La letra menuda de las guerras por alimentos

La buena ciencia y las tecnologías probadas no necesitan propaganda, agencias de inteligencia ni gobiernos corruptos para demostrar hechos. Si los ataques infundados de un no científico a una científica de un país en desarrollo son uno de sus instrumentos para dar forma al futuro, han errado por completo. No se dan cuenta de la creciente indignación ciudadana contra el monopolio de Monsanto.

En naciones soberanas, donde el poder de Monsanto y sus amigos es limitado, el pueblo y los gobiernos rechazan su monopolio y tecnología fracasada. Pero la maquinaria de propaganda suprime esta noticia.

Rusia ha prohibido por completo los OGM; el primer ministro, Dmitry Medvedev, advirtió: Si los estadunidenses gustan de los productos OGM, que se los coman. Nosotros no los necesitamos; tenemos espacio y oportunidades suficientes para producir comida orgánica. China ha prohibido los OGM en suministros alimenticios militares. Italia acaba de promulgar una ley, Campo libre, que castiga con prisión de uno a tres años y multa de 10 mil a 30 mil euros la siembra de cultivos OGM. La ministra italiana de agricultura, Nunzia De Girolamo, señaló en un comunicado: Nuestra agricultura se basa en la biodiversidad, en la calidad, y debemos continuar aspirando a ellas sin aventuras que, aun desde el punto de vista económico, no nos harían competitivos.

Las piezas de propaganda en Forbes y The New Yorker no pueden detener el despertar de millones de agricultores y consumidores a los verdaderos peligros de los organismos genéticamente modificados en nuestra comida, y las desventajas y fallas del sistema de alimentos industriales que destruye el planeta y nuestra salud.

* Directora ejecutiva del Fondo Navdanya

Traducción: Jorge Anaya