La maraña legal de los aditivos alimentarios

Por Ana Sáez Ramirez, Ecoportal.net, 3 de agosto de 2015

Un dicho popular dice que las apariencias engañan, lo que aplicado a los productos de alimentación en la actualidad vendría a decir que realmente no sabemos qué comemos. En la mayoría de los casos aquello que contiene el producto no está indicado en la etiqueta, y lo que aparece tan prometedor en la etiqueta puede ser buscado en vano dentro del producto.

Esto se ha convertido en una mentira legal por ejemplo en Alemania, es decir en un fraude. Ya que si por ejemplo tengo ante mí una etiqueta donde aparecen fresas, frambuesas y otros frutos del bosque, pero en realidad no están dentro, ¿qué me estoy comiendo? Esto sucedió con la etiqueta de una infusión llamada “infusión de frutas”, en cuyo reverso se podía leer “aroma”, es decir que el consumidor no solo compraba una cosa pero le vendían otra, sino que lo que tomaba con tanto deleite no era más que agua caliente con química olorosa.

Pero si a usted como consumidor se le ocurriera ir al supermercado con dinero falso, probablemente le detendrían. Sin embargo los comerciantes venden lo que quieren y no pasa nada, no importa si se trata de productos químicos de dudosa inocuidad.

Por otra parte existen productos que contienen sustancias o compuestos en cantidades desorbitadas, por ejemplo el azúcar, cuya información difícilmente aparece en algún sitio. Sin ir más lejos un bote de kétchup contiene una proporción de 40 azucarillos, y no es que el azúcar sea tan insano, es que se consume demasiado. En el año 1500 el azúcar era un alimento del que se consumían 20 gramos al año, hoy día un niño consume una media 49 Kg al año.

Por otra parte el aluminio es un componente usado en los colorantes para dulces y productos de pastelería, con el fin de conseguir que el alimento sea más bonito y llamativo. Las autoridades de Baden Wurtemberg en Alemania realizaron mediciones y comprobaron que había 329 miligramos de aluminio por kilo de pastillas de chocolate, una cantidad enorme, pues el aluminio es un metal problemático que puede afectar al sistema nervioso y al cerebro.

De hecho existen pruebas de que el aluminio produce efectos parecidos al estrógeno, es decir que puede alterar la producción hormonal.

Pero aparte de los colorantes hay muchos otros aditivos en los alimentos, pues para conseguir que los alimentos tengan una fecha de caducidad más lejana, sean más aromáticos, más vistosos o más crujientes la industria se sirve de todo.

Naturalmente  que depende de qué cantidad se coma, sin embargo el problema es que de esos aditivos permitidos nadie sabe cuánto comemos. En 1995 la Unión Europea permitió más de 30 aditivos nuevos, con la condición de que se examine con regularidad cuánto ingieren las personas.

Lo cual es lógico si se permiten productos químicos nuevos, ya que si resultan ser dañinos se debe saber qué cantidad es viable consumir sin riesgos. El problema radica en que por ejemplo no se sabe con exactitud cuántos aditivos contiene una sopa instantánea, ni cuántas de ellas consume la gente en total. Lo que sí se sabe es que se consumen más de la cuenta.

Otra sustancia tan controvertida como extendida es el glutamato, un aromatizador que consigue hacer más sabrosa la comida, es decir condimentarla. Lo cierto es que hace tiempo que no se usan hierbas o especias clásicas y naturales.

El polvo blanco que hace aparecer por arte de magia sabores donde antes no los había se llama glutamato, y es el aditivo más controvertido pero importante de la industria alimentaria, consumiéndose mundialmente 2 millones de toneladas, un consumo que se ha multiplicado por 6 ó 7 en los últimos años. En la etiqueta lo encontraremos con los siguientes nombres: glutamato monosódico, E 621, potenciador o condimento. Aunque también suele enmascararse en el extracto de levadura, un moderno disfraz muy recurrente.

El problema de los aditivos químicos, al margen de su demostrado perjuicio para la salud, es que no sólo contienen sustancias venenosas y tóxicas, sino que en su uso y abuso se consigue excluir el alimento sano que debería llevar, que sin embargo el consumidor cree estar tomando. Lo que creará con mucha probabilidad una cadena de carencias en el organismo humano que más tarde necesitarán ser tratadas.