El Estiércol más querido

Por Ercilia Sahores, Vía Orgánica AC

El sol brillaba en Lima. Desde temprano en la mañana, esta ciudad normalmente brumosa ubicada sobre la costa del Pacífico parecía querer alumbrar con toda la fuerza del incipiente verano sudamericano a las miles de personas que la visitaban.

Los visitantes no eran pocos, desde fines de noviembre hasta mediados de diciembre de 2014 tuvieron lugar en Lima dos eventos paralelos que buscaron proponer alternativas y soluciones al urgente problema del cambio climático: la vigésima Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP20) y su contracara, la Cumbre de los Pueblos frente al Cambio Climático.

Estas dos cumbres tuvieron lugar en diferentes sitios de Lima, todos ellos circunscriptos al Cercado limeño. Participamos en varias de las sesiones pero un día decidimos ir más allá del muy militarizado cercado de Lima y las preciosas callecitas de San Isidro, Barranco y Miraflores con sus lujosos restaurantes y deliciosos cebiches, para visitar un proyecto que puede ser una real alternativa y solución a muchos de los problemas que fueron abordados en las mencionadas conferencias.

Tomamos la ruta que se dirige hacia el cono sur de Lima, una de las zonas más pobres de la ciudad. La ruta es la Panamericana Sur y se puede continuar sobre la misma por horas bordeando la costa peruana hasta llegar a Chile. Suena encantador, pero la realidad es que gran parte del camino que serpentea a lo largo de esta ruta es de una desolación infinita.

Esta zona, desértica y arenosa, se encuentra entre el Río Rímac, el principal río de Lima y uno de los más contaminados de América Latina y el río Lurín, que según nos enteraríamos poco tiempo después, es un río muy limpio, tan limpio que “ni agua tiene”.

Aquí se encuentran asentamientos humanos conocidos como pueblos jóvenes, viviendas precarias ubicadas en lo alto de los cerros. Muchos de sus pobladores se asentaron en esta zona escapando del terror de sendero luminoso en la década del ochenta.

Los asentamientos están vallados y se ubican detrás de muros construidos por las muchas empresas mineras y cementeras que extraen en la zona generando una contaminación imposible, que sumada a la constante bruma del Pacífico convierten al paisaje en un área gris y desolada, con constantes vahos que tornan difícil la respiración.

Luego de andar más de 35 kilómetros por este camino, desembocamos en Pachacamac, un pequeño pueblo a cuya entrada se ubican numerosos restaurantes que dan su bienvenida con una probadita de chicharrón de cerdo. Este pequeño distrito gastronómico, enclavado sobre el valle del Río Lurín, es un oasis en el medio del desértico sur de Lima.

Nos perdimos unas cuantas veces en el camino pero con la ayuda de varios lugareños llegamos a nuestro destino; Bioagricultura Casa Blanca.

Hace 35 años, Ulises Moreno Moscoso y Carmen Felipe Morales, reconocidos profesores de la Universidad de la Molina de Perú, decidieron abandonar las cuatro paredes de su departamento en el centro de Lima para instalarse en una de las hectáreas en que se subdividió la vieja estancia de Casablanca.

Es difícil imaginar viéndolo ahora que cuando llegaron a esta tierra no había ni un solo árbol; ahora este rancho es un valle fértil y verde, con árboles de lúcuma y caoba de frondosas copas que dan sombra, limoneros, frutales, vides y arbustos de zarzamora que perfuman el aire, un huerto con maíz, lechugas, brócoli, yuca y demás verduras y tubérculos que crecen sanas y vigorosas, y cuyes, muchos cuyes.

En muchas partes de Sudamérica, los cuyes son considerados un platillo saludable y económico, en el caso de Casablanca, son también una fuente de energía increíble. A lo largo de una hora, en una visita guiada de lo más entretenida en gran parte debido al buen humor y el tono franco y campechano de Ulises, recorrimos el rancho, visitamos el huerto y vimos la fuente principal de este maravilloso vergel: estiércol de cuy.

Esta biomasa animal, el estiércol del cuy, es mezclada con la biomasa vegetal, hojas y rastrojo en un estómago artificial gigante, un biodigestor de 10 metros cúbicos que replica a través de la descomposición lo que se produce en forma anaeróbica y genera en la naturaleza un yacimiento de biogás.