Día del Maíz: resistencia a la privatización silenciosa

Pero además de la tolerancia a esta invasión silenciosa, el gobierno federal, o los gobiernos federales, han venido desmantelando la infraestructura de investigación y de las pocas instituciones que cuidan y desarrollan el maíz nativo –caso ejemplar–: el INIFAP Sierra de Chihuahua. Este centro de investigación público ha realizado una excelente labor, al menos en dos ramas importantes: desarrollo de semillas de avena resistentes a la sequía y a los extremos climáticos, como la variedad Páramo, que han tenido gran éxito y ahora se cultivan hasta en Rusia. Pero, sobre todo, ha llevado a cabo una paciente, minuciosa y muy valiosa recolección y preservación de las diversas variedades de maíz nativo originarias de la sierra de Chihuahua.

Pero el gobierno federal mima a Monsanto y busca desmantelar el INIFAP Sierra de Chihuahua: le ha reducido dramáticamente los presupuestos, al punto que ya prácticamente es imposible realizar viajes de investigación y recolección; las plazas de personal que se jubila o pide su cambio, desaparecen, lo que hace que el equipo técnico-científico esté reducido a la mínima expresión. En cambio, otros centros del mismo instituto, orientados a la agricultura comercial o de exportación, reciben un trato preferencial.

Esa pinza es la estrategia gubernamental para entregar el cultivo del maíz a las trasnacionales y lograr que predomine el transgénico y así dejar morir por invasión o por inanición la enorme diversidad de maíces nativos. Está comprobado que este hecho entrañaría graves daños de todo tipo: ambientales, productivos, económicos, sociales y políticos. Nos haría todavía más dependientes del extranjero en nuestra alimentación básica, le pegaría a la economía campesina en la línea de flotación, arrasaría con la biodiversidad de nuestro campo. Homogenizar el cultivo del maíz es hacer que sólo los que pueden comprar las carísimas semillas de Monsanto puedan producir, es acabar con la diversidad que el maíz genera, conduce a las hambrunas.

Afortunadamente, las resistencias han aflorado ya hace tiempo y se revelan (y rebelan) con más claridad este Día Nacional del Maíz. Las llevan a cabo campañas como Sin maíz no hay país, colectivos como Semilla de Vida, comunidades indígenas desde los mixtecos hasta los rarámuris y muchos más. Organizaciones campesinas, núcleos de activistas, académicos, artistas. Han presentado su denuncia en múltiples foros nacionales e internacionales, muy recientemente ante el Tribunal Permanente de los Pueblos. No sólo denuncian: preservan semillas nativas, las valoran, las mejoran, las multiplican; informan, forman conciencia; rescatan y promueven manifestaciones culturales, porque el maíz también es cultura.

Esta resistencia creativa, diversa, con profundas raíces culturales y un proyecto de agricultura y alimentación asentado firmemente en éstas, es lo que ha impedido hasta ahora que el gobierno federal otorgue permisos para la liberación y siembra masiva de maíz transgénico, lo que ha defendido nuestro maíz de los intentos privatizadores. Es una resistencia que debe visibilizarse y difundirse ampliamente. Como las otras resistencias que hoy florecen y que afirman un futuro que retome lo mejor de nuestra historia.