Derrames transgénicos: ¿indiferencia criminal? Elena Álvarez-Buylla *

Por La Jornada, 6 de enero de 2015

En este nuevo año es crucial seguir con la defensa de nuestro maíz y las milpas; es una apuesta por nuestra cultura y también por nuestro ambiente y nuestra salud.

Todo ello depende, en gran medida, de la producción campesina sin agrotóxicos. Este tipo de producción agroecológica de alimentos sanos, sin dañar el ambiente y destruir la biodiversidad de México, se finca en conocimientos, diversidad de cultivos, tecnologías y organización comunales invaluables para poder recuperar la soberanía alimentaria.

Las empresas agroindustriales, con la complicidad del gobierno de México, se empeñan en destruir esta apuesta civilizatoria en favor del negocio.

Muestra de ello es lo que reporta la revista Contralínea del pasado 18 de enero, en torno a descarrilamientos repetidos de 2010 a 2013 que causaron el derrame de 800 toneladas de maíz y algodón transgénico en Chihuahua, Guanajuato y Veracruz.

Las responsables son tres empresas que producen y/o usan semillas genéticamente modificadas.

De esto se dio aviso a la Comisión Intersecretarial de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados (Cibiogem) y al Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria (Senasica).

Indigna que estas entidades no hayan realizado las investigaciones necesarias o publicado reportes técnicos que den cuenta cabal de cómo evitaron que este grano contaminara siembras de maíz nativo y llegara a sitios no aprobados para su uso.

Se ha demostrado científicamente que los transgénicos pueden moverse a miles de kilómetros de distancia por medio de las cadenas de intercambio de semillas; una vez que éstas germinan y las plantas maduran, florecen y producen polen, en éste se mueven los transgenes a cientos de kilométros.

Estos derrames pudieron haberse vuelto focos de contaminación y los técnicos del gobierno de México, encargados de evitar y dar seguimiento a esto, no han cumplido con su obligación. Urge subsanar esta situación y fincar responsabilidades.

En general, hay que averiguar si los transgénicos siguen contaminando nuestros maíces nativos que se distribuyen en todo el país, que es centro de origen y diversidad del grano.

Los técnicos encargados de la bioseguridad fueron incapaces de corroborar la contaminación reportada en 2001 por Quist y Chapela en Oaxaca. Pero diversos laboratorios independientes, incluido el nuestro, demostraron que sí había contaminación en Oaxaca y otros sitios.

Afortunadamente, aún es reversible, pero los transgenes no se pueden contener dentro de los campos en los cuales se siembran, pues se mueven vía polen y semillas. En vez de evitar a toda costa la contaminación y asumir su responsabilidad con la bioseguridad, el gobierno es indiferente o se colude con las corporaciones y en contra del interés público.

Además, va autorizando nuevos productos para consumo y siembras, como la soya, que también tiene implicaciones nefastas: puede afectar de manera irreversible a las abejas y la producción de miel mexicana, una de las mejores del mundo.

Es inaceptable que el gobierno no cuide nuestro alimento básico: el maíz. Dados los datos de salud en Estados Unidos, donde el incremento de la prevalencia de 22 enfermedades, incluidos varios tipos de cáncer ( La Jornada, 28/11/14), se ha asociado al aumento pavoroso de glifosato, usado en cultivos transgénicos desde la década de 1990, es urgente que se evite el uso de los cultivos transgénicos en alimentos procesados.

En Argentina han aumentado los casos de malformaciones en bebés de madres que viven cerca de siembras de soya transgénica, y en Brasil han encontrado un número mayor de anomalías genéticas y celulares en personas asociadas a ese cultivo en comparación con un grupo control.

Los estudios de Séralini y colaboradores que se publicaron en 2011, y más tarde la revista retiró, fueron divulgados en otra revista con estricto arbitraje, reforzando la evidencia de que las ratas alimentadas con transgénicos presentan afectaciones en diversos órganos, incluyendo riñones e hígado, mueren antes y tienen mayor probabilidad de desarrollar cáncer que las alimentadas con no transgénicos.

La falta de etiquetado imposibilita dar seguimiento causal a la relación entre el consumo de transgénicos y la propensión a sufrir enfermedades en las personas, pero los datos que se van acumulando son sumamente preocupantes y sugerentes de que la producción de alimentos con base en la tecnología agroindustrial a partir de la década de 1990 causan detrimento de la salud.