¿La agricultura campesina y ecológica puede alimentar al mundo?

A parte, otro tema se plantea, si se propone prescindir de una producción de alimentos industrial, intensiva, transgénica, ¿qué alternativa tenemos? ¿La agricultura campesina y ecológica puede alimentar al mundo? Cada vez son más la voces que dicen que “sí”. Una de las más reconocidas es la de Olivier de Schutter, relator especial de las Naciones Unidas para el derecho a la alimentación entre los años 2008 y 2014, quien afirmaba, en su informe “La agroecología y el derecho a la alimentación”, presentado en marzo del 2011, que “los agricultores pequeños podrían duplicar la producción de alimentos en una década si utilizaran métodos productivos ecológicos” y añadía “se hace imperioso aplicar la agroecología, para poner fin a las crisis alimentarias y ayudar a afrontar los retos vinculados a la pobreza y al cambio climático”.

Según de Schutter, la agricultura campesina y ecológica es más productiva y eficiente y garantiza mejor la seguridad alimentaria de las personas que la agricultura industrial: “La evidencia científica demuestra que la agroecología supera al uso de los fertilizantes químicos en el fomento de la producción de alimentos, sobre todo en los entornos desfavorables donde viven los más pobres”. El informe “La agroecología y el derecho a la alimentación”, a partir de la sistematización de datos de varios estudios de campo, lo dejaba claro: “En diversas regiones se han desarrollado y probado con excelentes resultados técnicas muy variadas basadas en la perspectiva agroecológica. (…) Tales técnicas, que conservan recursos y utilizan pocos insumos externos, tienen un potencial demostrado para mejorar significativamente los rendimientos”.

Uno de los principales estudios, dirigido por Jules Pretty, y citado en dicho informe de la ONU, analizaba el impacto de la agricultura sostenible, ecológica y campesina en 286 proyectos de 57 países pobres, en un total de 37 millones de hectáreas (el 3% de la superficie cultivada en países en desarrollo), y sus conclusiones no dejaban lugar a dudas: la productividad de estas tierras, gracias a la agroecología, aumentó en un 79% y la producción media de alimentos por hogar creció en 1,7 toneladas anuales (hasta un 73%). Posteriormente, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) tomaron de nuevo estos datos para analizar el impacto de la agricultura ecológica y campesina específicamente en los países africanos. Los resultados aún fueron mejores: el aumento medio de las cosechas en los proyectos en África fue del 116% y en África Oriental del 128%. Otros estudios científicos, citados en el informe “La agroecología y el derecho a la alimentación”, llegaban a las mismas conclusiones.

Además, la agricultura ecológica y campesina no solo es altamente productiva, e incluso más que la agricultura industrial, especialmente en los países empobrecidos, sino que, como afirmaban los estudios anteriormente citados, cuida de los ecosistemas, permite “contener e invertir la tendencia en la pérdida de especies y la erosión genética” y aumenta la resiliencia al cambio climático. Asimismo, da mayor autonomía al campesinado: “Al mejorar la fertilidad de la producción agrícola, la agroecología reduce la dependencia de los agricultores de los insumos externos y de las subvenciones estatales”.

Más apoyos

Otro importante informe que apunta en esta dirección son las conclusiones a las que llegó un de los principales procesos intergubernamentales que se hayan llevado a cabo para evaluar la eficacia de las políticas agrícolas: la Evaluación Internacional del papel del Conocimiento, la Ciencia y la Tecnología en el Desarrollo Agrícola (IAASTD, en sus siglas en inglés). Una iniciativa impulsada, en un primer momento, por el Banco Mundial y la FAO, y que contó con su patrocinio y el de otras organizaciones internacionales como el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM), el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el PNUMA, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y la Organización Mundial de la Salud (OMS).

El objetivo de dicho proceso era evaluar el papel del conocimiento, la ciencia y la tecnología agrícola en la reducción del hambre y la pobreza en el mundo, la mejora de los medios de subsistencia en las zonas rurales y la promoción de un desarrollo ambiental, social y económico sostenible. La evaluación, que se llevó a cabo entre los años 2005 y 2007, contó con una dirección integrada por representantes de gobiernos, ONGs, grupos de productores y consumidores, entidades privadas y organizaciones internacionales, con un claro equilibrio geográfico, quienes escogieron a 400 expertos mundiales para que llevaran a cabo dicho estudio, que incluía una evaluación mundial y cinco de regionales.