México: El papa Francisco y el ambiente

Por La Jornada Veracruz, 8 de febrero de 2016

“En la encíclica “Laudato sí”, al referirse a la destrucción del ambiente, afirma que nuestra madre y hermana, que nos sustenta y gobierna, clama por el daño que le estamos provocando como resultado del uso irresponsable y el abuso de los bienes que nos provee”.

Ahora que el papa Francisco está a punto de aterrizar en México, es oportuno recordar que una de sus principales preocupaciones es el cuidado de nuestra casa común, el planeta tierra, tal como lo expresó en su reciente encíclica “Laudato si”, en donde hace énfasis en que la tierra es nuestra casa común y, también, nuestra hermana, con la cual compartimos la existencia.

En ella, al referirse a la destrucción del ambiente, afirma que nuestra madre y hermana, que nos sustenta y gobierna, clama por el daño que le estamos provocando como resultado del uso irresponsable y el abuso de los bienes que nos provee.

La encíclica es una lúcida defensa de los bienes comunes y un llamado a asumir una conciencia planetaria. Con claridad y valentía enuncia lo que todavía no se han atrevido a aceptar los diplomáticos, los gobiernos del mundo, la inmensa mayoría de los políticos, e, inclusive, los científicos proclives a justificar las decisiones de los políticos o respaldar las acciones de las empresas.

Un elemento central es la estrecha relación que establece entre la destrucción ecológica y la justicia social, cuando afirma que el dolor de los pobres y explotados no se puede separar del dolor de la tierra y que la crisis ecológica es consecuencia de la mercantilización, la economía tecnocrática, el consumismo y la acción depredadora de corporaciones y bancos.

Hace notar la conexión directa entre destrucción ambiental y social y el paradigma vigente de desarrollo sustentado por una minoría que, desde las finanzas, domina las políticas nacionales e internacionales en su beneficio, abusando de los bienes comunes. Afirma que la imposición de un estilo hegemónico de vida, ligado a un modo de producción nocivo, puede ser tan dañina como la alteración de los ecosistemas.

La encíclica también aborda la justicia y la sustentabilidad ambiental en sus sentidos más amplios, al tocar la desigualdad y la injusticia derivada de la inequitativa distribución de los efectos negativos del deterioro ambiental. Resalta que éste, y la degradación de la vida humana, están interrelacionados y se agravan en paralelo y que la sustentabilidad ambiental sólo podrá lograrse si, al mismo tiempo, se hace justicia a los pobres y marginados.

También hace notar que muchos de los problemas derivan de la cultura del desecho, por la cual las cosas rápidamente se convierten en basura que no se degrada, convirtiendo al planeta en una inmensa acumulación de desechos.

De hecho, la encíclica no se limita a las consideraciones religiosas, sino que tiene como base información científica que, sin lugar a dudas, muestra el deterioro creciente del ambiente y sus diversas causas, entre ellas, el cambio climático.

Al respecto, toca dos puntos básicos; el primero, que el clima es un bien común, que no es propiedad de una o varias naciones o de las grandes empresas y, el segundo, que para su protección debe aplicarse el principio de responsabilidad diferenciada. Concluye que es necesario detener las acciones humanas que conducen al cambio climático para evitar una catástrofe global, a pesar de lo cual, el reciente Acuerdo de París, tan festejado, pretende controlarlo mediante acciones no obligatorias.

Como se dijo en este espacio en su oportunidad, por su amplitud, los numerosos puntos importantes que toca y su enfoque, al mismo tiempo religioso y científico, esta encíclica es, con seguridad, el documento más importante sobre la protección del ambiente de muchos años; entre varias razones, porque proporciona varias ideas viables que los católicos –políticos, funcionarios, empresarios grandes y pequeños, profesionistas diversos y, desde luego, ciudadanos de a pie–, pueden aplicar a su respectivo entorno y actividades para proteger nuestra casa común.

Si bien el impacto de la encíclica ha sido grande, falta mucho para que, como sociedad, entremos al fondo del asunto y asumamos plenamente las consecuencias de nuestra forma de actuar.

Sería deseable que las autoridades de la Iglesia católica hicieran un resumen sencillo de ella para que nuestros administradores, gobernantes y empresarios la pudieran entender, reflexionaran sobre su responsabilidad al respecto y, con suerte, se decidieran a actuar en sus respectivos ámbitos con la urgencia que el caso amerita.

En este momento, el mayor reto para los católicos es realizar acciones concretas que tomen en cuenta las principales tesis y postulados de la encíclica; entre ellos: a) que la depredación ecológica y la desigualdad social son las dos caras de un mismo fenómeno; b) que se vive una “…crisis ética, cultural y espiritual de la modernidad”, con un estilo de vida basado en el consumismo, el uso de petróleo, y un sistema económico tecnocrático mientras, en contraste, la encíclica pregona la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes comunes, y cuestiona las ideas fundamentales del capitalismo; entre ellas, la posibilidad de crecimiento económico continuo y el mercado como solución mágica para todos los problemas.

Suponiendo que, en un país de 122 millones de personas de las cuales aproximadamente el 84% –unos 102 millones– se reconocen como católicos, debe haber millones de individuos con suficiente sentido común, compromiso social y poder de decisión para emprender acciones basadas en la encíclica y, de ese modo, seguir el camino que propone el papa Francisco para cuidar a nuestra madre y hermana.

Con este supuesto, un grupo de académicos ha preparado un documento puntual y detallado sobre 420 casos de agresiones al ambiente que están ocurriendo en México y que proponen como base para que se realicen acciones concretas; una especie de hoja de ruta para enfrentar el ecocidio que tan gravemente daña al país.

El connotado científico Víctor M. Toledo resume los detalles de esta propuesta en su artículo Llamando al Papa: 420 golpes contra la casa común (ver aquí).

En él, afirma que este documento incluye “el registro puntual y detallado de 420 golpes contra la casa común y de las comunidades humanas que resisten la devastación de las regiones, sus paisajes, recursos, culturas e historia, y que al defender a su naturaleza defienden desesperadamente su identidad y su derecho a la vida. … 420 agresiones perpetradas por compañías mineras, petroleras, eólicas, habitacionales, turísticas, biotecnológicas, hidráulicas y de desechos tóxicos, solapadas y en complicidad con los gobiernos de México, empeñados en vender los recursos nacionales, incluida su soberanía. … 420 proyectos de muerte que hemos logrado localizar a nivel de municipio y de relacionarlos con las circunscripciones eclesiásticas (provincias, diócesis, arquidiócesis, prelaturas, parroquias). Este esfuerzo incluye mapas, cuadros y base de datos (ver aquí) y encuentra su contraparte en la información sobre la pobreza y la desigualdad social contenida en el libro Dolor de la Tierra, dolor de los pobres (2012)”.

Aunque los datos de este importante documento no incluyen a las diócesis veracruzanas, quizá por falta de tiempo, ya que, desde luego, no de problemas, cabe preguntarse si serán católicos los funcionarios que, con su notoria ineptitud, omisión o franca corrupción, han permitido que Veracruz se convierta en una zona desforestada, con ríos que son, en realidad, conductos de desechos peligrosos, cualquier cantidad de industrias contaminantes que afectan gravemente a quienes tienen la mala suerte de vivir cerca de ellas, innumerables tiraderos de basura a cielo abierto que no han podido eliminar “por falta de presupuesto” y, en fin, todo tipo de violaciones, ya no digamos del espíritu de la encíclica, sino de la legislación mexicana que, se supone, están obligados a cumplir.

Sería más que oportuno que toda la estructura católica del país, de cardenales para abajo, aprovechara la invaluable oportunidad que ofrece esta visita para tomar una posición firme en pro del ambiente y no, como hasta el momento parece, se limitaran a organizar misas y vallas, comisionar himnos, obtener donativos, entregar camisetas y toda la parafernalia del caso que llegará a la basura al día siguiente de que el Papa emprenda el regreso. Lo mismo en cuanto a las autoridades de los sitios que visitará, que bien podrían hacer algo más importante, útil y duradero que pintar fachadas, repartir imágenes del Papa y tomarse la foto.