en los mercados agrícolas internacionales caracterizado por una nueva era de precios altos y volatilidad sin precedentes, en que la única certidumbre es la incertidumbre. Esto pulveriza las ilusiones de importaciones agroalimentarias a bajo precio y coloca a los países dependientes en situación de extrema vulnerabilidad alimentaria, social, económica y política.

El nuevo paradigma supone el tránsito de una agricultura para la producción de alimentos de consumo humano directo a una agricultura para forrajes y de ésta a una para la producción de combustibles (food cropsfeed cropsfuel crops).

Este cambio ha sido impulsado por dos nuevos fenómenos denominados la energetización y la financiarización de la agricultura. Esto es, la formación de los precios ya no se determina por los “fundamentales” del mercado agrícola (oferta, demanda, reservas), sino por factores extrasectoriales.

La escasez internacional de alimentos provocada por este nuevo paradigma impulsa tendencialmente los precios al alza e imprime una enorme volatilidad en los mercados sin precedentes. Si a este hecho agregamos los impactos negativos en la producción, reservas y disponibilidad de alimentos producidos por el cambio climático planetario, la especulación internacional, la inestabilidad económica global, el creciente poder de las corporaciones en los mercados y la exacerbación de las luchas entre los países por la hegemonía y el control de los recursos, queda claro que es urgente el cambio en México y a escala internacional del modelo de dependencia alimentaria y de soberanía de las corporaciones que controlan los mercados.

La urgencia de la autosuficiencia alimentaria. Después de tres décadas de neoliberalismo en la agricultura mexicana, de la insoportable dependencia y del reconocimiento de los enormes riesgos y costos de continuar dicho modelo fracasado, hoy todo mundo –o casi– afirma y sostiene en México y en el mundo la necesidad de que los países transiten hacia la autosuficiencia alimentaria.

El debate ahora es ¿cuál es la vía para la autosuficiencia alimentaria en México? Veamos dos vías principales: a) la vía de las falsas y peligrosas soluciones promovidas por aquellos que sostienen la idea de una “nueva revolución verde con transgénicos en la agricultura comercial” asociada a una “nueva revolución verde para los pobres: el MasAgro”; o b) la vía de las soluciones verdaderas, lo que nosotros llamamos un nueva revolución tecnológica en la agricultura, con campesinos, sin transgénicos y con base en la síntesis de la sabiduría campesina y los conocimientos científicos y avances tecnológicos de punta.